Pádel: una misa de doce con liturgia laica y silencios
EN casa de Tomás Avilés todos juegan al pádel. Fue este agente de ventas de 55 años el que les contagió la afición, que también practican su mujer, Elena, y sus hijos José Enrique, Mónica y Daniel, federado y ya presente en el ranking nacional. "En casa siempre estamos hablando de pádel", dice Tomás entre los obligados silencios de cada una de las jugadas de la final del Pádel Pro Tour que ayer se disputó en el pabellón de San Pablo.
Por la tarde jugaba en Nueva York el tenista argentino Marcelo del Potro y por la mañana cuatro compatriotas se adueñaban de la pista sevillana, seguidos con una expectación tremenda, extrapolación de un River-Boca. Un fenómeno sociológico en el que la gente dejó el pico para coger la pala.
Tomás y su familia juegan en el Club de Campo. "Allí hay una liga interna en la que participan más de 250 personas". Dice que este deporte, tenis de mesa camilla, lo introdujo en España Alfonso de Hohenlohe. "Empezó en Puerto Banús y ya se juega en toda España". Uno de los patrocinadores del torneo es la firma Quijada & Molina, que con sede en El Saucejo se dedica a construcciones deportivas, en especial instalaciones de pádel. Una oferta en todas las promociones aparcadas por la explosión de la burbuja inmobiliaria. "Lo que no hacen los promotores, lo hacen ahora los Ayuntamientos", comenta en su localidad Enrique Fernández, 53 años, arquitecto técnico. "Yo vivo en el Aljarafe y todos, Gines, Bormujos, Castilleja, Tomares, están haciendo pistas y pistas de pádel".
Los cuatro argentinos siguen a lo suyo. Los que van perdiendo hablan mucho. Ganar es una comunicación no verbal. "El único español en las ocho mejores parejas es Mieres, compañero de Pablo Lima, brasileño. Las siete parejas restantes son argentinos". Lo dice casi con bibliografía uno de los integrantes del Club de Campo, allende el aeropuerto.
Al pádel quizá le falte todavía no sólo reconocimiento olímpico, sino un poquito de literatura: Lolita jugaba al tenis en la novela de Nabokov, igual que Scarlette Johanson en la película de Woody Allen Match Point.
"José María es mi pareja", dice José Luis. Su pareja de pádel, se entiende. José Luis Rodríguez Barberán, comercial, acudió a este partido de exhibición con sus amigos José María, protésico dental, y Francisco, médico. Con sus mujeres e hijos, porque esta misa deportiva de doce con liturgias, silencios y palomitas también es muy familiar. Estos tres amigos juegan al pádel en verano en las pistas de Costa Ballena y el resto del año en la Cartuja.
Matías Díaz y Miguel Lamperti han conseguido remontar la ventaja inicial de Gabriel Reca y Hernán Auguste. "Lo bueno de este deporte", dice el arquitecto técnico, "es que aunque uno sea muy malo, juega y se divierte. No es como el tenis". Donde sólo se divierte el que sabe jugar. El bueno en el pádel es su hijo, Enrique, 18 años, que va a seguir el legado paterno de la Arquitectura Técnica.
Van cambiando los rótulos de los patrocinadores. Nimo y Gordillo no son una pareja de pádel. Una buena jugada de Matías Díaz, muy aplaudida, encuentra el refrendo de la palabra Brillante en los luminosos. La conocida marca de arroz, que tan cerca de las dos de la tarde suena como una provocación.
El recinto habilitado para presenciar la final estaba completamente lleno. Antes y después del partido, había furor en la tienda de artículos: accesorios, palas, textil, calzado. Si Argentina no juega el Mundial con Maradona, les queda el consuelo del pádel. Y de la mádel, que también se apunta al único deporte donde los fallos se convierten en aciertos.
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