75 años del 18 de julio

Queipo de Llano, un general despechado

  • La participación de Queipo de Llano en la sublevación militar tras haber sido uno de los más fervientes militares republicanos tiene sus raíces en una trayectoria vital plagada de polémicas políticas y personales

UN general que se jugó la vida por implantar la República en España". Así se presenta Queipo de Llano a los obreros sevillanos en unas octavillas arrojadas alrededor de los barrios proletarios, la madrugada del 20 de julio de 1936, instándoles a deponer su numantina resistencia. El general amenaza con los regulares de Ceuta, que han salido de Cádiz en dirección a Sevilla, y concluye con un toque de populismo en su estilo: "Entregar las armas, que nunca lo podríais hacer a un general más amigo del pueblo"  

 

Cuando afirma que se jugó la vida por implantar la República, Queipo de Llano no miente, pues, como presidente del Comité Militar Republicano, siendo general de Brigada en la reserva, encabeza el 15 de diciembre de 1930 en el aeródromo madrileño de Cuatro Vientos el intento de proclamar la República a través del castizo e inveterado método del pronunciamiento militar. Horas antes han sido pasados por las armas los capitanes Fermín Galán y Ángel García Hernández, que adelantan el pronunciamiento en Jaca (Huesca) al 12 de diciembre. La Monarquía de Alfonso XIII no es inocua ni benigna con sus enemigos. 

 

Nada que ver con la República, que indulta al general Sanjurjo, después de que éste encabece en Sevilla la intentona del 10 de agosto de 1932, que se salda con víctimas. Hasta la madre de uno de aquellos capitanes republicanos pide el indulto para el general monárquico y tanto el presidente de la República, Alcalá-Zamora, como el jefe del Gobierno, Manuel Azaña, están de acuerdo en concedérselo. Con estos antecedentes, tal vez los generales golpistas del 18 de julio de 1936 no fueran conscientes de que, en esta ocasión, se juegan la vida contra la República. Empezando por el propio Sanjurjo, que desde Estoril (Portugal) encabeza la conspiración, seguido por Mola, Goded, Saliquet, Orgaz, Franco, Varela, Queipo y otros. 

 

Pero el 15 de diciembre de 1930, el general Queipo de Llano, los comandantes Ramón Franco e Ignacio Hidalgo de Cisneros y otros oficiales republicanos, antes que dejarse apresar por las fuerzas lanzadas contra ellos por el gobierno del general Berenguer y el rey Alfonso XIII, toman un avión en el propio aeródromo de Cuatro Vientos y se trasladan a Lisboa. De aquí Queipo y otros marchan a París, donde coinciden con el republicano Marcelino Domingo y el socialista Indalecio Prieto, políticos del Comité Republicano Revolucionario. 

 

Bien acogidos por españoles residentes en la capital francesa, allí viven un breve exilio, hasta la proclamación de la República el 14 de abril de1931. La masonería española envía socorros económicos a los exiliados. El comandante Ramón Franco, que desde un tiempo atrás está en tratos con la orden para su ingreso en ésta, se inicia en la parisina logia Plus Ultra, integrada por republicanos y anarquistas españoles. No lo hace Queipo, a pesar de estar muy ligado a algunos miembros de ésta. Sin embargo, a partir de entonces serán muchos en España, dentro y fuera de la masonería, los que crean a pies juntillas que el general es masón. No lo fue nunca. Pero se muestra muy republicano. Así, cuando en febrero de 1931 el periodista Ángel Dant lo entrevista y le pregunta en qué partido piensa actuar:

 

"Sin vacilar un instante, me contesta enérgicamente:En el partido republicano. Estoy profundamente convencido de que fuera de la República no hay salvación posible para nuestra patria".

 

¿Pero qué es lo que convierte al general Queipo de Llano, monárquico de toda la vida por orígenes familiares y convicción, en enemigo de la Monarquía y abanderado de la República? 

 

A partir de su ascenso a general de Brigada en 1923, con 48 años, Queipo, que además intenta sin éxito ser elegido diputado por un distrito rural de Salamanca, se comporta como si ya no tuviera que obedecer a nadie. De manera que, a mediados de los años 20, después de toda una serie de actos de indisciplina, el dictador Miguel Primo de Rivera se ve obligado a sacar de África a su antiguo amigo y padrino de duelo, con el que a partir de entonces mantiene unas tormentosas relaciones, que se hacen extensivas a toda la familia Primo de Rivera.

 

En 1928, cuando a la edad de 53 años le corresponde ascender a general de División, la Junta Clasificadora del Ejército, presidida por el general Ricardo Burguete, le deniega el ascenso "por indisciplinado, díscolo y difícil de ser mandado". Así consta textualmente en su Hoja de Servicios. Las relaciones de Queipo con la familia Burguete serán aún más procelosas que las mantenidas con la de Primo de Rivera. Para explicar ambas hay que hacer referencia a una acción de guerra, acaecida en Marruecos. 

 

El 6 de septiembre de 1924 una columna de Infantería, al mando del general  Riquelme, procede a su retirada de Zinat a Ben Karrich. En su ayuda debe acudir un escuadrón de Caballería, al mando del general Queipo. La Infantería, atacada por los rebeldes marroquíes, se ve en apuros. Algunos piensan que la Caballería llega tarde. Entre éstos, un capitán herido en la acción, Luis Burguete, hijo del influyente general. En el expediente abierto al efecto el oficial declara contra el general Queipo. 

Días más tarde éste provoca un ridículo incidente con el dictador, el cual acaba reprochándole su comportamiento en la discutida retirada y defendiendo a Riquelme. A partir de aquí, la carrera de Queipo se tuerce hasta quedar truncada, cuando se le deniega el ascenso a general de División y es pasado a la reserva. En 1930, una vez despedido Primo de Rivera por Alfonso XIII y sustituido al frente del Gobierno por el general Berenguer, ni éste ni el monarca muestran el más mínimo interés por rescatar de su deslucida posición al general Queipo de Llano. En consecuencia, éste se pasa con armas y bagajes al campo de la República. Y es que, como dice Maquiavelo, el mundo lo mueven los intereses y las pasiones, no las ideas.

 

La República se vuelca con los escasos generales republicanos. Queipo es ascendido a general de División, con efectos retroactivos desde 1928, y nombrado sucesivamente capitán general de Madrid, inspector general del Ejército y jefe de la Casa Militar del Presidente de la República. Pero no consigue entrar en las Cortes Constituyentes, al ser derrotado como candidato republicano independiente por la provincia de Salamanca, donde ni la derecha agraria por un lado ni la conjunción republicano-socialista por el otro le dan su apoyo. 

 

No obstante, Queipo persistirá en su ambición parlamentaria, como un Quijote desnortado, que sueña con su particular ínsula Bataria salmantina. Esta ambición política lo acerca a Alejandro Lerroux y a su Partido Republicano Radical. De manera que, por conspirar en los pasillos del Congreso con el diputado de éste Salazar Alonso y un puñado de periodistas, en contra del gobierno republicano-socialista de Azaña, a propósito del delicado asunto de Casas Viejas, Queipo resulta destituido de manera fulminante como jefe de la Casa Militar del presidente de la República en marzo de 1933.  

 

Desahuciado por Azaña, Queipo se echa en brazos de Lerroux, quien a sus 69 años alberga aún grandes ambiciones políticas y es el faro al que se dirigen todos los descontentos. La amistad y colaboración entre el maduro general y el viejo caudillo radical será estrecha y constante. De hecho éste es el único jefe del Gobierno que va a nombrar dos veces al díscolo general para el mismo cargo y nunca lo va a destituir. Porque el destino de Queipo parece ser éste, el de ser despachado por todos los jefes del Gobierno, llámense Primo de Rivera, Azaña o Franco. 

 

También el olvidado Ricardo Samper, uno de los lugartenientes de Lerrroux que, por las desavenencias de éste con el jefe del Estado Alcalá-Zamora, preside un efímero gabinete entre abril y octubre de 1934, se ve obligado a destituir a Queipo. De nuevo éste es víctima de su proverbial indiscreción verbal, pues son sus acerbos comentarios a cerca de la sustitución de don Alejandro por don Ricardo los que molestan en las alturas. Esta vez debió ser el presidente de la República el que impuso la fulminante destitución.

 

De manera que, aunque Lerroux vuelve al frente del Gobierno en octubre de 1934, el general Queipo no recupera la inspección general de Carabineros hasta febrero de 1935. Un mes antes el catedrático de Derecho Procesal de la Universidad Central Niceto Alcalá-Zamora y Castillo, primogénito del presidente de la República, ha contraído matrimonio con la primogénita del general, Ernestina Queipo de Llano y Martí. Los chicos se habían conocido e intimado años antes en la casa presidencial. El padre de la novia debe sentirse encantado con este enlace, que lo coloca de nuevo en estrecho contacto con la cúspide del poder del Estado republicano.

 

Se comprende pues la febril agitación en que entra el general cuando, amortizado Lerroux en las elecciones de febrero de 1936, su consuegro y único asidero político que le queda es destituido de manera fulminante al constituirse las Cortes del Frente Popular. Un mes más tarde, es elegido presidente de la República Manuel Azaña, quien designa jefe del Gobierno a Santiago Casares Quiroga, ministro de la Gobernación cuando los luctuosos hechos de Casas Viejas. 

 

Presa de auténtica paranoia, Queipo se ve a sus sesenta y un años defenestrado una vez más y, en el mejor de los casos, desplazado a una lejana provincia en calidad de comandante militar. Esto es lo que les ocurre a los generales Franco, Goded y Mola, destituidos de los brillantes cargos que ocupan durante la gobernanza de Lerroux y desplazados respectivamente a Canarias, Baleares y Navarra. Todos albergarían contra Azaña una alta dosis de rencor.

 

Aunque el nuevo Gobierno ignora y desprecia a Queipo, éste corre a Pamplona a ofrecerse sin pudor al general de Brigada Emilio Mola, antiguo director general de Seguridad de la Monarquía, con el que desde 1930 mantiene pésimas relaciones. En principio Mola desconfía, pero enseguida se convence de la sinceridad de Queipo y trata de utilizarlo de la mejor manera en la red conspirativa que teje fríamente. Cuando Mola y los viejos generales monárquicos que conspiran en Madrid deciden mandarlo a encabezar la sublevación en Sevilla, ciudad eminentemente obrera e izquierdista, Queipo siente una gran desazón.

 

Pero en Sevilla encuentra al comandante del Estado Mayor de la División José Cuesta Monereo, secretario de la cofradía del Gran Poder, que será su cordón umbilical con los sectores derechistas de la guarnición, muy imbricados socialmente con los de la ciudad. Cuesta teje su propia red conspirativa en el sur peninsular y cuando, el 18 de julio de 1936, atrae no sin esfuerzo a Queipo de Llano, que huye por Huelva en dirección a la raya de Portugal, para que se decida a encabezar la sublevación en Sevilla, aquél ya tiene preparado un breve y cruel bando de guerra, redactado en colaboración con el teniente coronel Francisco Bohórquez, jefe de la Auditoría de Guerra, futuro hermano mayor de la Macarena.

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