Quince años de amor y quince de ausencia
El 30 de enero de 1998, dos etarras mataron a Jiménez-Becerril y a su esposa Tenía 37 años, todo un futuro por delante y llevaba la Hacienda municipal
Quince años después, siguen los mismos camareros en El Picadero de General Polavieja. Han cambiado los mostradores. Y hay referentes que cobran otra dimensión. En el Don Carlo, el bar adyacente, la placa que recuerda que en esa casa nació el 30 de enero de 1899 el maestro Quiroga, el compañero de León y Quintero, te lleva a pensar que el centenario de tan distinguido nacimiento coincidió con el primer aniversario del asesinato de Alberto Jiménez-Becerril y Ascensión García Ortiz, su esposa. La calle que hace esquina con General Polavieja es Almirante Bonifaz, que en la estatua ecuestre de San Fernando escolta al monarca junto a Alfonso X el Sabio, Garci Pérez y Don Remondo, el arzobispo que da nombre a la calle en la que Mikel Azurmendi Peñagarikano y José Luis Barrios asesinaron a la pareja cuando volvían a su casa después de tomar una copa en el bar Antigüedades.
Manolo, camarero de El Picadero, recuerda a ese grandullón al que Antonio Fontán le pasó los trastos de la Hacienda municipal. Era el bar donde sus amigos y compañeros de corporación José Luis Villar y Luis Pizarro quedaban con Alberto, el tercer hombre, al final de los plenos. Los tres nacieron en 1960, un año antes de la riada del Tamarguillo.
Medio año antes se produjo el asesinato de Miguel Ángel Blanco, revancha alevosa por el fin del cautiverio de José Ortega Lara. Alberto y Ascensión se ennoviaron cuando estudiaban Derecho. Tenían 22 años. Cuando los matan llevaban quince años de relación, entre noviazgo y un matrimonio cuyo décimo aniversario preparaban. En la casa de Sanz y Forés dormían sus tres hijos: Asunción, nueve años; Alberto, cinco; y Clara, cuatro. Quince años después, ya son ciudadanos con derecho a sufragio. La mayor los habría hecho abuelos de una niña llamada Triana, el barrio de Sevilla del que Alberto fue alcalde, digno sucesor de Paco Arcas y parroquiano de Los Dos Hermanos, ese bar de taberneros manchegos que sale en una novela de Arturo Pérez-Reverte. José Luis Villar (La Línea de la Concepción, 1960), es tres días más joven que Alberto. Se conocieron en tercero de Derecho; los dos primeros cursos el campogibraltareño los hizo en Madrid.
"Me llamó Sonia Vivancos, la jefa de gabinete de Alejandro. Esas tres de la mañana se me han quedado grabadas. El teléfono se me cayó de las manos, se me aflojaron los músculos". Habían asesinado a los dos compañeros de curso de José Luis Villar. "Cuando nos volvimos a reencontrar en el Ayuntamiento, al salir elegidos en 1987, lo primero que hicimos fue ir a buscar la orla". Alumnos de profesores como Manuel Clavero o Amparo Rubiales.
Militaban en partidos distintos pero esa cuestión era irrelevante hablando de Alberto Jiménez-Becerril. Luis Pizarro (Fuentedecantos, Badajoz, 1960) cogió el teléfono al décimo timbrazo. Sonaba en un tercero sin ascensor de la calle Tetuán que en 1995 José Luis Villar le traspasó al entonces concejal de Izquierda Unida. "Era Soledad, que llamó a los cuatro portavoces. Me dijo: 'Luis, anda, vente al Ayuntamiento que han matado al Alberto". A la alcaldesa la había avisado eldelegado de Seguridad Ciudadana, Luis Miguel Martín Rubio.
Candela, la hija de Pizarro, era compañera de juegos de Ascensión, la mayor de la pareja, cuando coincidían en el Ayuntamiento. "Muchos viernes, Marina, la novia más larga que he tenido, y yo íbamos con Alberto y Ascen a tomar una copa al Pick-Up, un local de la calle García de Vinuesa".
La noche del 29 de enero el periodista Román Orozco presentó en la librería Aconcagua de la calle Don Alonso el Sabio el libro de Natalia Bolívar Cuba Santa. En un bando municipal, la alcaldesa Soledad Becerril, destrozada por el dolor, citaba a Juan Pablo II, que acababa de regresar de un viaje a Cuba, donde dijo que "la democracia era el sistema más armónico con la naturaleza humana". En el centenario del 98, año tan cubano. Y también del nacimiento de García Lorca, asesinado de forma tan vil en el 36 como después lo serían, un año más jóvenes que el poeta, Alberto y Ascensión.
Con la Plaza Nueva llena de miles de personas -con paraguas-, Soledad Becerril se dirigió desde el balcón del Ayuntamiento a un pueblo consternado y sorprendido. Les recitó los versos de un poema de Juan Sierra a Rafael Laffón que Jiménez-Becerril había leído en un acto oficial de homenaje a la generación del 27 en los setenta años del encuentro sevillano de poetas. "Que no habrá de engañarse mi albedrío / cuando ya sienta, Rafael, el frío / mortal de la celeste primavera". A Alberto le robaron la primavera, su estación favorita. La del sevillano del barrio de la Calzada que cuando Jaime Bretón presidía los palcos de San Francisco el Martes Santo le pedía que le cediera la primacía en cuanto veía al primer nazareno de San Benito. La del cofrade que aguardaba la coronación canónica de su hermandad de la Estrella, prevista para octubre de 1999.
Los testimonios de sus amigos, de quienes le conocieron, de los periodistas que certificaron el pálpito del horror en desgarros que se recogieron en el libro In Memoriam, invitan a seguir esta senda de aquellos poetas separados por una guerra para recordar a estas personas asesinadas en tiempos de paz. Valen para Alberto los versos que Luis Cernuda le dedicó a Federico García Lorca en su poema A un poeta muerto: "La muerte se diría / más viva que la vida / porque tú estás con ella". Le tocó la prosa de la Hacienda municipal. "Yo era el que negociaba los presupuestos con Alberto antes de presentarlos a la oposición", dice Villar, que recuerda un viaje que hicieron los dos a Bilbao dentro de aquel señuelo de la ley de Grandes Ciudades de Rojas-Marcos. "Íbamos por la calle y Alberto se paraba, miraba hacia atrás, a uno y otro lado y después me explicó que en unas normas de autoprotección para políticos recomendaban dar aviso si veíamos alguna cara conocida. ¿Cómo podíamos pensar que iban a venir a Sevilla? Creíamos que teníamos un seguro por ser concejales sevillanos". Fernando Iwasaki, amigo de la pareja, recordaba después del atentado las veces que mientras que sus hijos jugaban, él les contaba a los padres la vida cotidiana impregnada de terror en los peores años de Sendero Luminoso en el Perú.
Alberto, Luis y José Luis llegan al Ayuntamiento en 1987. Alejandro Rojas-Marcos volvía de su enésima travesía del desierto. Arenas encabezaba una candidatura que quedó inédita, "sacó menos votos que mi hermano Agustín, y mira dónde llegó después Javier ", dice Villar. Alberto Jiménez-Becerril sustituyó a Arenas como diputado autonómico, escaño que ocupó entre diciembre de 1989 y junio de 1990. El viernes pasó por el Hospital de las Cinco Llagas Soledad Becerril en su condición de Defensora del Pueblo. Cargo en el que antes estuvo Enrique Múgica, cuyo hermano Fernando fue asesinado por Eta.
Las niñas estudiaban en las Irlandesas y el niño en el Claret. Ante el revuelo de cámaras y policías, alguien le dijo a Asunción, la mayor, que Ana Obregón estaba rodando una película. Ese día el Príncipe Felipe cumplía 30 años. Su hermana Elena vino al sepelio y no pudo reprimir las lágrimas. Villar y Pizarro son béticos y Alberto era sevillista. el Betis ese año jugó en Europa gracias al gol de Mijatovic que le dio al Madrid la séptima Copa de Europa. El Sevilla, donde Alberto fue directivo cuando lo presidía su tío Gabriel Rojas, estaba en Segunda. Villar y Pizarro eran de izquierdas y Alberto... de San Benito. "Hubiera sido cualquier cosa en política", dicen al alimón sus contertulios de El Picadero. Su hermana Teresa vivía en Italia cuando mataron a Alberto. Le cambió la vida: se hizo eurodiputada por el Partido Popular.
Fueron unos cachorros de la política en un Ayuntamiento con primeros espadas: Soledad Becerril, Alejandro Rojas-Marcos, José Rodríguez de la Borbolla. Y Manuel del Valle. Aquellos jóvenes acabaron con la foto de la tortilla. El que la hizo, Manuel del Valle, era el alcalde de la ciudad cuando llegaron al Ayuntamiento. Uno de los integrantes de aquella instantánea, Luis Yáñez, fue el más votado en las municipales de 1991, pero el pacto PP-PA le dio la alcaldía a Alejandro. Y Alberto inició una trayectoria de gobierno truncada aquella noche por cumplir el sano precepto de al menos una vez en semana salir con Ascen. El amor de su vida. El amor de su muerte.
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