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Calle Rioja

La Reina de Todos los Santos abrió puertas y cancelas en la Alameda

  • Devoción. Dos días después de su festividad, la iglesia de Ómnium Sanctórum celebró función matinal y abrió por la tarde el templo para la procesión de su titular por el barrio

La imagen de la Reina de Todos los Santos, por la calle Feria antes de torcer por Relator.

La imagen de la Reina de Todos los Santos, por la calle Feria antes de torcer por Relator. / Víctor Rodríguez

EL Pasaje González de Quijano que une las calles Relator con Peris Mencheta cierra todas las noches con sendas cancelas. Ayer abrió sus puertas de madrugada. Una apertura simbólica. Con el cambio de hora, la noche llegó temprano a su cita con la tarde y la cruz de guía de la Reina de Todos los Santos hacía su aparición por este pasaje. A continuación, aparecía la imagen de la titular de esta hermandad sacramental sita en la iglesia de Ómnium Sanctórum. “Mucho mimo, que se trata de la madre de Dios”, decía el capataz.

La imagen es obra de Roque Balduque (1500-1561), un escultor de la misma localidad holandesa donde nació El Bosco. Detrás, la Banda Tejera iniciaba los compases de la marcha La Madrugá, de Abel Moreno. Ya era madrugada en el Pasaje González de Quijano, pero la madre de Dios abría puertas y cancelas.

Por la mañana se celebró la función especial en Ómnium Sanctórum. La ofició Pedro Juan Álvarez Barrera, el párroco, confirmado otros cuatro años por el arzobispo de la diócesis como arcipreste de la zona centro. Una misa larga que a un matrimonio de Dinamarca se le hizo cortísima. Seguían a duras penas la homilía del sacerdote, centrada en el episodio de Zaqueo, el cobrador de impuestos subido a un sicomoro para ver a Jesús en su visita a Jericó. Pero todo lo entendían cuando sonaba la música de la Capilla Clásica del Santísimo Cristo de San Agustín. Un programa con música de Haydn, una cantata de Bach, un tema de Eslava y la Misa para la Paz del galés Karl Jenkins.

La madre de Cristo y del barrio salía con la música de Reina de Todos los Santos, una marcha obra de José Manuel Delgado. Al final, a su entrada, tocarían Soleá, dame la mano. Un compromiso de su director, José Manuel Tristán, para mantener una tradición de su padre.

La Alameda es un compendio de gustos, inquietudes y sensibilidades. Los bares estaban llenos. Como un remozado Jardín de las Delicias del paisano de Roque Balduque, había gente con su botellín en la mano en el bar Entrelíneas, tomando una copa en Quilombo o el bar Hércules. Los costaleros de repuesto en la puerta del bar Guadiana, el río con ojos, nombre de la calle por la que después pasaría la Virgen.

Dejó Relator, llena de cerámicas de García Chaparro. En el pasaje González de Quijano se asomó una media luna. La cuarta luna que se añadía a las tres que jalonan el pendón que ondeaba en el campanario de la torre mudéjar de Ómnium Sanctórum. Dice el historiador José de León que esta bandera de las tres medias lunas fue enseña almohade y estandarte de la Reconquista. En 1521, año de sequías y epidemias, abanderó el motín de la Cruz Verde. Pendón precedente de la bandera de Andalucía.

Los naranjos de Peris Mencheta se convertían en sicomoros para que los Zaqueos del siglo XXI mirasen con los ojos del Guadiana la mirada del hijo de la Virgen esculpida con manos flamencas. Joaquín de la Peña, hermano mayor de Todos los Santos, iba al frente del cortejo con el párroco y Francisco Vélez, presidente del Consejo. Tres de ellas, unidas a Ómnium Sanctórum, iban representadas en la comitiva: Javieres, Carmen Doloroso y Carmen de Calatrava. La tarde en Feria, el crepúsculo en Relator, la noche ya cerrada en Peris Mencheta.

De Sevilla a Copenhague, el matrimonio danés se iría con un recuerdo maravilloso. Los hermanos guardaron fila para renovar su promesa. En ese cortejo dentro de la iglesia, entre las naves de la Epístola y del Evangelio, estaba toda la ciudad: hermanos pertenecientes a gremios tan dispares como la joyería, la calentería, la ingeniería ferroviaria, la enseñanza de Latín, la música clásica, la venta de cupones, la chamarilería, el comercio, el periodismo, la arquitectura...

La Alameda seguía fiel a su condición de espacio abigarrado. En días de glorias de la música juvenil, en vísperas del festival de cine, una imagen creada por un artista coetáneo de los que dieron la vuelta al mundo le dio anoche la vuelta a su barrio, el mundo recogido. Antonio Muñoz, delegado de Cultura, departía con unos amigos, y Rafael Valencia, arabista, docto en medias lunas y director de la Academia de Buenas Letras, atravesaba el Alameda Multicines camino de casa.

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