DERBI En directo, el Betis-Sevilla

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Sabina en Sevilla es una pura maravilla

Sabina en Sevilla es una pura maravilla

Sabina en Sevilla es una pura maravilla

En la estación de autobuses del Prado de San Sebastián, la de los frescos de Juan Miguel Sánchez que la convierten en un Louvre sobre ruedas, se veían sombrillas y paraguas. Los viajeros que iban a coger el autocar en el andén 6 sabían que en los diferentes destinos, con la única excepción de Jerez, les esperaban la playa o la lluvia, como el truco o trato. Dos variantes de baño. El Puerto de Santa María, Conil, El Palmar (no el de Troya ni el de Carlos Alcaraz), Los Caños de Meca, Barbate, Zahara de los Atunes, Atlanterra. La lluvia llegó por fin el 2 de septiembre. Dos días de septiembre. Vendimia de agua, no de vino, como la que acontece en la novela que José Manuel Caballero Bonald, jerezano de cuna, escribió desde su autodestierro colombiano, donde adquirió su fascinación por Álvaro Mutis, escritor del que acabamos de celebrar el centenario de su nacimiento. En su libro Empresas y tribulaciones de Maqrol el Gaviero, incluye un relato muy propicio para la ocasión: Ilona llega con la lluvia.

La lluvia nos iba cercando. No sólo en los mapas del tiempo de los diferentes canales televisivos, que cada vez dedican más tiempo a la cuestión. También por las noticias que llegaban de los destinos vacacionales de las amigas de mi mujer, antiguas compañeras de las Mercedarias: llovía en Ferrol, llovía en Santa Pola. Sevilla terminaría cayendo. Tantas rogativas y el agua llegó con una rogativa laica: la cumbre de ministros de Agricultura de la Unión Europea en Córdoba con Luis Planas como anfitrión. Para abordar temas como la sequía o el encarecimiento del aceite de oliva. La cumbre cordobesa me trasladó al verano de 1982. Boda del periodista Manolo Fernández con su Charito en Villaralto, en el corazón de los Pedroches, con los invitados metiendo sillas y mesas en el interior de la finca para librarse del aguacero, el inesperado invitado al enlace nupcial.

Ilona llega con la lluvia, que parece que la ha traído Sabina como talismán. Se libró la víspera en el primero de sus dos conciertos, con Curro entre los espectadores de la Maestranza. Eso es como ir a jugar al fútbol a un estadio donde estuvieran Kubala y DiStéfano. Sabina ha sido el cuarto torero de la Goyesca, que ha completado en la distancia la terna de Morante, Manzanares y Roca Rey en Ronda, el Parnaso del Manual para Viajeros por Andalucía de Richard Ford. A mí, Sabina, que los arrollo, debió decir la lluvia, que entre Sabina y Sabina, entre el viernes y el domingo, hizo acto de presencia cuando el Betis jugaba contra el Rayo. Que perdió por la mínima y en las horas siguientes se mantuvo en forma de aparato eléctrico. La segunda noche de Sabina coincidía con la visita del Sevilla al equipo del cantante, el Atlético de Madrid, que se tuvo que suspender por la dana, filomena rediviva. Ha tenido Sabina en Sevilla buenos embajadores: Salvador Compán, novelista y catedrático de Literatura en el San Isidoro, que fue compañero de clase del cantante, y el llorado Arsenio Moreno, que fue alcalde de Úbeda tras las municipales del 79 y se trasladó a Sevilla como director general de Bellas Artes de la Junta, ciudad donde desarrolló una notable tarea literaria. Úbeda dio un futbolista a la selección, Carlos, que jugó en el Oviedo, que ha dado al fútbol patrio Pichichis como Lángara y Marianín. En la capital del Principado la lluvia forma parte del decorado.

La lluvia cogió a los devotos de la Divina Pastora de la calle Amparo en los preparativos de su novena; y a los feligreses del Gran Poder recién terminada la misa de ocho y media. Lluvia de lágrimas en la lectura de Jeremías. Últimos estertores del verano. Transición de las sombrillas a los paraguas. Las sombrillas que aparecen en los cuadros impresionistas en alguna de las portadas de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Los paraguas venían de Cherburgo en la película de Jacques Demy, aunque el más impactante de la literatura más reciente es el que ilustra la portada de Patria, de Fernando Aramburu. No ha llovido tanto…

Llegó Sabina con las sombrillas y se fue con los paraguas. La lluvia se había convertido en una excepcionalidad que permite recordar los últimos chaparrones. El paraguas que perdí en un taxi el día que fuimos al Polígono Navisa al estreno de Nanas de espinas, tributo a Salvador Távora. O la procesión del Corpus que no pudo salir a las calles de Sevilla. Fue una de las primeras decisiones, y de las más difíciles, del nuevo deán de la Catedral, Francisco Ortiz, que hizo caso de las negras predicciones y acertó de pleno con la mosca detrás de la oreja de algunos detractores. Era elegir entre la Providencia, a la que representa el deán como funcionario con canonjías, y un providencialismo mal entendido que entendía por fatalismo que alguien tan señalado del clero se dejara llevar por las indicaciones de la ciencia.

Pese a los presagios, los autobuses turísticos seguían atravesando la ciudad. El cambio climático convierte lo local en universal. Todo pasaba por Asia este fin de semana. El papa Francisco, en Mongolia; el alcalde de Sevilla, en China; la selección española de baloncesto diciendo adiós al Mundial en Indonesia tras perder contra Canadá. El síndrome de Marco Polo y el embrujo de Shanghái. El cielo no podía esperar y rompió en agua y electricidad, como una fórmula de Nikola Tesla. Ya no hay tienda de paraguas en la calle Sierpes, aunque el símbolo se conserva en la balconada del antiguo establecimiento. El sábado no salió ninguna. El viernes y el domingo sí hubo laicas estaciones de penitencia en calle Melancolía. Volvió a salir el sol por la tarde, como si nada hubiera ocurrido. Entre sol y sol, Sabina, que llegó a Sevilla como juglar depositario de todas las rogativas. Es septiembre un verano demediado, adjetivo que le debemos a Italo Calvino, cuyo centenario es en octubre. El siglo de Álvaro Mutis y de Calvino, el que empezó con las calendas de Lola Flores, hija de la primera parada del autobús del andén 6 que después hacía escalas en El Puerto, Conil, El Palmar, Los Caños de Meca, Barbate, Zahara de los Atunes y Atlanterra. La paisana del poeta y novelista que recreó en Colombia la vendimia de Jerez. Como el Pedro Domecq que sale junto a los tres sultanes de Persia en el Romance de la Guardia Civil de Federico García Lorca.

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