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El adiós a Cayetana de Alba

Sevilla despide a su duquesa con todos los honores

  • Monseñor Amigo ofició una ceremonia en la que destacó el lado humano de la aristócrata. La infanta Elena, muy vinculada con la ciudad, fue la que acudió al funeral por Cayetana Fitz-James. Más de 4.000 personas asistieron a las honras fúnebres en la Catedral

"El tiempo pasa, el amor permanece". Conexión de ideas entre un cardenal y un viudo. El primero, arzobispo emérito de Sevilla, monseñor Carlos Amigo Vallejo, pronunció estas palabras en la homilía -brillante, de las que consiguen que los asistentes ni siquiera bostecen- durante el funeral de la duquesa de Alba. El mismo pensamiento, pero estampado sobre lazos de papel de seda, lo expresó Alfonso Díez, viudo de Cayetana Fitz-James Stuart, en la dedicatoria de la corona de flores que acompañó en todo momento al coche fúnebre que transportaba el féretro de la que ha sido durante un trienio su esposa. Una declaración sobre más de 70 rosas rojas. Epitafio de despedida en tres lazadas: "No sé si he conseguido decirte lo que te he querido, te quiero y te querré". El tiempo imperecedero del amor. El afecto más allá de la muerte. El recuerdo vivo de la ciudad a la que ha sido su duquesa. La eternidad de la merecida memoria.

 

Día de luto oficial. Mañana de espera en el Ayuntamiento -por el que han pasado más de 80.000 personas- para despedir a la aristócrata que en su juventud tuvo de confidente a la que sería reina de Inglaterra. Una cola que serpenteaba la escalera principal del Consistorio hasta llegar al Salón Colón. La estancia de lámparas palaciegas convertida en un vergel. Coronas de flores que se solapaban sin dejar un resquicio vacío. Las hubo de partidos políticos, equipos de fútbol y artistas. El actor Antonio Banderas y el cantante Alejandro Sanz también enviaron las suyas. Y no faltó en este túmulo de pétalos la de la tonadillera Isabel Pantoja, cuya entrada en prisión se antepuso en los informativos al funeral de la duquesa. Todo queda en Sevilla.

 

Cuando el reloj marcaba las 11:30 el féretro -a hombros de los costaleros de la Hermandad de los Gitanos- abandonaba el Ayuntamiento para dirigirse a la Catedral. El nuevo duque de Alba, Carlos Fitz-James Stuart, y Alfonso Díez hicieron el trayecto en coche. El resto de la familia, a pie. Al templo metropolitano ya habían llegado las autoridades políticas y civiles. Por parte del Gobierno de la nación lo hizo el presidente del Senado, Pío García Escudero, y el ministro de Defensa, Pedro Morenés. Por el de la Junta, el consejero de Justicia, Emilio de Llera, que estuvo sentado entre el presidente de los populares andaluces, Juan Manuel Moreno, y Beatriz Alcázar, esposa del alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, sentado a su lado. 

 

Entre los asistentes se mezclaban títulos nobiliarios, miembros de la Real Maestranza, del Consejo de Cofradías, toreros, escritores y algún que otro rostro conocido del papel cuché (los menos). Labor nada grata para los especialistas de la prensa rosa, que esperaban la presencia de representantes de las monarquías europeas. Tuvieron que rellenar minutos de programas de televisión con la descripción del altar en el que se ofició la ceremonia y los detalles de ésta. Tarea complicada cuando se han retransmitido pocos actos litúrgicos. Llamar a monseñor Amigo como "cardenal emérito", hablar de los "dos arzobispos de Sevilla" o mencionar "campanadas" cuando se quiere decir que están tocando a duelo son algunas de las expresiones que se escucharon en el corralito habilitado para los periodistas durante el funeral. 

 

En primera fila se encontraban los seis hijos de la duquesa junto a la sobrina del rey Juan Carlos, Cristina de Borbón-Dos Sicilias, y su marido Pedro López Quesada. Antes de que el féretro entrara en la Catedral llegó la representante de la Casa Real española, la infanta que tiene mayor vínculo con la ciudad, doña Elena, quien demostró que de la elegancia no se prescinde ni en los actos luctuosos (el bello recogido de su pelo fue buena prueba). 

 

"Cerca de Ti quiero estar, Señor", eran los primeros versos del canto de entrada con el que comenzaba el funeral por Cayetana, al que -según fuentes del Arzobispado- acudieron 4.500 personas. Una celebración que duró hora y cuarto. En el altar, flanquedo por cuatro blandones de planta, se encontraba el féretro con los restos mortales de la aristócrata, cubierto con las banderas de España y la Casa de Alba. Sobre ellas, la medalla de oro de la Hermandad de los Gitanos concedida en 2001. Al lado, las de Sevilla, Andalucía y otras condecoraciones que le fueron otorgadas a lo largo de su vida. La eucaristía la ofició el cardenal Amigo junto al arzobispo de Sevilla, monseñor Juan José Asenjo, y estuvo concelebrada en el Altar del Jubileo por otros cinco sacerdotes, entre ellos el deán de la Catedral, Teodoro León, y el capellán de la Casa de Alba, Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp, quien junto con el prelado hispalense repartió la comunión.

Pasaba la una de la tarde cuando llegaba el momento más duro, el de despedir para siempre a la duquesa. Fueron también los instantes más emotivos. Alfonso Díez, totalmente abatido, se fundía en un abrazo con Cayetana Rivera, la nieta de la aristócrata con más títulos. Un abrazo que concentró todas las miradas y al que se unió después Eugenia Martínez de Irujo, que no se separó del viudo hasta llegar a la Puerta de San Miguel, donde dijeron el último adiós. Tocaba regresar al Palacio de las Dueñas. El cuerpo inerte de la duquesa se dirigía para ser incinerado al cementerio de San Fernando. Hasta allí llegaron las rosas del que ha sido su marido. Sobre ellas, la dedicatoria con los tres tiempos. Pasado, presente y futuro. El amor que nunca pasa. El recuerdo que siempre honra.  

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