Sevilla

Sólo para turistas

  • El alquiler de los apartamentos para visitantes se ha convertido en una práctica habitual en una ciudad que ha hecho del turismo su única fuente importante de ingresos

Unos turistas cargan con sus maletas por la calle Alemanes.

Unos turistas cargan con sus maletas por la calle Alemanes. / juan carlos vázquez

"Un grupo de jóvenes sacaron al patio sillas y colgaron en ellas la ropa que estaba mojada, sin que exista permiso para ello". Así relata Isabel Gómez uno de los episodios que vivió el pasado verano en su bloque de la calle Torneo. Un inquilino que se encuentra viviendo de alquiler en un piso de este edificio decidió, sin el consentimiento del propietario del inmueble, subarrendarlo a los turistas durante los fines de semana y puentes festivos. Una manera de aumentar el saldo de su cuenta corriente. Muchos sevillanos han visto en esta fórmula una inyección económica permanente. El número de personas que visitan la ciudad no deja de crecer, de ahí que la demanda esté garantizada. Y, por tanto, también este tipo de ingresos.

La práctica se ha hecho habitual. Hay quien hace alarde de esta operación sin tapujo alguno, con total normalidad, pese a ser ilegal. "Cada viaje que organizo lo pago con lo que gano alquilando mi piso durante los días de ausencia". Quien esto afirma es un sevillano de 41 años que tiene alquilado su piso en las inmediaciones de la Alameda. Como es obvio, desea que su nombre permanezca en el anonimato. Su vivienda consta de tres dormitorios. En alguna ocasión la alquila entera para grupos y otras veces por habitaciones. Para ello, utiliza plataformas de internet donde demandantes y ofertantes se ponen de acuerdo en el precio, periodo y condiciones. "Nunca he tenido ningún problema. Intento que sean matrimonios o grupos muy reducidos para que no causen molestias al vecindario. La gente busca venir a Sevilla por un precio más asequible que el de los hoteles y yo se lo ofrezco. Tengo muchos amigos que también alquilan sus casas a turistas", refiere este sevillano, que ha llegado a pedir hasta 300 euros por un fin de semana, 50 euros por habitación por cada noche de estancia y "con todas las comodidades que ofrece un piso rehabilitado".

Por ahora ha tenido suerte. Los turistas a los que les ha alquilado su piso no han provocado graves molestias al resto de residentes de su bloque. "Ellos los ven entrar con maletas y saben que me dedico a esto. Nunca me han dicho nada porque no han causado problemas. Eso sí, me alertan de que la Policía se ha puesto seria con este tipo de alquiler, por eso ahora debo gestionarlo con mayor cautela", explica.

Hay quienes ya tienen una consolidada red de clientes para este tipo de operaciones. Es el caso de un joven matrimonio que vivía hasta hace tres años en un pequeño estudio situado al final de la calle Amor de Dios, cerca también de la Alameda. Cuando tuvieron su segundo hijo se mudaron a un piso de mayores dimensiones, fuera del centro. El estudio lo siguen manteniendo. La manera que tienen de amortizar los gastos que genera esta propiedad es a través del alquiler a los turistas. "Cuando nos mudamos lo alquilamos un año entero a una persona que vino a trabajar a Sevilla. Al principio, pagaba las mensualidades puntualmente, pero después, al quedarse en el paro, se le acumularon las deudas. El contrato se acabó sin que nos abonara todo el débito. Al año siguiente un amigo nos comentó que alquilaba su piso a los turistas cuando él estaba de vacaciones. Probamos a hacerlo con tres conocidos que venían de Santander. Éstos a la vez se lo dijeron a otros de su ciudad y así poco a poco, a través de unos y otros, raro es el fin de semana que no nos llaman para que alquilemos el estudio", explica el matrimonio. Estos arrendatarios, sin embargo, suelen ser cautelosos con los inquilinos ocasionales. "En primer lugar, se trata de un estudio, de reducidas dimensiones, por lo que el número máximo de personas que pueden dormir son tres, dos en la cama y otro en el sofá. El mobiliario está prácticamente nuevo, porque lo compramos casi todo un año antes de irnos. Por eso intentamos que no vengan niños con ellos, que sean adultos y personas responsables de las que tengamos buenas referencias. A los que tienen menos de 35 años les decimos directamente que no. Muchos de los que han estado en nuestro piso han vuelto a repetir por la cercanía con el centro y lo bien equipado que está", destaca esta familia.

Este negocio -que tan buenos ingresos particulares genera- tiene efectos perjudiciales. Uno es en el propio sector, al convertirse en competencia desleal de los establecimientos que pagan sus tasas para desarrollar dicha actividad, lo que les obliga a fijar unos precios más altos. Por otro lado, en los vecinos que tienen que sufrir en numerosas ocasiones a turistas que no respetan unas mínimas normas de convivencia. "Unos ingleses llegaron una vez, a las cuatro de la madrugada, borrachos y dando voces. Despertaron a todo el bloque", recuerda Isabel Gómez. Estas molestias se han hecho habituales en el bloque donde vive Charo Flores, en el entorno de las setas de la Encarnación: "Llaman a deshoras a los vecinos exigiendo que se les abra la puerta porque no pueden entrar". Una situación que se agrava más cuando llega el verano. "Usan sin recato las azoteas. Duermen en ellas. Las utilizan para fiestas y hasta para practicar sexo a la vista de todos", incide Flores.

Para esta sevillana, el problema principal radica en que, cuando este asunto se plantea en las comunidades de vecinos, los propietarios de estos pisos "no asumen ninguna responsabilidad". "Estos pisos gastan más en luz y servicios comunes que el resto, por lo que deberían pagar más por ello", defiende Flores.

Además de los efectos antes señalados, hay uno que afecta de lleno al paisaje urbanístico: la configuración del centro como zona dedicada exclusivamente a los turistas. Claro ejemplo de ello es lo que ocurre en el área norte del casco antiguo, desde las setas a la Alameda, donde la desaparición de los comercios autóctonos ha dado lugar a la proliferación de negocios hosteleros (gastrobares) y tiendas enfocadas casi de forma exclusiva al visitante. Sin seña de identidad propia. Un centro despersonalizado.

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