galería del olvido

Terapeuta de almas

No resulta fácil escribir de ciertas cosas, o de ciertas personas. De unas porque a veces se antojan inalcanzables, incomprensibles o indiferentes, de otras porque alguna vez, aunque de forma definitiva, acaben por llegar a ser parte de ti, arrasen sentidos y sentimientos y alteren tu ego para convertirlo en mero complemento. A muy pocas he conocido que, trascendiendo el más puro magnetismo, rayen en la magia tanto en el trato como en su esencia. Aurora León fue pionera en la forma de entender su vocación, pluridimensional por cierto, escritora con una dosis de creatividad sólo superada por su sensibilidad para captar la vida, las gentes, el mundo y sus miserias, pero sobre todo fue un ser puro, me atrevería a afirmar que una terapeuta de almas, y un caudal incalculable de valores y virtudes. ¡Qué orgullo sentirme y haberte querido!

Su trayectoria académica, tras alcanzar los premios extraordinarios de Licenciatura, del Ayuntamiento y de la Real Maestranza de Caballería, es decir, prácticamente todos los logrables, se inicia publicando una monografía sobre El Museo. Teoría, práctica y utopía, y, aunque casi con total certeza no fuera esa su verdadera vocación, no debe orillarse el dato de que con ella se formaron la inmensa mayoría de los directores museísticos de la España de la época. Comienza a ser reclamada por prestigiosas editoriales extranjeras, y así, entre otras, la milanesa A. Mondadori le encarga en 1981 una monografía sobre Siviglia: la settimana santa. L'universo dello spirito, de la que, no obstante, aunque a nadie deberá extrañar, y a pesar de haber sido traducida a otras múltiples lenguas, jamás quedaría plenamente satisfecha. Yo aseguro, sin embargo, que su particular visión de nuestra Semana Santa se adelantó años a la realidad actual. Muchos deberían aún leerla y vivirla tal como ella hizo.

Discípula dilecta del último gran maestro de la Historia del Arte, el profesor Bonet Correa, en 1995 obtiene por concurso-oposición la cátedra en la Universidad de Huelva, donde ya con anterioridad había sido designada directora de la Universidad Hispano-Americana de La Rábida. Permítame el lector un breve pero necesario inciso al respecto. Aurora León, como tantas veces nos ocurre a quienes hemos sido educados en el amor a la universidad y al supremo valor de la escolástica, hubo de emigrar de su Alma Mater Hispalense porque brillantez y mediocridad son y serán siempre conceptos e ideas esencialmente antagónicos. Ella, su genio y su vitalidad, mucho más allá de los corsés localistas, se ahogaba sin remedio entre tanta banalidad y superchería. Pero ahí queda la memoria de una y el olvido de otros.

Pues bien, ya entregada a su nuevo destino académico, surge bajo su impulso un nuevo modelo de organización, con el que se recobra y potencia la sede universitaria como punto de encuentro y discusión de diversas culturas e ideologías, tanto en lo científico como en la técnica y las letras. Su ingente labor en la preparación y dirección del gran impacto que para toda España significó la Exposición Universal de 1992 atrajo a personalidades como el entonces Príncipe de Asturias, hoy S. M. Felipe VI, al dirigente socialista portugués Mario Soares, recientemente desaparecido, y a algún otro que prefiero silenciar no ya solo por motivos personales muy fundados, sino también por los escasos méritos que luego jalonaron su trayectoria como ser humano. Pero Aurora era así, adoradora hasta la veneración de la cultura universal, esclava de su profesión y con un insaciable espíritu de superación multiplicado en su caso por una justificable obsesión perfeccionista, valor éste innato a todo buen universitario pero también tan a menudo incomprendido.

Cuando su escuela alcanza el grado de madurez preciso para iniciar la nueva andadura por sí misma, aunque nunca llegara a emanciparse del todo del arrollador magisterio de su creadora, comienza a compaginar la docencia y la investigación académicas con su nunca ocultada pasión por la literatura. Tal vez su primera incursión en el campo de las letras fuera la lección inaugural del curso 1995-1996 en aquella universidad que denominó con el sugerente título de Ariadna y Teseo en el laberinto humanístico, una pieza absolutamente magistral, si bien para muchos intelectualmente inalcanzable por su hondura y rigor ideológico. ¡Qué derroche de originalidad y de personalidad!

De Aurora dijo Miguel Ángel Yáñez Polo en el prólogo de su novela El sueño de Jorge, única publicada de las tres que escribió, que "aunque algo más tardía, por derecho propio debería figurar junto a la generación de narradoras españolas de los años noventa, pero veleidades editoriales impidieron que las obras vieran la luz cuando históricamente les correspondía". Apasionada amante asimismo del arte cinematográfico, llegó a reunir una vastísima filmoteca que donó al Centro universitario de Huelva cuya aula-fonoteca lleva hoy su nombre. Su huella en la Universidad onubense, sin la menor duda, perdura aún hoy y ya para siempre.

En Sevilla, su Sevilla, sin embargo, siempre antepuso la curiosidad a la comodidad. La ciudad para ella era fundamentalmente la cuna del barroco, a cuya arquitectura y urbanismo dedicó buena parte de su labor investigadora con general beneplácito. Sobre todo le gustaba descubrir y encontrar la ciudad, dejarse sorprender, no tanto residir permanentemente en ella o que ella la encontrara, y a su cultura, mitos, realidades, e historia artística consagró asimismo un buen número de de obras. Pero, no obstante su indiscutible y heredada sevillanía, no sería justo orillar el dato recurrente de que también en Huelva encontró la luz, que en ella era puro alimento, y entre ambos polos se fue gestando y conformando su dimensión universal, culta y fina, sin el menor prurito de erudición. Con su sola fuerza interior le bastaba para enseñar.

Cuando premonitoriamente presiente que su voz se apaga, decide tomar la pluma so pretexto de no dejar jamás de crear y de comunicar. De ese modo, aunque su natural optimismo se nos antojaba a todos inquebrantable, de súbito su ánimo entero se truncó en una especie de quiebra melancólica que precipitó su final, hasta llegar incluso a dejar inédita su última novela, Horacio Témpora y sus cuatro horas de vida. Decía Paulo Coelho que, aunque no lo sepamos, siempre hay un tesoro escondido en la isla del propio corazón. Y el de Aurora León puedo asegurar que era tan incalculable en su dimensión y valor como insuperable en su esencia. Nunca ya podremos pagarle su eterno ejemplo.

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