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Última quinta: ¡no nos queda mili!

  • Nostalgia. El Museo Histórico Militar acoge hasta el sábado una exposición sobre la mili del último tercio del siglo XX, una historia que empezó con Carlos III y terminó con Aznar

El Museo Histórico Militar de Sevilla se inauguró el 2 de mayo de 1992, en plena Expo de ese año, en el corazón de la Exposición del 29. En la denominada Sala de Furrielería se puede ver hasta el sábado la exposición Soldados de reemplazo en el último tercio del siglo XX. Nuestra Mili.

Es un viaje en el tiempo en varias direcciones. Puede ser hasta el 31 de diciembre de 2001. Ese día no sólo terminaba un año, terminaban 231 años, desde que en 1770 Carlos III aprobó un servicio militar obligatorio del que estaban excluidos los que no midieran más de 1,40 metros, mulatos, gitanos, verdugos y carniceros hasta que el Gobierno de Aznar aprobó en Consejo de Ministros de 9 de marzo de 2001 la desaparición de la mili.

Con el final de la mili se van palabras como furriel, rancho, excedente de cupo, imaginaria, retreta, letrinas, chusquero. El Museo Histórico Militar, uno de los grandes desconocidos de la ciudad, se enriquece estos días con este tránsito a los recuerdos. A la entrada, junto a una dedicatoria para el soldado Antonio Ángel García Villarreal, hay un libro de firmas en el que hay mensajes en inglés, francés y hasta portugués de alguna visita brasileña.

Manuel Benítez Marín (Barcelona, 1941), José Luis de la Mata (Córdoba, 1940) y Rafael Fernández de Mesa (Sevilla, 1946) no disimulan la emoción de esta visita. Fueron oficiales de complemento con instrucción en el campamento de Montejaque, en Ronda. Formaron parte de diferentes promociones de las milicias universitarias que se incorporaban "en el penúltimo y último curso de carrera".

Hay fotografías, uniformes de las diferentes unidades y el bombo del sorteo

Dos hicieron Químicas y el tercero una Ingeniería. Forman parte del centenar de integrantes de una Asociación que reivindica "una serie de valores que algunos consideran obsoletos, pero que creemos fundamentales", dice Manuel Benítez, abuelo de cuatro nietos. "Sólo le cuento estas cosas a uno de ellos". De sus cinco hijos, solo uno hizo la mili en un destino que aparece entre las fotografías, el Centro de Instrucción de la Marina de Cádiz. "Lo condecoraron, estaba de cartero y en la furgoneta de cartería llevó a un compañero en coma etílico hasta el hospital".

Una joven se detiene ante el bombo del sorteo de las quintas. Hay una bicicleta Orbea del Ejército de Tierra, un Lepanto con la cinta del desaparecido portaaviones Dédalo, las típicas muñecas que los soldados le compraban a sus novias. El contrapunto de Ardor guerrero, la novela que Antonio Muñoz Molina le dedicó a la quinta de su mili.

El primer precedente de la mili en España fue el ejército de que se hizo rodear en 1704 Felipe V, el primer Borbón. La mili que se evoca en este museo de la Plaza de España es el canto del cisne de unos reemplazos que se extinguieron con el milenio. Se completa con una muestra de uniformes de Tablada, el Soria 9, de Cabo Verde Electricista, Dama de Sanidad y Cazador de Montaña.

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