Arde media España, se quema de la otra media

Calle Rioja

La Fundación Cajasol y CaixaForum tienen exposiciones en las que artistas de primer nivel reivindican la naturaleza como obra de arte en peligro por los fuegos

Obra de Barceló en la muestra 'Naturaleza en el arte'

18 de agosto 2025 - 04:59

LO de España vaciada es un palabro feísimo y cursi, un eufemismo para sublimar la mala conciencia de quienes no quieren hablar directamente de España dejada, abandonada, olvidada, preterida. Los Campos de Castilla dejados de la mano de Dios en el 150 aniversario del nacimiento de Antonio Machado. Un león y un castillo. Los dos símbolos de la España que se chamusca entre la chamusquina de los políticos. Fuego que no entiende de límites provinciales ni identitarios, tampoco de competencias ni de incompetentes. Hemos oído los toques de los campanarios de esos pueblos despoblados. En alguna de esas parroquias ayer se leerían las primeras palabras del Evangelio de San Lucas, las que Jesús le dirige a sus discípulos: “He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!”.

De pronto, en los telediarios se dejó de hablar de las grandes ciudades, con sus rascacielos, megabancos y palacios. Hay topónimos de la querida España de la canción de Cecilia que sólo suenan si cae la Lotería de Navidad o, como es el caso, cuando las llamas se extienden y entran sin avisar en casas, patios, apriscos y cercados. Muchos no habían oído hablar de Puercas, Molezuelas o La Abejera, en Zamora; de Cervera de Pisuerga o Páramo del Sil, en Palencia; de Las Médulas o Santa Colomba de Curueño, en León; de Chandrexa da Quexa o Veigas das Meas en Orense; de Jarilla, Rebollar o Genestoso en Cáceres; de La Alberca en Salamanca. La Ruta de la Plata se está quedando sin el más preciado de sus tesoros, su foresta y su floresta.

Las escenas son de guerra y los soldados frente a este enemigo sin nombre ni apellidos son bomberos, guardas forestales, alcaldes pedáneos, voluntarios, guardias civiles, conductores de helicópteros. Ha tenido que arder media España, se quemó de la otra media podríamos decir parafraseando a Larra, para que comprobemos la inmensa riqueza que supone el patrimonio natural. A veces banalizado por el ocio del turismo rural o el senderismo. Los auténticos senderos, los cortafuegos, ya no existen. Se redujo drásticamente la trashumancia, siendo esas cabezas de ganado los mejores antídotos contra el fuego y sus estragos.

La naturaleza es una obra de arte y en ese sentido, los pirómanos, los incendiarios, los negligentes son los últimos iconoclastas. Museos al aire libre, pinacotecas salvajes sin controles de taquilla ni audoguías. En CaixaForum se puede ver una exposición titulada Arte y Naturaleza, a dos pasos de Berlanga Interior. La Fundación Cajasol exhibe hasta el 7 de septiembre la muestra La Naturaleza en el Arte, obras de la colección Abelló.

Visitar estas exposiciones, una junto a la Torre Sevilla, la otra en la calle Entrecárceles, es una forma de valorar lo que estamos perdiendo. En los telediarios, la visión del incendio de Jarilla, un municipio cacereño, parecía una pintura de Turner. En Cajasol hay paisajes y paisajistas, hay bodegones y alguna naturaleza muerta, triste paradoja de la cruda realidad. Un duelo de jinetes árabes pintado por Delacroix, una estampa campestre de Corot, una delicia de Chagall, que evoca ese libro de poemas con el que Blanca Andreu, coruñesa, viuda de Juan Benet, ganó el Adonais, De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall. Hay un rincón de manchegos: paisaje de Antonio López, de Tomelloso, sendos bodegones de Pedro de Camprobín, que nació en Almagro y se vino Sevilla para fundar con Murillo, Valdés Leal y Herrera el Mozo la Academia de Pintura.

Un cuadro sin gordos de Botero, una maravilla de Miquel Barceló titulada Moderadamente lejos y el Coto de Doñana visto desde Sanlúcar de Barrameda por Carmen Laffón. Nudistas en el Manzanares. Hay un cuadro de Juan de Zurbarán, extremeño de Llerena. Es coetáneo de Murillo, mientras que su padre lo era de Velázquez, las dos salas en la que se ubica este elogio de la naturaleza como la más suprema de las obras de arte, con textos de Rousseau, Juan Ramón Jiménez, Leopardi o uno de Víctor Hugo en el que dice que una vez que el hombre se ha reconciliado consigo mismo, sólo le falta reconciliarse con la naturaleza. País, paisaje, paisajistas. En esa ecuación no puede faltar Sánchez Perrier, que hizo de los rincones de Alcalá de Guadaíra una sucursal de Fontainebleau. Una huida a Egipto de la Escuela Flamenca. Una visión del Tajo de Ronda con la firma de Ismael González de la Serna, granadino de Guadix que murió en París.

El conflicto entre el hombre y la naturaleza lo han intentado resolver los románticos o los ecologistas, soluciones para la estética o para la retórica. Arde España y uno ve en la estela de las llamas la geografía que en el realismo mágico más leonés trazó Luis Mateo Díaz en La fuerza de la edad. Los croquis con topónimos de valles y sierras, de lagunas y desfiladeros, de Juan Benet en Volverás a Región, novela del aventajado discípulo de Faulkner (Luz de Agosto) que la terminó de escribir cuando trabajaba en el pantano del Porma, en León, una de las provincias más castigadas por la marca del fuego. La señal de cenizas de la España dejada, abandonada, olvidada, preterida que hemos convertido en la España vaciada de los podcast. La España que se abrió al mundo en océanos de tiempo y de agua y que se muere en la agonía de los manguerazos. “Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo Itálica famosa”.

Picasso está en las dos muestras, en Arte y Naturaleza y en La Naturaleza en el Arte. Por la primera comprobamos que Kandinsky y Le Corbusier murieron el mismo año de 1944, el del desembarco de Normandía. Ya no hay cortafuegos ni se enseñan las comarcas en la escuela. Al fuego le da igual la Lora y la Bureba, las Hurdes y la tierra de Barros, el Bierzo y la Maragatería.

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