Miguel Ferrer

El biólogo que trabaja en Perú y desayuna en Chile: alma de cóndor andino

  • Hijo de militar, este filósofo, motero y músico de blues es sobre todo biólogo. Dirigía Doñana cuando se rompió Boliden y ahora está en la Casa de la Ciencia.

TRABAJA en Perú y desayuna en Chile. Los nombres respectivos del pabellón del 29 donde Miguel Ferrer (Sevilla, 1962) dirige la Casa de la Ciencia y del bar que se abrió en el mismo certamen. Nunca estuvo en Perú, pero sí ha ido a Chile. Alma de cóndor andino, al que vio sobrevolar esos cielos, este biólogo ha ido tres veces a la Antártida y dos a las Malvinas, la segunda para un proyecto sobre el albatros ojeroso.

Hijo de militar, esa circunstancia fue un triple hándicap: cambió una quincena de veces de casa, no pudo hacer amigos en la niñez y sus estancias foráneas lo dejaron sin acento. A cambio, niño de cuatro años en Coruña, como la infancia de Picasso, allí adquirió el gusto por los días nublados y las primeras incursiones con la fauna. "En casa muchas veces me dieron por ahogado, me iba a coger estrellas de mar, a buscar anémonas, erizos y pulpos". En Galicia, donde también trabajó su admirado Antonio Machado y Núñez, el abuelo de los poetas, vivió una premonición del Planetario que se acaba de inaugurar en el pabellón de Perú. "¿Cuándo llegó el hombre a la Luna? Lo vimos en Galicia en una televisión en blanco y negro".

Madrid son dos pueblos: Colmenar Viejo y Guadalix de la Sierra, y una temprana afición a la ornitología, a los pájaros grandes que lo marcan. "La vocación fue anterior a que supiera que había algo llamado biología. Me compraron una guía de pájaros y usaba los prismáticos de mi padre".

Con diez años, la familia vuelve a Sevilla, junto a la puerta de la Carne. "A la fábrica de armas en activo más antigua del mundo". Estudia en el Portaceli. El hijo del militar descubre una insólita faceta antimilitarista. "Con 16 años me presenté en la estación Biológica de Doñana que dirigía Javier Castroviejo en un chalé de Heliópolis. Cuando cumplo 18, me compro una moto de quinta mano y empiezo a trabajar en los tendidos eléctricos del campo". Andalucía fue pionera y aprobó el primer decreto europeo que permitió un cambio en esas instalaciones. "Se proporcionaba energía eléctrica sin matar a dos mil pájaros al año". El primer lince lo vio en Doñana, desde un Land Rover, cuando hacía la tesis doctoral sobre la dispersión juvenil del águila imperial. En román paladino, su madurez sexual retardada.

Sus dos directores de la tesis, Castroviejo y Fernando Hiraldo, dirigieron la estación Biológica de Doñana, cometido que él asumió entre 1996 y 2000. "Fui el director más joven y el más breve. me cayó lo de Aznalcóllar. Fue una oportunidad que no debería repetirse, pero sirvió para que la gente se diera cuenta de que los científicos pueden ser útiles para encontrar respuestas a los grandes problemas".

El águila imperial es su icono. "No soy nada original. El águila está en los escudos de las casas nobiliarias, en la simbología de las escuadrillas de combate, hasta los apaches lo tenían por animal mítico". Perú, Chile y el río Guadalquivir. "La asignatura pendiente de Sevilla. Sorprendente asignatura pendiente. Es la única ciudad del mundo que conozco que vive de espaldas al río, que en vez de considerarlo eje vertebral lo tiene como un obstáculo que hay que atravesar a través de un puente".

El biólogo contrarresta ese desdén con sus recuerdos. El río lo asocia con los primeros paseos con Esther, su novia de hace más de treinta años, a la que conoció en una fiesta de fin de año, física de profesión, la madre de sus hijas Julia y Claudia. Le retrotrae a su pasado de remero, participante en campeonatos nacionales de cuatro con timonel. "En París el Sena y el Londres el Támesis, objeto de una recuperación modélica, son el estandarte de las dos ciudades. Un treinta por ciento del cauce del Guadalquivir, incluidos sus afluentes, carece de vida. En zonas de Huelva se ha reintroducido al águila pescadora; en el Guadalquivir ha sido imposible porque la turbidez de sus aguas le impide ver los peces".

No es el remo la única extravagancia del biólogo que llegó a la Luna con morriña. Toca la armónica en un grupo de blues, Inside Jobs, y en alguna ocasión ha acompañado a Raimundo Amador o Manolito Imán. Es aficionado a las motos antiguas, debilidad que ha contagiado a sus hijas. Acaba el doctorado en Filosofía con una tesis sobre las relaciones entre hombre y naturaleza desde el siglo XIX. En su caso, lleva fatal estar una semana sin salir al campo. "Me pongo de mal humor". Le gusta Sevilla y desde que la vivió lejos mucho más. Su paseo favorito, legado de la infancia, es llegar al barrio de Santa Cruz por los Jardines Murillo y conquistar el entorno de la Giralda, fauna de turistas. "De jóvenes le decíamos el barrio húmedo, porque estaba lleno de bares".

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