Cuando los caníbales eran los conquistadores
El Rastro de la Historia
Aunque solo en contadas ocasiones y bajo un hambre extrema, algunos conquistadores llegaron a practicar la antropofagia
Empezaremos sin muchos preámbulos con un texto del franciscano y cronista Fray Pedro Aguado, provincial del convento de Santa Fe, en el Nuevo Reino de Granada (actual Colombia):
"Hallaron entre cuatro soldados que iban de camarada, una criatura de edad de un año que su madre había dejado por guarecerse y escapar su persona... pareciéndoles que con aquella criatura mitigarían algún tanto el furor de su desordenada hambre, la mataron, que según pareció estaba muy gordita y de carnes muy mantecosas, como las leches de las mujeres las suele criar, y comiéndose luego la asadurica asadas sobre las ascuas o brasas del fuego, pusieron su olla a cocer con la cabeza y manos y pies y una parte del cuerpo, de cuyo caldo o bodrio habían estos caribes soldados hecho ya sus migadas o sopas con ají".
En este curioso pasaje, el cronista nos narra un caso de antropofagia practicado por un reducido grupo de soldados castellanos durante la desastrosa expedición de Jorge Espira en busca del El Dorado, en 1535. Una aventura que derivó en un sinfín de penalidades debido a un terreno hostil y desconocido y al continuo hostigamiento por parte de los indios. Ha de decirse que no es ni mucho menos una práctica común -a los conquistadores, católicos de religión, les repugnaba profundamente comer carne humana- y que solo se llegó a producir en muy contadas ocasiones cuando el hambre se volvía extrema. Además, siempre se hizo en secreto, conscientes los perpetradores del pecado que cometían. Lo dice en sus diarios Felipe von Hutten, que acompañaba a Espira en la expedición:
"Algunos cristianos comieron secretamente y contra la naturaleza humana, también carne humana; se encontró especialmente a un cristiano escondido en la selva quien en una olla coció cuarta parte de un niño, junto con algunas hierbas"
De alguna manera estos relatos nos recuerdan a otros nacidos en territorio Europeo en momentos de extrema necesidad y de donde debieron salir figuras tenebrosas que aún hoy pueblan la imaginación popular, como "el sacamantecas", "el hombre del saco" o los propios ogros. Los niños, débiles y tiernos, eran piezas de caza para desesperados por el hambre con pocos escrúpulos.
Pero volvamos a las Indias. En su libro Entre el hambre y el dorado: mito y contacto alimentario en las huestes de conquista del XVI (Diputación de Sevilla, 1997), el americanista Ricardo Piqueras Céspedes, nos muestra algunos de estos escasos y llamativos casos de canibalismo entre los conquistadores "enmarcados en situaciones de carestía alimentaria", aunque es cierto que, como indica con cierta ironía el autor, que estos caníbales de ocasión "tuvieron muchas veces al indígena como único plato". La práctica de la antropofagia suponía una vulneración de algunos de los principios más sagrados para los conquistadores católicos. Era un pecado terrible junto a otras prácticas como la sodomía, el incesto, los sacrificios humanos, la idolatría, el bestialismo... Justo los que se solían esgrimir para justificar la guerra santa contra los indios. Como afirmó Michel de Montaigne: "No me preocupa tanto que nos fijemos en la horrible barbarie de tales actos, sino más bien que, mientras enjuiciamos correctamente sus errores, seamos tan ciegos para con nosotros mismos".
Por cierto, que el Señor de la Montaña, en su lúcido ensayo sobre el Canibalismo, deja claro algo que los conquistadores siempre tuvieron claro: "Hay más barbarie en comerse a un hombre vivo que en comerlo muerto". Es decir, ante el hambre extrema, tiene más pase ser un carroñero (volviendo quizás así a nuestros orígenes de mono asustado en los bosques africanos) que un asesino y chef de hombres.
Para aquellos que tengan la tentación de igualar estas aisladas acciones con el canibalismo sistemático y ritual de algunos pueblos indígenas de América, Piqueras Céspedes deja claro que "aunque situaciones de hambre, en mayor o menor grado, se vivieron en casi todas las expediciones de este período, pocas veces se llegó al extremo de usar al indígena como despensa de emergencia". Además, la valoración por el resto de los conquistadores de este tipo de actos fue siempre de absoluto rechazo y repugnancia. Como prueba, reproducimos estas palabras del cronista González Fernández de Oviedo sobre un caso de canibalismo acaecido en la expedición de Ambrosio Alfinger al Valle de los Pacabueyes:
"Cosas han pasado en estas Indias en demanda de aqueste oro que no puedo acordarme dellas sin espanto y mucha tristeza de mi corazón"
En esta expedición de Alfinger se dio el caso de un grupo mandado a ciudad de Coro (hoy Venezuela) para poner a resguardo buena parte del botín de oro logrado hasta el momento. Pero el único que llegó con vida a Coro fue un tal Francisco Martín quien, ante un escribano, relató la terrible experiencia de aquel grupo perdido en un territorio desconocido y obligados a alimentarse solo de "palmitos amargosos" los días que había suerte. Solo la ingesta del desdichado perro del licenciado de la Muela alivió en algo la situación, pero pronto empezó la caza de indio, algunos incluso miembros del propio destacamento. La narración sorprende por su fría descripción de los hechos, como se ve en estos dos fragmentos:
"Y los otros dos habían muerto a una India que la llevaban y la habían comido y llevaban para el camino, y el dicho muchacho trajo un pedazo"
"Y mataron al indio y se repartió entre todos y lo comieron, aun que las uñas y los huesos se comieron, y durmieron allí aquella noche y asaron de los que quedó para el camino"
Estos relatos de Francisco Martín, segun Oviedo, "no pudieron oír algunos sin lágrimas y todos con muchos sospiros lo sintieron en el ánima". Especialmente porque los conquistadores caníbales "comían de aquellas carnes humanas tan sin asco ni pavor como si se hubieran criado en ello y para ello".
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