Al cielo con los pies en la tierra

Viendo la galería de fotos de Quitapesares, uno imagina que hay un paraje donde siguen de tertulia algunos de los inquilinos de esas imágenes: Camarón departe con Alfredo Kraus, El Pali con Jaime de Mora y Aragón, Rocío Jurado con el Beni de Cádiz. El mantenedor de esos encuentros se llamaba José Pérez Blanco, Peregil en los balcones de la saeta y tras el mostrador de su taberna.

En este mismo escenario quedó constituida la asociación de Amigos de Pepe Peregil. "Murió como persona, como cantante o cantaor, que le gustaba más, sus restos descansan en el columbario de la capilla del Museo, pero su legado permanece, esa generosidad con todos, sobre todo los más necesitados". Miguel Ángel Pérez de los Santos (Sevilla, 1948), ex hermano mayor del Museo, resume el sentido de la asociación, alejada de nostalgias lacrimógenas y fervores huecos.

Su bisabuelo paterno fue el auténtico Pérez Gil que cuatro generaciones después se encarnó en este nombre ya inseparable del arte y la gracia. Francisco el Bicho, abuelo de su mujer, bisabuelo de sus hijos José Juan, médico en Gibraleón, Álvaro, tabernero como el padre, y Ana María de las Aguas, fue uno de los pioneros de Manzanilla, su villa natal, que fundó ocho tabernas en Sevilla.

El servicio militar de Peregil fue el detonante de esta corriente de afecto. "Lo hizo en Aviación, en San Pablo, con Eduardo Jiménez, amigo común", recuerda Manuel Guerrero (Sevilla, 1945), agente comercial ya jubilado. Una amistad de la que participó el padre de Lourdes Suárez (Sevilla, 1976), consejera de belleza, secretaria de la asociación, la persona que recogió cinco mil firmas para rotular un espacio público con el nombre de Peregil.

La asociación celebrará su primera asamblea el 13 de septiembre en Quitapesares, un refugio de connotaciones freudianas, el nombre que patentó el suegro de Peregil, con el que se vino a trabajar de adolescente en la taberna de la Puerta Real. "Su primer apodo no fue Peregil, le decían Iríbar, era igualito que el portero del Bilbao", cuenta su hijo José Juan. El portero vasco supo del parecido cuando pasó por la taberna en la última visita del equipo de San Mamés al campo del Betis.

Aunque el nombre era de su familia política, él lo llenó de contenido. Han sido muchos los pesares que ha quitado. "La gente venía en peregrinación y muchos te decían que Peregil les había alegrado el día". Un médico a su manera, especialista en la psicología cotidiana. "Ya quisiera yo dar la mitad de salud que ha dado mi padre", dice su hijo médico.

Uno de los proyectos de la asociación es hacer coincidir cada aniversario de la muerte de Peregil (murió el 27 de enero de este año) con la entrega de un galardón a quien se distinga por sus valores solidarios. "Sabemos que los tiempos son muy difíciles, que Cáritas no puede más, pero hay que seguir su ejemplo".

También podrían reconocer al saetero del año. Un género de la casa. En una foto se le ve cantándole a la Humillación de la Cena desde el balcón del Rinconcillo. "Se murió con la pena de Santa Catalina". La primera saeta se la cantó en 1964 al Desprecio de Herodes de la Amargura. "Lo animó su suegro", dice su primogénito.

Queda en los rincones la química que hubo entre Peregil y Alfredo Kraus, quien atribuía a los flamencos esa capacidad que sólo tienen los niños cuando lloran "y nunca se quedan roncos". Queda constancia de la bendición que en la propia taberna le impartió Carlos Amigo Vallejo a una Virgen del Rocío de Manzanilla. "El cardenal estaba en un acto en los Terceros y mi padre fue a buscarlo".

Peregil fue objeto de una marcha procesional titulada Una saeta desde el cielo, que José Manuel Mena Hervás escribió de un tirón la misma noche de la muerte de Peregil. "Al día siguiente", recuerda Pérez de los Santos, "pusieron en el balcón de un médico desde el que le solía cantar a la Virgen de las Aguas el letrero Se vende".