De la Ciudad de los Reyes a Ciudad Real

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Este trinitario estuvo seis años en Sevilla, donde trabajó en la pastoral penitenciaria

Calle Rioja
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21 de abril 2025 - 03:07

Vive en Lima, pero a Ángel García Rodríguez (Valdepeñas, Ciudad Real, 1958) la noticia de la muerte de Mario Vargas Llosa el pasado Domingo de Ramos le cogió en su tierra manchega. Ángel se vio obligado a pasar toda la Semana Santa con los suyos. El 9 de abril, a las siete de la mañana hora peruana, recibió en la Comunidad Trinitaria de Lima la notificación del fallecimiento de su madre, María Rodríguez Prieto, Mariquita para los suyos, de la que 16 días antes se había despedido cuando la visitó en la Residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Ciudad Real. De Lima (la Ciudad de los Reyes) a Ciudad Real. Ese mismo día, el padre Ángel cogió un avión en el aeropuerto de la capital peruana y tras once horas y media de vuelo, un sobrino lo recogió en el aeropuerto de Madrid-Barajas para llevarlo al tanatorio.

Este trinitario estuvo seis años en Sevilla, donde trabajó en la pastoral penitenciaria

Le tocó el duro trance de oficiar el funeral por la mujer que le dio la vida. “En la homilía no sabía qué decir, pues en estos casos es el silencio, la fe y el amor a una madre lo que habla”. Así hablaba de la mujer a la que con 93 años le informó de que tras un largo periplo por el continente americano seguido de un paréntesis andaluz (primero Málaga, después seis años en Sevilla) en 2024 volvían a reclamarlo de aquellas tierras.

Todavía recuerda las palabras de María, su madre: “Te fuiste con apenas 19 años a América y como madre sufrí. Pero con fe en Dios acepté tu decisión misionera. Así que ahora no te preocupes por mí y vuelve a América donde has sido feliz durante tantos años y que se cumpla la voluntad de Dios”. Después de oficiar el funeral en el tanatorio, fue a decir misa en la Residencia de ancianos donde su madre pasó los últimos años, sin que un solo día, como ha querido recalcar, le faltara una visita de sus hermanos Mari Carmen, Rosario y José Luis y de sus cuñados Juani y Matías. Antes de celebrar la misa en Ciudad Real con los ancianos que compartieron el tramo final de la vida de su madre, Sor Antonia, portera de la residencia, le dijo: “Padre Ángel, no se esfuerce en rezar por su madre, pues su madre se sentía muy orgullosa de tener un hijo sacerdote y ella hoy desde el cielo es la que intercede por usted ante Dios para que continúe una labor misionera por esos caminos de América”.

En América había pasado más de treinta años como misionero. En marzo de 2024 volvía a esas tierras, destinado con otro padre trinitario a San Carlos de Ñuble, 500 kilómetros al sur de Santiago de Chile. Una parroquia rural de más de 30.000 feligreses con 19 capillas rurales. Todo ellos en una diócesis, la de Chillán, que cuenta con 28 sacerdotes para una población de en torno a 400.000 habitantes. Dejó Chile provisionalmente a la espera de una visa que ya ha recibido y mientras tanto desarrolló su ministerio en Perú, un país que conoce como la palma de la mano después de haber residido en él, entre Lima y poblaciones de la selva peruana, durante 23 años.

Este año celebra los 50 años de su comienzo del noviciado trinitario de Córdoba y en 2024 celebró sus 40 años de ordenación sacerdotal en Valdepeñas, su ciudad natal. A la que ha vuelto por la muerte de su madre y de la que en realidad nunca se marchó. En marzo de 2010, el año que le dan a Vargas Llosa el Nobel de Literatura, cruzó el Atlántico para asistir a las bodas de oro matrimoniales de su tío Pepe, hermano de su madre. Le animó a desempolvar sus recuerdos en el campo, sus anécdotas en siegas, vendimias, trillas. El resultado fue medio centenar de artículos que publicó la revista Jaraíz y que vieron la luz en un libro titulado Mi tío Pepe, el Labrador. Recuerdos que puntualmente su tío le mandaba a su sobrino cura en sus diferentes destinos de Chile, Argentina o Perú.

Es el cuarto libro de padre Ángel García Rodríguez. Antes publicó Gotas de Agua Viva (Lima, 1997), Vidas ejemplares de la Familia Trinitaria (Lima, 2012) y El Real Convento de la Trinidad de Málaga (Valdepeñas, 2016), éste en colaboración con Bonifacio Porres. Los meses que ha estado en Lima los ha aprovechado para terminar el que será su quinto libro, Padre Rafael. Un apóstol trinitario para Lima (Recuerdos, coloquios y docenas de testimonios). Convivió con el padre Rafael durante dos décadas y en Roma se le ha abierto su proceso de beatificación.

Vargas Llosa publicó La tía Julia y el escribidor y Ángel García Rodríguez Mi tío Pepe, el labrador. Un innovador, un pionero, con una riqueza de vocabulario del agro y de las faenas del campo. Con las tradiciones, los animales de carga, las procesiones, las fiestas en las que sonaba la música de Los Diablos, Los Brincos, Fórmula V, Lola Flores, Antonio Molina o Manolo Escobar, que hasta le dedicó una canción a Valdepeñas. La patria chica, tan grande, de la familia de este cura trinitario. La Valdepeñas que el 1 de julio de 1979 sufrió unas inundaciones que dejaron el saldo de 22 víctimas mortales. De la familia de su madre ya sólo le vive su tío Carmelo.

En el libro se habla más de vino que de agua: la vendimia, sus ritos, las bodegas. José Rodríguez Prieto, el tío Pepe del libro del sobrino cura, comparte cuna y segundo apellido con Leocadio Morales Prieto. El bodeguero de Valdepeñas que distribuía y vendía vino a Sevilla y en 1850 abrió un almacén de vinos y licores que ahora regenta su bisnieta, Reyes Morales, en la calle García de Vinuesa. En el año que celebra los 175 años de historia. Un segundo apellido que era el primero de Gregorio Prieto, pintor de Valdepeñas, artista de la generación del 27, amigo de Luis Cernuda.

El padre Ángel ha sido más asiduo a la Catedral de Lima que a la Catedral, el bar en el que Vargas Llosa ambientó una de sus primeras novelas, Conversación en La Catedral, la que convirtió a Zavalita en un icono de la literatura universal. Un local que el escritor visitó acompañado por sus hijos en un recorrido por algunos de sus escenarios literarios y que ya no funcionaba como bar, sino como taller donde sonaba la música de las sierras mecánicas. La otra Catedral, la de la capital del Perú, fue obra de Francisco Becerra, nacido en Trujillo (Cáceres), aunque vino al mundo cuatro años después de que muriera su paisano Francisco Pizarro, conquistador del Perú. Becerra dirigió las obras de las catedrales de Lima y de Cuzco. Nada que ver con las capillas rurales que ha tenido que recorrer Ángel García Rodríguez.

En una de las comunicaciones con su tío Pepe, el Labrador, le informa de que ha tenido que desplazarse desde Buenos Aires hasta Lima para sustituir a un padre trinitario. Dejó la diócesis rioplatense de la que entonces era arzobispo Jorge Mario Bergoglio, hoy el papa Francisco. Es licenciado en Teología por la Universidad Católica Argentina. Hizo dos másteres, uno de Comunicación Cristiana en la Universidad de Salamanca, otro de Ética y Desarrollo en América Latina en la Universidad Padre Hurtado de Chile. En Sevilla estuvo muy vinculado a las iglesias del Polígono San Pablo y trabajó de capellán en la prisión, un destino que también ha ejercido en sus destinos de Málaga y el Perú.

La comunicación es parte de su tarea pastoral. Realizó un curso de Producción y Realización Radiofónica en el Instituto Oficial de RTVE. En 2001 recibió el Premio Nacional de Medios de Comunicación de la Iglesia Peruana y ha trabajado doce años en emisoras de radio y televisión. El sobrino cura del labrador, que parece un personaje del Quijote, sí hizo el viaje a Indias que la fortuna siempre le negó a Cervantes. Para fortuna de sus lectores. El Sábado Santo, el trinitario manchego voló desde Madrid a una Lima ya sin Vargas Llosa.

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