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Sevilla

"Y Sevilla", así escribía Jesús Quintero sobre la ciudad que lo acogió

Jesús Quintero con la Giralda al fondo.

Jesús Quintero con la Giralda al fondo.

En 2013 un libro editado por el Ayuntamiento de Sevilla reunía "25 razones para conocer Sevilla" de la mano de personalidades del mundo del arte, el deporte, la política y otros ámbitos incluía la visión del malogrado periodista onubense, Jesús Quintero .

Entre los testimonios y experiencias sobre Sevilla recogidas en el libro estaban las de de Ferrán Adriá, la Duquesa de Alba, Ainoha Arteta, Sara Baras, Teresa Berganza, Vicente del Bosque, José Caballero Bonald, Plácido Domingo, Antonio Gala, Pau Gasol, Iñaki Gabilondo, Felipe González, Carlos Herrera, José Mercé, Lorenzo Milá, Rafa Nadal, Miguel Poveda, Sergio Ramos, Raquel Revuelta y por supuesto Jesús Quintero, quien escribía lo siguiente sobre Sevilla:

Pero qué decir de Sevilla, si hasta Manuel Machado, tan poeta y tan sevillano, después de piropear a todas las capitales andaluzas, en su Canto a Andalucía, al llegar a la ciudad del Betis se quedó sin palabras y sólo se le ocurrió una “y” para resumir tanta belleza… Y Sevilla. Sí, Sevilla.

La gran Sevilla, Roma triunfante en ánimo y nobleza, de Cervantes. La torre llena de arqueros finos, de Federico García Lorca, fundada por Hércules y amurallada por Julio César. Capital de la poesía y cuna de los más grandes poetas, desde Gustavo Adolfo Bécquer a Luis Cernuda.

La Sevilla sin sevillanos, de Antonio Machado, la de los días azules y el sol de su infancia que iluminaron la paleta de Velázquez y Murillo. La Sevilla típica, capital de la copla, con sus tonadilleras, sus maestros, sus toreros, sus gitanos, sus gitanas con su buenaventura, sus turistas, sus rincones morunos, sus noches flamencas.

La Sevilla que ha inspirado las más inspiradas óperas, patria de mitos universales como Don Juan y Carmen la cigarrera. Intérprete, como ninguna otra ciudad del universo, de la tragedia y la fiesta, de la pasión de la vida y de la pasión de la muerte, y hasta de la resurrección. Perfumada de incienso, azahar y dama de noche. Capital del Nuevo Mundo, Babilonia multicultural por cuyas calles transitaban aventureros, aventureras, pícaros, artistas, navegantes, sabios, prestamistas y banqueros de todo el orbe. La Sevilla roquera de Silvio, de Triana, de Lole y Manuel, la de la eterna rivalidad por la que la sangre nunca llega al río. Sevilla inmensa, inagotable, imposible de resumir en unas líneas y ni siquiera en un tratado, contradictoria, clásica y moderna, sentimental y guasona, fina y fría, bullanguera y seria, encerrada en sí misma y abierta, universal y provinciana, narcisista, a veces cateta, a veces ignorante de todo lo que no sea ella, a veces odiosa, a veces cruel con sus mejores hijos… Todo eso y mucho más, infinitamente más, es lo que uno percibe inconscientemente cuando llega a Sevilla y es lo que lo enamora, lo aturde, lo seduce… Porque a Sevilla, que es tanto y tiene tanto de lo que presumir, le basta con un guiño, una mirada, un gesto para dejarte rendido. No es su catedral, tan grande que sus constructores quisieron ser tomados por locos; ni su torre de encaje, ni la del Oro, ni su Alcázar, ni su romántico parque de los

Montpensier, ni los vestigios de sus exposiciones universales, ni la Puerta del Príncipe de su famoso coso, ni su celebrada Feria de Abril, ni su inimitable Semana Santa… Lo que al final te rinde de Sevilla es ella misma, su espíritu, su alma, algo inefable pero perfectamente perceptible por los cinco sentidos que te sorprende de golpe en un instante y que la hace única, distinta, inolvidable, tan indefinible que sólo cabe decir, como el poeta: Y Sevilla.

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