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Enrique Becerra

Como el coronel Aureliano Buendía

  • Con 22 años abre su fogón de Gamazo, tercero en la saga de taberneros. Cogió el oficio de su padre y se fue a vivir frente a la casa de vecinos donde nació su madre.

SALVO incursiones por París y León, este paseo por la memoria de Enrique Becerra (Sevilla, 1957) es un apasionante viaje de 360 grados sin salir de la plaza de San Román, un mar de recuerdos en el que desembocan las calles Sol, Matahacas, Peñuelas, Socorro y Enladrillada. "Nunca me he movido de estos alrededores".

Su madre, Valle Gómez, nació en una casa de vecinos de la calle Matahacas, y todos los días, sentada en la puerta, veía pasar a su padre, Enrique Becerra, camino de la taberna de la calle Recaredo. Surgió el flechazo y con él la estirpe. El primogénito, Enrique Becerra Gómez, nace en el número 33 de la calle Sol, hoy 47. Y 55 años después, apenas 55 metros separan esta casa de la que ahora ocupa en la calle Matahacas, frente al corral de su madre, en un piso de los que un promotor, cliente del Becerra de Gamazo, hizo en la antigua Fábrica de Aceites Torres y Rivelles.

En esas calles está toda la historia de este precoz tabernero. Su primer colegio estaba en la calle Socorro. Después irá al San Francisco de Paula, unas veces por Sol, otras por Peñuelas. No hizo falta que su padre, como el del coronel Aureliano Buendía de Cien años de soledad, lo llevara a conocer el hielo. "La calle Sol era un río subterráneo. Mi hermano Pepe y yo estábamos siempre con bronquitis asmática y mi madre fregaba con lejía las paredes del patio para que se fueran los virus". El número 43 de Sol era la casa del practicante.

Con nueve años, la familia se traslada al Muro de los Navarros, donde nace su hermano Jesús. "Desde que nos mudamos, mis padres siempre eligieron el último piso, y nos fuimos a un cuarto sin ascensor. Incluso en la playa, huyendo de las humedades".

En la iglesia de San Román se casan sus padres y se bautizan los dos hijos mayores. De aquí salía la hermandad de los Gitanos. "Nunca fui hermano. Mi padre, por razones de trabajo, no salió en ninguna y no me dejaba salir solo en una de Madrugada, así que fui hermano de San Roque". En la iglesia de San Román empieza la acción de la segunda novela del tabernero autor de El pintor de mujeres sin rostro. Esta plaza que recorre en circunferencia con el compás de la memoria es paso obligado entre San Luis y la Puerta Osario. Y recita de memoria el santoral de iglesias, conventos y barrios. "Sevilla, quitando a Roma, es la ciudad con más patrimonio histórico-artístico del mundo. El turismo religioso es muy agradecido y familiar, pero no sé por qué tiquismiquis los progres lo miran con recelo".

Hijo y nieto de taberneros, se independizó en el oficio en 1979, con 22 años. "La casa de Gamazo era de Trifón y de su hijo Rogelio. La firma del contrato la firmé vestido de caqui en el campamento del Ferral, en León". Abrió el año de las primeras elecciones municipales de la democracia, seis alcaldes lo contemplan, y su nueva novela la ambienta en la transición. "Todos los políticos pasaban por el bar de mi padre y yo era el que les daba de comer. El primer mitin legal del PSOE fue en el Casino de la Exposición. El ambigú lo llevé yo con dos cuñados y dos compañeros de Facultad, porque Fuerza Nueva había dicho que iba a dar caña".

En los metros que van de Sol a Matahacas aprendió lo que sabe del género humano. "En estos barrios se pasó mucha miseria como para que digan que aquí sólo viven señoritos. Si te cargas el centro, te cargas los barrios, la mayoría de los trabajadores del centro viven en los barrios".

El trabajo es su Universidad. "La luna de miel fue mi primer mes de vacaciones de mi vida". Fueron a París, a Italia y, con el dinero sobrante, a Chipiona. Es continuo el hormigueo de tráfico por San Román. "De niños jugábamos al tenis en el Muro de los Navarros sin que pasara un coche". Su hijo continúa la estela. "Es de la única promoción de cata y sumillería de la Olavide". A su hija le van más los hoteles.

El tabernero-novelista, amigo y anfitrión de Arturo Pérez-Reverte, ha sido testigo mudo, discreto, de muchos episodios de la ciudad. Uno de los mayores fiascos de su oficio fue el Mundial del 82. "Esperábamos mucho y fue un desastre". A modo de desagravio, el día que juró bandera en León, en presencia de sus padres, coincidió con el fallo de Cardeñosa ante Brasil en el Mundial 78 y la toma de dichos con el partido que España perdió con Irlanda del Norte en el Mundial 82. "Fuimos a celebrarlo a la Venta Ruiz y no había nadie, todo el mundo estaba en su casa viendo el fútbol". Vive en Matahacas, la calle más larga del mundo. "Va de Sol a Escuelas Pías, que antes era la calle Luna". En la calle Sol vivió Lola Flores y junto al bar El Uno de San Román una placa recuerda la saeta inmensa que Caracol le cantó al Cristo de los Gitanos. Junto al callejón de los Caracoles. "Los mejores de Sevilla".

Lo tiene todo a mano y en San Román se encuentra a sus amigas Amalia y Mercedes, boticarias de Gamazo esquina con Jimios y de Muñoz y Pabón, respectivamente. De Sol a Paracetamol.

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