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El corrector incorregible

ES el único español en una antología de escritores europeos y asiáticos de Nueva Zelanda que editó la Universidad de Wellington. Pero Hipólito G. Navarro (Huelva, 1961), sabe que las verdaderas antípodas de la gran ciudad con la que siempre soñó su padre son los pueblos.

Sus cuatro primeros años de vida los pasó en Santa Ana la Real, donde su padre lo llevó el día que llegó la electricidad, asombro colectivo que relata en Las medusas de Niza. De los 4 a los 9, vivió en Fuenteheridos, donde años más tarde conocería a José Bergamín, que con su hija Teresa plantó un ciprés en la intersección del camino de diligencias de Sevilla a Lisboa. De los 9 a los 17, la familia se traslada a Cortegana, en cuyo castillo se encerraba para leer en la habitación del alcaide y escuchar música de Pink Floyd y King Crimson.

Hizo cuatro veces las Américas y tres veces las Sevillas. De Fuenteheridos a Sevilla pasando por... Dortmund. A esta ciudad alemana emigró su padre en 1964. "Tiró de sus hermanos, que se llevaron a sus esposas,pero mi madre se negó a ir a Alemania". Hipólito González, su progenitor, hombre de campo curtido como leñador y talador, se vio en la ciudad alemana poniendo tornillos en una cadena de montaje de cajas fuertes "como pequeños ataúdes". Para desconectar, montó un bar de emigrantes.

Cuando su padre vuelve de Alemania, quiere para su familia una gran ciudad. La más cercana se llama Sevilla. Monta un bar en la calle López de Gomara. Se quedan en una pensión cercana. "Yo tendría 8 años. Mi abuelo me cogía de la mano y me enseñaba los sitios de la ciudad. La Plaza de España, el río, la Torre del Oro. Tengo un recuerdo más preciso de la fuerza y el calor de la mano de mi abuelo, de la seguridad que me daba, que de la ciudad".

El experimento no funcionó y volvieron a la sierra. Su padre había tenido un bar en Fuenteheridos, pero acabó harto de los borrachos. "En Cortegana montó otro bar, se unió a la caterva de borrachos y murió alcoholizado. Yo tenía 16 años recién cumplidos y mi padre 46".

La segunda visita a Sevilla, con Elvira, su madre, viuda, viene para estudiar COU en el instituto Bécquer, en la misma calle López de Gomara donde su padre montó el bar. "La ciudad me fascinó, pero el curso fue un desastre. Primero mi padre y ahora yo. Ésa era la calle de los fracasos". Por eso, dice que hizo primero de COU en Sevilla y segundo de COU en Aracena.

No hay dos sin tres. El hijo del emigrante vuelve a Sevilla a estudiar Biología. La dejó en tercero de carrera, pero se doctoró en amores y en botánica: allí conoce a Juana, su compañera, la madre de su hijo, estudiante de quinto de Arquitectura, su asesora en coníferas, estambres y pistilos.

En Biología fue donde despertó su vocación de escritor, que se consolida los cinco años (1984-1989) que pasa de corrector en Diario 16 Andalucía. Allí surge la primera reseña de su "pedantoteca": un elogio titulado Historia del cerco de Calonge cuando publicó El cielo está López.

Empezó a corregir textos en Editoriales Andaluzas Unidas. Pasó cinco años muy provechosos concibiendo logotipos, anuncios y vallas en Expansa, la agencia de publicidad de Antonio Cascales. Por allí vio fugazmente a Felipe González y Alfonso Guerra, al que conocería mejor a través del editor Mario Muchnik. "Mario fue el que me sacó de aquí. Tenía un lector magnífico, Marcelo Cohen, argentino. Leyó los dos primeros cuentos de El aburrimiento, Lester y me llamó para firmar el contrato".

Además de esa presencia en las antípodas, Hipólito G. Navarro está traducido a diez idiomas, incluidos el árabe y el húngaro, aparece en más de medio centenar de antologías de cuentos, publica en México y Argentina y tiene mano de santo con los Nobel. En Pekín participó con Cristina Fernández Cubas y Rosa Montero en un acto literario con el escritor chino Mo Yang, que después recibiría el galardón de la Academia sueca. Se repitió el talismán con Saramago, a quien le pidió un texto para la revista Sin Embargo mucho antes de ser una celebridad literaria. Volvió a funcionar con Mario Vargas Llosa, que le dio en 2006, cuatro años antes de recibir el Nobel, el premio que llevaba su nombre por Los últimos percances. Con ese bagaje, se pasa siete horas como corrector leyendo leyes y decretos en el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía. Bojas de hierba. Una garantía para el legislador.

Viajó a casi toda Europa con sus libros menos a Alemania. "Tengo ganas y ninguna. A veces creo que ese país me arrebató a mi padre, me quitó parte de la infancia con él por una ciudad industriosa llena de ruidos y martillazos".

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