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EDUCACIÓN

Cuatro de cada diez jóvenes de Sevilla usan el móvil más de cinco horas al día

Un joven mira su teléfono móvil.

Un joven mira su teléfono móvil. / Juan Carlos Muñoz

Un 36,20% de los adolescentes tiene un uso adictivo del móvil llegando a pasar unas cinco horas de media al día delante de sus teléfonos. Los utilizan principalmente para el puro entretenimiento: ver vídeos de Youtube, chatear por WhatsApp y, en los últimos años, han alcanzado una enorme popularidad TikTok e Instagram como ventana al mundo. Esta es una de las principales conclusiones del estudio que el inspector de Educación Samuel Crespo ha realizado a lo largo de seis años sobre una muestra de 2.400 alumnos de centros públicos, privados y concertados de Sevilla. “La alarma debe saltar en las familias si empiezan a sustituir eventos físicos por el uso del móvil”, explica a este periódico el experto y subraya que “aunque el entorno de sociabilizar haya cambiado [y las redes sociales tengan un gran peso], no evita que el niño deba tener ocio físico”. De hecho, indica que “ya da igual castigarlos sin salir”, porque se encierran en sus habitaciones con el aparato.

En esta línea, matiza que el debate no se puede reducir a “móviles sí o no en las aulas” ni tampoco “a la edad en que se comienzan a usar”. La problemática tiene una forma “poliédrica” con diferentes variables que van más allá de los jóvenes: la inmediatez, el querer que todo suceda ya, el consumismo exacerbado, el individualismo que caracteriza a la sociedad del siglo XXI, la crisis de las figuras de autoridad –padres y docentes principalmente– y la evolución del concepto de familia. “La adolescencia es un periodo precioso, pero también crítico”, apunta el experto. Más aún cuando se relacionan, se entretienen y aprenden en un mundo tan difuso y carente de barreras como el virtual.

Lejos de demonizar la tecnología y todos los avances que ofrece, Crespo considera que es “un buen siervo pero un jefe peligroso”. Lo que quiere decir que bien empleada ofrece –en el plano educativo– motivación, capacidad de interacción, participación e individualización de la enseñanza.

Prohibición en el aula

La restricción de los móviles –entendiéndola como no llevarlos o que estén apagados– mejora los índices de convivencia, disminuye los niveles de acoso y reduce las distracciones en los centros educativos. “Un adolescente puede tardar hasta 20 minutos en volver a prestar una atención larga y sostenida después de una simple notificación”, abunda Crespo.

Sí que es cierto que en muchos colegios de la ciudad son tajantes respecto al uso de estos dispositivos, llegando a sancionar con un parte disciplinario en caso de que se utilicen. Pero la atención que deben prestar en clase, también han de mantenerla en casa. Para ello, los progenitores no paran de buscar fórmulas que alejen las nuevas tecnologías de los más pequeños cuando tienen que estudiar o hacer los deberes.

Un adolescente mira una aplicación en su teléfono. Un adolescente mira una aplicación en su teléfono.

Un adolescente mira una aplicación en su teléfono. / Juan Carlos Muñoz

No sólo basta con activar el control parental –que muchos menores ya saben quitar con soltura–, algunos padres tiran de ingenio y recurren a cachivaches como las cajas de bloqueo con temporizador. Es el caso de Marta Delgado que, con tres hijos de 18, 16 y 12 años, enfatiza en que “la hora del estudio es sagrada”. “Hemos comprado un candado para el móvil que se programa para que se abra cuando pasa un tiempo determinado”, explica pero además apostilla que muchos de los deberes que mandan los centros educativos deben resolverse utilizando las nuevas tecnologías. Por tanto, de un modo u otro, “desde el colegio se está fomentando”.

No a la barra libre de datos

Crespo considera que “los colegios y los padres deben ir de la mano” para que los jóvenes hagan un uso responsable de los móviles. El experto indica que es necesaria “la presencia de límites que vayan a menos por parte de las familias” y señala que es importante que “los jóvenes perciban cierta confianza” por parte de sus progenitores para que tengan autonomía y puedan equivocarse con libertad. También es fundamental la comunicación: “Debe haber espacios para el diálogo, no puede haber pantallas a la hora de la comida o de la cena”. En el caso de Delgado, sí que asegura que mantiene una comunicación fluida con sus tres hijos y confía en ellos, pero no permite la “barra libre” de datos y al más pequeño le han comprado un reloj con el que puede hacer llamadas “únicamente a 10 números”.

Por otro lado, Rocío Rodríguez estableció diferentes pautas de uso del teléfono con sus hijos –de 16 y 14 años– cuando les dio su primer móvil a los 12 años. “Les he explicado que deben bloquear llamadas extrañas, que no hablen con desconocidos en redes sociales, que tengan claro que lo que escriban por WhatsApp ha de ser lo mismo que dirían en persona y, por supuesto, que eviten las faltas de ortografía”. Aunque admite que sí que intentan coger mucho el teléfono, también van “a muchas extraescolares y se autocensuran a la hora de estudiar”. Pero uno de los castigos que a veces emplea es “dejarlos sin móvil”, lo que significa que “los desconectas del mundo”.

El 'ciberbullying' se extiende como la pólvora

Rodríguez también narra a este periódico un episodio de ciberacoso que provocó que tuvieran que cambiar a su hijo de centro. “Cuando cursaba quinto de primaria, una niña se fijó en clase en la contraseña que utilizaba y se la robó. Empezó a utilizarla para insultar a otra niña, pero nos dimos cuenta de que él no podía ser porque , estaba en el fútbol a las hora en las que se enviaron los mensajes”. No obstante, explica que a pesar de contar con el apoyo del profesorado, la directora no hizo nada.

"Hasta el 65% de los casos de ciberacoso se podrían evitar si se trataran correctamente"

Sobre el asunto del ciberacoso, Crespo explica a Diario de Sevilla que hasta el 65% de los casos se podrían evitar si se trataran correctamente. También detalla que es una forma de violencia más instantánea que la física y que los dos géneros la ejercen de diferente forma: “Mientras que ellas emplean un estilo indirecto en el que A utiliza a B para meterse con C, ellos lo hacen de forma directa”.

Este es el caso de Paula Mateo, madre de una joven de 17 años y de un varón de 13. El pequeño sufrió ciberacoso por parte de tres compañeros de clase a través de WhatsApp. “Estaba con él cuando recibió un mensaje y me los enseñó todos”, narra esta madre que tuvo que sufrir el leer lo llamaban “maricón de mierda” o decían que sus padres no le querían y “por eso se separaron”. El resto de compañeros de clase lo sabían pero actuaron como “espectadores pasivos” hasta que se abrió un protocolo de actuación en el centro que se saldó con la expulsión de uno de los acosadores.

El experto apunta que cuando los adolescentes en fase temprana –con 10 o 12 años– presentan variables como una elevada soledad emocional o una escasa autoestima familiar y académica, “tendrán más probabilidades de padecer una situación complicada con móviles cuando entren en una etapa más adulta”. En este sentido, cuando el estilo de comunicación con los progenitores es autoritario, “hay más posibilidades de que el niño se convierta en un acosador”.

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