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Manuel García García, ex concejal

"En mi época no había mariscadas; un platito de gambas y si lo pagabas tú"

  • Dejó su puesto de la Encarnación para ser concejal de Sevilla en 1983.

Bisnieto, nieto e hijo de fruteros, Manuel García García (Sevilla, 1933) dejo su puesto en la Encarnación en 1983 para ser concejal de Sevilla. Tres años antes se había afiliado a Alianza Popular y había mostrado ya habilidades para la política. Hoy aún recuerda con ternura cómo, siendo un veinteañero, encabezó una iniciativa para conseguir que las plazas de abastos cerrasen el domingo. Junto con otros comerciantes, a principios de los 60, se reunió con el cardenal Bueno Monreal para pedir su mediación ante el entonces alcalde, Mariano Pérez de Ayala. Con soltura le convenció de que los placeros, católicos, no podían acudir a misa. Bueno Monreal le recordó que la misa del sábado por la tarde era ya tan válida como la del domingo. "Eso no parece ni misa ni nada, su Eminencia", espetó al cardenal, que no tuvo más que ofrecerse a mediar y el alcalde firmó a los pocos días la orden. Su buen talante le ha sido reconocido con medallas y la gratitud de policías y vecinos, que todavía le llaman delegado por la calle. Tras retirarse de la vida política, este comerciante cofrade volvió a ocupar cargos directivos en la Macarena, de la que su madre, que se llamaba Esperanza por la Virgen, le hizo hermano al nacer.

-Le faltaron unos días para cumplir los cuatro mandatos en el Ayuntamiento, el máximo hasta ahora.

-Sí, fueron 15 años y 11 meses. Salí como concejal para Madrid y volví dos días después y ya no lo era.

-¿Cómo fue eso?

-Fuimos dos oficiales de la junta de gobierno de la Macarena a la bendición de una máquina del tren Talgo a la que le habían puesto el nombre de Esperanza Macarena. A la vuelta, en la estación compro un periódico y leo: "En Sevilla el PCE gana un concejal más a costa del número 10 de la coalición AP-PDP-UL", que era yo. Mi partido reclamó y efectivamente, aunque el número 3 del PCE ya había prometido su cargo, vieron que había un error y yo juré un mes después.

-Quien le quitó su sillón ahora está en su partido, curiosamente, ¿no?

-Quién lo iba a decir. Juan Ramón Medina Precioso, que fue rector, era del PCE y ahora es un alto cargo en el PP. Las vueltas que da la vida.

-Usted ha vuelto de la política a su hermandad, ¿dónde es más difícil gobernar?

-Llevo 75 años como hermano. Estuve cuatro años de diputado mayor y, cuando entré en el Ayuntamiento, tuve que dejar el cargo porque las reglas lo prohíben, y luego volví con Juan Ruiz, como conciliario. Yo encantado, porque es lo que me gusta de verdad y ahora llevo ya un año como hermano mayor. El Ayuntamiento es muy difícil y la hermandad, aunque es muy grande, la llevo bien. Una clave: mis puertas siempre están abiertas.

-Ése siempre fue su estilo.

-Era el estilo de los primeros mandatos. Con Manolo del Valle como alcalde las relaciones humanas eran fabulosas. Yo, cuando veo por ahí a Manolo, le digo todavía alcalde, sin ser de mi partido, pero él supo darle a cada uno su sitio. La cosa ha cambiado por lo que veo.

-Bueno, en su último mandato ya las cosas eran distintas...

-Fue cambiando, pero por lo que veo ahora la concordia es difícil.

-Esta misma semana, en el Día de la Policía, el alcalde hizo un discurso muy contundente.

-Sí, yo acudí porque me entregaban la Medalla al Mérito Policial, por los años que estuve de concejal de Seguridad Ciudadana. Cuando llegué al Lope de Vega estuve por volverme; vi una aglomeración, me supuse que eran policías locales, y temí que me metieran una bronca. Pero luego pensé: conmigo no es, ni siquiera con mi partido.

-En su etapa también hubo grandes broncas con este Cuerpo.

-Fue más con los Bomberos, pero no fue contra mí. En una bronca grande en la Feria se me acercaron algunos bomberos y me dijeron: delegado, con usted no es nada, es contra el alcalde, que entonces era Alejandro Rojas Marcos. Pero yo estuve a su vera, como es natural.

-La convivencia fue difícil en esa época de pactos, ¿no?

-Sí, estuve con Alejandro [Rojas Marcos] como teniente de alcalde y delegado de la Policía Local y luego con Soledad [Becerril] como delegado ya del distrito casco antiguo. La convivencia fue difícil porque son dos personas de carácter fuerte y la verdad es que había que aguantar para que el pacto no se rompiera. Se tragó mucha quina. El resto de compañeros nos llevábamos bien.

-Y al final el pacto se rompió.

-Sí. Rojas Marcos exigía y exigía Urbanismo y Soledad, con mucha razón, le dijo que no. Y se rompió. Él ya lo tenía hablado por lo visto... y el PSOE le dio Urbanismo. Fue una equivocación muy grande de Alejandro porque, después de aquello, el PA casi ha desaparecido del mapa.

-¿Y cree que fue culpa de él?

-Sí, la gente vio que él y su partido sólo buscaban sus ventajas.

-Ahora hay otro pacto.

-Y está siendo nefasto.

-Usted también ha conocido diferentes estilos dentro de su partido.

-Estuve con Pedro Albert en el 83, él era el cabeza de lista y Arenas iba en el número tres como portavoz que era del PDP en Sevilla, el PDP de Óscar Alzaga. Aquella época fue muy bonita, yo tenía mi negocio en la Encarnación.

-¿Quién le llevó a la política?

-Ricardo Mena Bernal, que era el presidente provincial del PP. Yo ya me había dado de alta en Alianza Popular porque era lo más cercano a mis ideales. Yo dije que sí a Ricardo para que pusiera mi nombre en la lista, pero para no salir.

-Y salió.

-Un día me encuentro a Ricardo con Fernando Cano, el que va a ser este año el pregonero, y entonces me entero de que voy en el puesto diez, no en el quince. En las elecciones anteriores la coalición no había sacado ni un concejal.

-Albert estuvo poco tiempo.

-Él ya vio que no tenía mucho más que hacer y dijo: señores, yo me voy a abrir cabezas que es lo mío. Era neurocirujano. Entonces dimitió, el número dos era Jesús Barrigón, que tuvo problemas y se fue, y el tres pasó a ser portavoz, Arenas.

-Usted aguantó 16 años.

-Y no estaba cansado, quizás algo quemado y cuando cumplí los 66 años dije que ya no seguía. Con ocho años de concejal tienes bastante y si te gusta mucho la política puedes intentar que el partido te meta en el Parlamento.

-¿Ésa es una vida más cómoda?

-La obligación de un político municipal es estar disponible siempre. Se me ha dado el caso de llegar a la sede del distrito a las ocho de la mañana y encontrarme ya con Felipe El rojo, un presidente vecinal que era del PCE. Y me iba con él a tomar café y a intentar ayudarlo. Ahora hay más sectarismo.

-¿La política municipal de hoy es más partidista?

-Sí, la cosa se ha ido poniendo rara.

-Rara. Fíjese en el mercado de la Encarnación o en Mercasevilla...

-Pertenezco a la cuarta generación de una familia de hortelanos del Mercado de la Encarnación. Yo fui presidente de la cooperativa desde el 69 al 91, cuando entré en el gobierno. La alcaldesa me dijo que dejase ese cargo, aunque consulté y no era incompatible, pero bueno... lo dejé en manos de Alfredo Álvarez. Yo no entiendo mucho de arquitectura, pero esas setas... allí no las veo, quizás en la Cartuja. Además, sin posibilidad de que el cliente llegue en coche no sé si el mercado va a tener éxito. Yo espero que sí. Después de tantos años...

-¿Conoció el mercado provisional?

-Se hizo siendo yo presidente de la cooperativa. En aquella época el mercado eran 300 y pico de comerciantes que hubo que repartir entre cinco mercados. Se hizo el mercado definitivo del Tiro de Línea, el mercado de Bellavista, el de las Palmeritas, el provisional de la Encarnación y el de Pino Montano, también definitivo. De ellos siguen siendo provisionales la Encarnación, por poco tiempo, y Palmeritas, ya Bellavista se inauguró.

-¿Y Mercasevilla qué le parece?

-Mejor no hablar, yo pertenecí al consejo de administración siendo concejal y pensé que esto que estamos viendo jamás podría ocurrir.

-En su época no había mariscadas.

-No, no. Bueno las había si las pagabas de tu bolsillo. Nos podíamos comer un platito de gambas, pero esas mariscadas... nunca. Y en la caseta municipal, en la Feria, yo he visto la friturilla de Juliá.

-¿La Expo es la etapa que con más gratitud recuerda?

-Sin duda. Ha sido la única vez, y no es presumir, que la Policía Local y la Nacional han trabajado coordinadas. Recuerdo esa gran compenetración con José Luis El Chato Morales, jefe superior de la Policía.

-Y entonces no había Cecop.

-Nada, funcionábamos a telefonazos. Y no pasó nada. En el 93 me dieron la Cruz al Mérito Policial, siendo ministro un socialista, Corcuera, con un delegado de Gobierno socialista, Alfonso Garrido, y un jefe de Policía que, aunque él decía que era un profesional, yo siempre pensé que estaba cerca del PSOE.

-Eso para usted nunca ha sido problema, ¿no? Creo que tiene fotos con mandatarios dispares.

-Por ejemplo, con Fidel Castro cuando vino a la Expo. No hay que dudar para nada de mis ideales políticos y religiosos, pero yo pensaba que Fidel, para bien o para mal, era una figura mundial. Es como cuando te hablan de Franco, siempre digo que ha sido una figura de España y, por lo tanto, a mí me hubiera gustado darle la mano a Franco, cosa que no pude hacer. Bueno, Soledad Becerril dio la orden a mi grupo de que no asistiéramos a la recepción de Cuba, sí a la de antes, que era de Costa Rica. Yo, como tenía radio de la Policía, me quedé atrás con mi chófer y cuando el coche de Castro pasó por la Puerta Jerez, nos adelantamos para llegar justo a tiempo de saludarle. Y así fue. Y tengo la foto.

-Usted que ha vivido épocas distintas, ¿cómo ve el panorama actual?

-Da la sensación de que ahora sí puede haber un cambio. Estuve en la presentación del libro de Zoido y vi caras de gente que ha estado volcada con el PSOE y estaba allí; uno, que ya tiene una edad, y conoce muchas historias...

-Y estaban Zoido, Arenas y Rajoy.

-La gente huele el cambio.

-A los primeros los conoce bien.

-En el 2007 cerré la lista de Zoido, algo honorífico casi, con él tengo relación porque mi mujer trabaja en el grupo y él y su hijo son hermanos de la Macarena y vienen por la basílica. A Javier lo conozco desde que era un niño y hace 25 años que lo hice también hermano, a él, a Rafael Barbudo, José María Ferre y Felipe Rodríguez Melgarejo.

-¿Qué Sevilla le gusta más? ¿La de ahora o la de antes?

-La de ahora no me gusta. Hay cosas que están bien, pero se han hecho regular. Me gusta la peatonalización, pero el Metro tren que han hecho es más lento que el tranvía de la Puerta Real y se han gastado un capital cuando con cuatro o cinco microbuses eléctricos se hubiera cubierto ese problema; el sentido único de la Ronda se ha hecho sin prevenir los colapsos que produce; y el plan del centro, que ya lo intentó Guillermo Gutiérrez en los 80, no ha tenido en cuenta que no hay aparcamientos. Los carriles bici están bien, pero no los haga todos a la vez... Y Sevilla está muy sucia.

-Eso lo cuidaba mucho Becerril.

-Para eso era muy especial. Y ahora hay mucho gamberrismo, destrozos ya en la Plaza de España...

-En su mandato ya empezó el fenómeno de la botellona.

-Me cogieron los primeros años de esa movida. Y conseguí quitarla de algunos sitios, como Los Remedios. Se iban a otro sitio... pero los vecinos descansaban un tiempo.

-¿Y cómo lo hizo?

-Le decía a mi conductor que se llevara el coche a casa y que luego me recogiera a la una de la madrugada. Yo, por la radio, hablaba con el jefe de la Policía Local, Ángel Rico, y los agentes que estaban en la calle sabían que los jefes estábamos por la calle. Hay un refrán que dice que el ojo del amo engorda al caballo.

-No se escaqueaban, quiere decir.

-Claro. Y cogí un día un autobús y llevé a los periodistas a San Lorenzo a las tres de la mañana, con Soledad Becerril. Botellas, plásticos, orines que entraban en la basílica... Intenté quitarlo y lo conseguí.

-¿Tenía menos medios que ahora?

-Sí, pero había mucha voluntad por parte de la Policía Local. El tema de San Lorenzo se quitó de una forma casi, no voy a decir ilegal, pero casi casi porque la Policía se impuso en los dos o tres sitios donde se sabía que vendían botellonas y dijo que si esos negocios no cerraban a las 11, serían clausurados. Y en dos o tres semanas se arregló.

-¿Y el botellódromo?

-No me gustan los guetos. Lo suyo sería que los negocios acordaran bajar un poco el precio de las bebidas. Hay que tirar de imaginación.

-Es necesario en época de crisis.

-La cosa está mal. Y muchas infraestructuras también se van a parar de momento. Hay poco dinero.

-Para el Metro, por ejemplo.

-Yo todavía no me he montado. Una línea no sirve para mucho.

-Entonces dice que se fue conforme, ¿no le quedó una espinita? Estar en Fiestas Mayores.

-Eso sí, cuando Jaime Bretón se fue como adjunto al Defensor del Pueblo pensé que el cargo era para mí, pero fue para Adolfo Lama.

-¿Le dolió?

-Es de las pocas cosas que sufrí en política. Para un sevillano que le gusta Sevilla es el cargo político más bonito. Pero Soledad no quiso.

-Usted tenía el perfil para hacer de puente entre la ciudad y las cofradías. Un binomio complejo.

-En el mundo de las cofradías se mueven alrededor de 100.000 hermanos sin contar con miles de devotos que no lo son. En Sevilla hay que contar con las hermandades, que no se meten en política y hacen una labor social importantísima.

-Hay veces que la política sí ha salpicado a las hermandades, ¿no? El fajín de Queipo...

-Es algo muy curioso porque hay muchas hermandades que tienen fajines de Franco y nadie dice nada. Hace mucho que la Macarena no usa el fajín de Queipo porque, entre otras cosas, está en una cajita guardado por lo antiguo que es. A la Virgen se le pone el de Bohórquez o el del hijo de Queipo de Llano, Gonzalito le decíamos en la hermandad.

-Usted conoció a Queipo.

-Sí y tengo una foto con él en el 42, cuando la Virgen volvía a San Gil ya arreglada después de la quema.

-¿Cree que se habla demasiado ahora de la memoria histórica?

-Y se habla poco de Paracuellos del Jarama y los que fusilaron allí. La Transición es lo mejor que se pudo hacer para olvidar y perdonar unos y otros. La memoria histórica hay que dejarla ya a los historiadores.

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