El escritor que hizo realismo mágico sin poner los pies en Indias
Andrés Amorós dedicó a Cervantes su discurso de recepción en Buenas Letras
A Cervantes no le dejaron viajar a Indias, pero se adelantó en más de tres siglos al realismo mágico. El mismo día que el Gobierno nombraba al nuevo director del Instituto Cervantes, Andrés Amorós hablaba en la Academia Sevillana de Buenas Letras del autor del Quijote como pionero que prefiguró los conceptos que después harían suyos Carpentier, Borges, García Márquez o Cortázar. No le hizo falta viajar hasta la India para descubrir, como le pasó al autor de Rayuela, que en un día caben ochenta mundos.
A Andrés Amorós (Valencia, 1941) lo habían propuesto como académico Rogelio Reyes, Vicente Lleó Cañal y Jacobo Cortines. Amorós hablaría de verdad poética y verdad histórica; lo presentó un poeta, Jacobo Cortines, y lo recibió como académico una historiadora, Enriqueta Vila, directora de la de Buenas Letras y nueva académica de la de Historia.
"Lo siento, no he nacido en Sevilla". Valenciano de cuna, Guardiola de segundo -"significa hucha en catalán"- recordó una frase de su maestro Diego Angulo, que de mayor quería ser sevillano serio. "Ya soy mayor y sigo aspirando a lo mismo". Estableció un paralelismo entre Velázquez y Cervantes, un sevillano de cuna, otro de adopción, unidos por la fascinación que ambos sienten por Italia, por la actitud moral que estaba en los cimientos de su estética, esa Constitución del espíritu según la cual "nadie es más que otro si no hace más que otro". Contrapunto de una inane igualdad que no les impedía, con la pluma o el pincel, "tratar igual a un rey que a un bufón, a un duque que a un pícaro". Actitud moral que comparte Amorós y que le permite afrontar con idéntico rigor estudios sobre la obra de Valera o La venganza de don Mendo.
El académico ensalzó los secretos interiores de la ciudad, los menos académicos en el sentido profano del término, con las Buenas Letras de los mejores guías: "Blanco White y Bécquer, Antonio y Manuel Machado, Salinas y Cernuda, Chaves Nogales y Antonio Burgos". Y con la orientación de su esposa sevillana, Auxiliadora Cuaresma, nacida en Utrera.
En su discurso se detuvo en los capítulos 22 y 23 del Quijote, en la cueva de Montesinos que, como tituló su pieza, permite que todo sea posible en Cervantes. Los juegos entre sueño y vigilia, entre realidad y fabulación, la lúcida ceguera de Homero y Max Estrella, los silencios de Dulcinea evocados por quien es hermano del Silencio, hermandad cuyas reglas redactó Mateo Alemán. "El Quijote es nuestra Biblia", dijo Amorós, y en esa cueva de las lagunas de Ruidera imaginada desde Almagro Cervantes se adelanta a Freud, al manifiesto Surrealista y a la noción del tiempo de Henri Bergson. El aficionado a los toros saludó a Remedín Gago, viuda de Manolo Vázquez, y a David González, que le editó una novela inédita de Sánchez Mejías.
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