Lugares malditos... Calle Matahacas

Una familia golpeada por la tragedia

  • En el portal del número 5 de esta céntrica calle se llevó a cabo una venganza, hace ya doce años, por un homicidio cometido tres meses antes en un bar de Los Bermejales. La víctima era el tío de una chica muerta en el derrumbe del Bazar España. Es uno de los dos crímenes que quedan por resolver en Sevilla capital.

EL lugar maldito de este domingo es la calle Matahacas, por tratarse del último episodio de una serie de sucesos que golpearon una y otra vez a una misma familia, pero también podría serlo la esquina de la avenida de Miraflores sobre la que se levantaba el antiguo Bazar España o una cafetería de la avenida de Europa, en Los Bermejales. Los tres sitios están vinculados para siempre a la familia Barroso Albarrán, que fue golpeada hasta tres veces por un destino, azar o fuerza mayor que pareció cebarse a conciencia con sus miembros.

Todo comenzó la tarde del 31 de diciembre de 1998, cuando el viento huracanado de aquel día derribó el muro del antiguo bazar España sobre una parada del autobús de Tussam. Cinco personas que allí esperaban murieron sepultadas en los escombros. Una de ellas fue Ana María Barroso Albarrán, de 17 años. Su madre, Ana Albarrán, se convertiría en la portavoz de las víctimas durante un largo litigio que terminó con las familias de las víctimas sentando en el banquillo de los acusados al Ayuntamiento de Sevilla por su presunta responsabilidad en el accidente. El juicio arrancó pero se interrumpió a principios de 2003, después de que las partes alcanzaran un acuerdo económico.

Con el dinero de aquella indemnización, Ana Albarrán y su marido, Juan Pedro Barroso, abrieron un negocio en Los Bermejales, el bar La Victoria, situado en la avenida de Europa, el bulevar principal del barrio. Con este establecimiento intentaron pasar página tras el largo pleito del Bazar e ir recomponiendo poco a poco sus vidas tras la pérdida de su hija. El destino les guardaba todavía un par de golpes muy duros. El primero de ellos ocurrió la noche del 6 de julio de 2004 en el bar de Los Bermejales.

Aquella noche, un grupo de traficantes de droga de etnia gitana entraron en el bar y reclamaron a Juan Pedro una deuda de 300 euros que otra de sus hijas había contraído con ellos. En el establecimiento se generó una bronca en la que participó Francisco, hermano de Juan Pedro, que se encontraba allí. Entre amenazas, empujones y golpes, la reyerta fue subiendo de tono hasta que Juan Pedro sacó una escopeta de caza para ahuyentar a los delincuentes que le exigían el dinero. El hostelero abrió fuego una sola vez. El disparo alcanzó a Francisco Iglesias Salazar, que cayó muerto a las puertas del bar La Victoria. Juan Pedro fue detenido como autor del homicidio y su familia comenzó a recibir amenazas de muerte.

De nada sirvió ni la protección policial ni los cambios de domicilio. Cuando se cumplieron exactamente tres meses del suceso de Los Bermejales, la noche del 5 de octubre de 2004, un pistolero descerrajaba tres tiros en la cabeza a Francisco Barroso, el hermano de Juan Pedro, en el portal de su casa. Vivía en el número 5 de la calle Matahacas. El asesino se cubría la cabeza con una gorra roja. A unos metros le esperaba un cómplice con una moto en marcha. Los dos recorrieron la calle Matahacas a contramano hasta alcanzar la Puerta Osario. Ahí se pierde su rastro.

El homicidio de Juan Pedro Barroso es uno de los dos crímenes por esclarecer que quedan en Sevilla capital en los últimos años. El otro es el de Fernando Mula, hallado muerto en su casa de la calle Mirlo, de Los Pajaritos, que abrió esta serie sobre los lugares malditos de la ciudad. En la provincia quedan otros casos, como el del vigilante de El Viso tiroteado en un atraco o de la mujer hallada muerta en su casa en Pilas el año pasado. La Policía investigó el entorno de los Iglesias Salazar a fondo pero no pudo encontrar ningún indicio de su participación en el crimen. Era una venganza, obviamente, pero jamás se pudo hallar a su autor. Lo último que se supo del caso fue que podía haber sido obra de dos colombianos, pero uno de ellos se encontraba en prisión por entonces y esa línea de investigación entró en vía muerta.

Otro de los misterios que quedará para siempre sin esclarecer fue quién proporcionó la dirección de la víctima a los asesinos si la familia estaba sometida a vigilancia policial desde tres meses antes. Quien fuera lo llevará en su conciencia, porque la Justicia nunca pudo probarle nada, como tampoco pudo encontrar al tipo de la gorra roja que asesinó al tío de aquella adolescente que murió casi seis años antes en el derrume de un bazar situado no muy lejos de su piso de Matahacas.

Juan Pedro sólo fue condenado a un año de cárcel porque el jurado estimó las atenuantes de legítima defensa, miedo insuperable y confesión. Estuvo sólo seis meses y fue indultado. Años después, Hacienda les reclamó buena parte de la indemnización del bazar. Otro golpe más.

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