La fotogenia de las hormigoneras

En la muerte de Gregorio Conejo

Fue muchos años relaciones públicas del Betis. Vivió el España-Malta del 83 con Paquirri en el palco y con Miguel Muñoz en el banquillo. Ha muerto en su pequeño pueblo malagueño del que se vino a Sevilla con ocho años.

Gregorio Conejo, flanquetado por Serra Ferrer (i) y Curro Romero (d). / Juan Carlos Muñoz

Se ha muerto el día de un Malta-España. El 21 de diciembre de 1983 del 12-1 del España a Malta, Gregorio Conejo (Valle de Abdalajís, Málaga, 1944-2019) vio el partido en el estadio Benito Villamarín. Los ocho primeros, en el palco con su amigo Francisco Rivera Paquirri; los cuatro restantes, incluido el decisivo de Juan Señor que le dio a España el pasaporte para la Eurocopa de Francia 1984, los vio en banquillo de la selección. La foto del pitido final de Gregorio abrazado a Miguel Muñoz que les hizo Atín Aya la tenía el seleccionador enmarcada en su casa. Gregorio llegó a Sevilla con ocho años. Benjamín de seis hermanos nacidos en un pueblo malagueño de la cuenca del Guadalhorce de historia romana y nomenclatura árabe. Me cupo el honor de invitarlo a dar la vuelta a la plaza de España y sentarlo en el banco de Málaga, por orden alfabético entre el bueno del juez Rico Lara en el de Madrid y García Tortosa, el traductor del Ulises de Joyce, en el de Murcia. Allí me contó a grandes rasgos su exagerada vida, como el Martín Romaña de la novela de Bryce Echenique. Fue relaciones públicas del manque pierda y se va tras la hormigonera de Távora y la zurda de caoba de Rogelio Sosa.

Se dedicó a la compraventa de maquinaria de la construcción. Presumía de haber vendido más de tres mil hormigoneras, artilugio en el que era un experto. Igual que los bibliófilos van a Francfurt a ver libros o a la Bienal de Venecia a ver cuadros y a Cannes a ver películas, Gregorio iba a Munich, Bolonia, París, Zaragoza y otras ciudades con ferias agrícolas. Nunca faltaba a la de Zafra, ciudad extremeña conocida como Sevilla la chica. Una hormigonera de Gregorio Conejo fue una de las novedades de la obra de Salvador Távora 'Herramientas', que decía con mucha gracia que era el actor que menos problemas le había dado. Con catorce años conoció a Filomeno de Aspe y a Benito Villamarín, un gallego que se dedicaba a la exportación de aceitunas y presidió el equipo de sus amores, el Betis, del que Conejo hizo socio de honor a Julio Iglesias, del mismo modo que hizo a Butragueño y Gordillo hermanos de los Negritos, cuya Virgen de los Ángeles, en vías de ser coronada, lo recibirá con los brazos abiertos.

No faltaba un solo domingo a la misa en la ermita del Rocïo después de darle los buenos días a Ángela Goiburo, en el puesto de calentitos del Postigo. Cuando Spielberg eligió Trebujena para ubicar el Shangai de la película 'El imperio del sol', Gregorio le vendió a la productora maquinaria. Conservaba como fetiche una aspirina que le regaló el cineasta. Carmen Albéniz le enseñó a bailar sevillanas, la misma profesora que adiestró en ese género al actor Paco Rabal. El personaje Conejo se tragó a la persona Gregorio, un tipo bueno en el sentido más machadiano de la palabra, siempre presto a ayudar a los demás, en especial a la grey de la canalla. Fue el enviado especial de todos nosotros en la finca la Cantora, cuando nos contó con pelos y señales el bautizo de Paquirrín. En la exposición de fotos que Pablo Juliá acaba de inaugurar en Cádiz aparece Gregorio Conejo consolando a Isabel Pantoja en el funeral de Paquirri, que murió por las heridas en la plaza de toros de Pozoblanco unos meses después del España-Malta.

Hace 25 años, fue, junto a Borbolla, José el de la Tomasa o Rogelio Trifón uno de los expedicionarios del viaje a Burgos que certificó el regreso del Betis a Primera en la primavera de 1994 después de tres años de travesía del desierto. Me gustaba hablarle de John Updike, que convirtió a Conejo en el personaje de una saga literaria. Conejo de primero, Muñoz de Toro de segundo, añadido taurino que atribuía a un antepasado que obtuvo la gloria por unos hechos militares en la ciudad zamorana. Siempre le alegró la vida a los demás, pero cuando le tocó hacerlo con la propia, se quitó del mundanal ruido y varios amigos le buscaron acomodo en una residencia de su pueblo regentada por religiosas. De la fotogenia en Pineda, la Maestranza o el Rocío, del codo a codo con reyes de la farándula, al ostracismo de un cartujo anónimo. Genio y figura. Magnífico anfitrión en la caseta El Patio de la que era socio, obsequiaba a los amigos que tenían cristuras en edad de disfrutar de la calle del Infierno fichas para las atracciones. En su piso de la calle Almirantazgo, entre el Postigo y la plaza del Cabildo, organizaba cada Semana Santa un palco de amigos donde siempre había amistad, recogimiento y saetas. De los dominios del Baratillo, salió de nazareno con los Estudiantes. Convenció a Rafa Gordillo para que quien firma se convirtiera en su biógrafo. Gregorio Conejo, trotamundo del Betis, trotabetis del mundo, le puso lírica a las hormigoneras.

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