El guardián de los secretos del agua que se protege en Sevilla
El Acuario de Sevilla acoge un nuevo proyecto de concienciación sobre la conservación de especies con el ajolote como protagonista
Es un anfibio de origen mexicano en severo peligro de extinción
Un recorrido en imágenes por las novedades del Acuario de Sevilla
El Acuario de Sevilla no es un simple expositor de fauna acuática. Desde hace años, las instalaciones se han convertido en un importante instrumento para la divulgación, investigación y concienciación de la conservación de especies, con un enfoque particular en la importancia de la protección de los hábitats y la conexión entre los ecosistemas fluviales y marinos.
En este contexto, unos nuevos inquilinos acaparan desde hace algunos meses las miradas de grandes y pequeños. Se trata del ajolote, una especie de anfibio endémico del sistema de los lagos en México y que tiene un gran simbolismo en la cultura del país, pero al que factores como el turismo masificado, la introducción de especies invasoras que depredan sus crías o la contaminación, lo han situado en un estado crítico de desaparición.
Más allá de la simbología, la especie es de gran valor para la ciencia. La principal característica del ajolote es su asombrosa capacidad para regenerar prácticamente todas las partes de su cuerpo, incluyendo órganos vitales como el corazón o el cerebro. Incluso si la médula espinal sufre una lesión logran recuperarla. Esa capacidad hace entender el interés de los científicos por él.
“Es un animal muy querido y conocido, lo que hace que tenga un poquito más de interés”, explica Rocío Alcázar, gerente del centro. “A nivel divulgativo, es un animal muy interesante”, añade.
En el Acuario de Sevilla hay siete ejemplares juveniles de ajolote que rondan entre 15 y 18 centímetros de longitud. Difícilmente podrán retornarse a su medio natural, pero en las instalaciones se garantiza la conservación de la especie y, llegado el caso, facilitar la investigación. Están en un acuario de 400 litros justo al final del recorrido de zonas húmedas. El tanque en el que viven ha sido cuidadosamente diseñado para recrear fielmente su hábitat natural, con un sustrato de arena fina y plantas acuáticas.
El equipo de biólogos del Acuario se encarga del mantenimiento diario, incluyendo alimentación y limpieza, siempre a la vista del público para explicar su labor. Son intrépidos, escondidizos hasta el punto que cuesta localizarlos y, sobre todo, “conectan muy bien con los niños por su apariencia amigable y su expresión de sonrisa permanente”, reconoce Alcázar. Y es que, además de su habilidad regenerativa, el ajolote destaca por mantener durante toda su vida un aspecto juvenil similar a un “dragón”, que lo hace muy atractivo para los más pequeños. De ahí que este año, explica la gerente, “los campamentos de verano girarán en torno a este animal, permitiendo a los niños conocerlo en profundidad y aprender sobre la importancia de cuidar su hábitat”.
La especie ejemplifica la tarea del Acuario para concienciar sobre la amenaza que enfrenta la especie y la importancia de proteger su hábitat. Pero, aunque es la gran novedad, es sólo una muestra de un proyecto de divulgación y de concienciación más amplio. Junto a los ajolotes, la exposición cuenta con otro curioso anfibio, el saltarín del fango, que a pesar de tener branquias pasa más tiempo fuera que dentro del agua gracias a una especie de bolsas en los lados de la cara que le permiten respirar en tierra. El ajolote, en cambio, pese a tener branquias externas y pulmones, y ser capaz de estar tanto dentro como fuera del agua, normalmente vive dentro.
El Acuario de Sevilla ha ampliado su enfoque en la conservación, pasando de un proyecto inicial centrado en tortugas marinas a tener ahora proyectos con cinco especies: el pez guitarra, el coral naranja, el salinete, el caballito de mar y la anguila. Otra novedad son las pirañas, que han sido introducidas en un tanque reformado para ser de agua dulce (anteriormente de agua salada). “Se eligió porque es un animal que llama mucho la atención del público, lo que permite utilizarla como gancho para contar historias sobre la importancia del ecosistema y el cuidado para evitar la desaparición de especies debido a la mano humana o la introducción de otras”, explica Alcázar.
Y todo, con un hilo conductor con la ciudad y el río como eje local crucial. Para ello, y en una posición muy significativa, los dos primeros tanques del Acuario están dedicados al Guadalquivir. Uno muestra especies autóctonas, con esturiones traídos del Adriático porque el nativo está extinto; y, el otro, con especies introducidas como la carpa, el blas blas o el lucho, que muchas personas creen que son los animales propios del río, pero cuya presencia interfiere negativamente con las especies autóctonas. En su conjunto, las instalaciones cuentan con 400 especies y más de 7.000 ejemplares.
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