tribuna de opinión

La herencia de nuestros abuelos

Un abuelo con su nieto

Un abuelo con su nieto / DS

Hace poco, dejé caer un puñado de lágrimas mientras veía a mi abuelo dando de comer a mi abuela, cada vez más afectada por el Alzheimer, en el comedor de su casa donde tantas Nochebuenas habíamos pasado. Aquella mesa es un símbolo que representa el paso del tiempo en mi familia, pero también nuestro espíritu de unión. Hace años que debemos sortear dificultades para reunirnos la noche del 24 de diciembre en ese apreciado lugar. El año pasado, mi abuelo estuvo cerca de enfilar la puerta del cielo y, estas Navidades, los nietos hemos pedido que la celebración de Nochebuena sea, como siempre, en dicho comedor.

A unos metros de aquella mesa está el sofá del salón donde vemos el discurso del Rey. Allí, he compartido memorables tardes de fútbol con mi abuelo, en la misma televisión que sigue siendo testigo de nuestras reuniones familiares. El mejor recuerdo que tengo es la victoria ante Alemania en el Mundial de Sudáfrica 2010, que nos llevó a la final. Otros momentos más duros hemos vivido viendo al Atlético de Madrid, pasión que compartimos. También tengo marcado el peor recuerdo que viví con él. Por suerte, a día de hoy, es sólo una pequeña anécdota con un gran simbolismo.

Mi abuelo siempre fue un ejemplo para mí; empresario hecho a sí mismo, había perdido a su padre con 14 años, teniendo que dejar los estudios para ayudar a su madre y, a los 18, se mudó de Úbeda a Madrid a vender zapatos. De pequeño, yo había escuchado a mi familia criticar a Zapatero. Una vez, sentado en aquel sofá viendo el telediario con mi abuelo, se me pasó por la cabeza repetir las críticas que había escuchado en mi casa hacia el presidente del Gobierno. Aquel fue el inicio de una discusión con él, que acabó llamando a mi madre para que me recogiera cuanto antes de allí. Ese día, descubrí un detalle que había pasado por alto: mi abuelo es de izquierdas y por eso nunca se habla de política en el comedor. ¿La razón? La misma que sigue dividiendo España en dos mitades: la memoria histórica. Mi abuelo siempre identificó el fusilamiento de su padre, por parte del bando nacional en la Guerra Civil, con la derecha política.

Esa es la huella de una generación diferente, que vivió una vida difícil y que se impuso a las adversidades. También es la evidencia de que hay heridas que ni una vida entera puede curar. Pero las heridas no se contagian y desde el 39 ya han pasado tres generaciones, las suficientes como para no cargar también nosotros con la guerra que enfrentó a los padres de nuestros abuelos. Observo cómo los partidos políticos meten el dedo en la llaga de la confrontación, haciéndonos partícipes de guerras pasadas y tomando este asunto como pretexto para hacer campaña.

Jamás volví a tocar aquel tema con mi abuelo delante y mi familia sigue unida más allá de discrepancias ideológicas. Y, entonces, pienso que la verdadera herencia que nos dieron nuestros abuelos en este país es el espíritu de unión. Aquel que muchos de ellos tuvieron en un pasado común, el de una generación que vivió dos o tres cambios de régimen y protagonizó la Transición, el que vemos en los bares cuando la selección juega el Mundial. El mismo que hará que compartamos comedor, por encima de nuestra diferencias, esta Nochebuena.

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