Calle Rioja

La insoportable levedad del no estar

  • Amigos, compañeros y antiguos alumnos reivindican el legado y la poesía de Carlos Wamba, profesor de Filosofía en el Velázquez que como poeta murió “casi inédito”

Juan José Téllez, José Julio Cabanillas, Jesús Aguado y Elena González, en el homenaje a Carlos Wamba.

Juan José Téllez, José Julio Cabanillas, Jesús Aguado y Elena González, en el homenaje a Carlos Wamba. / Juan Carlos Muñoz

DESDE que se conocieron en los boy scouts, Juan Antonio Rodríguez Tous y Carlos Wamba llevaban 47 años celebrando juntos los cumpleaños. A menos de un mes de cumplir los 25, el 31 de mayo de 1985, con Ramón Carande y Alfonso Guerra de padrinos, estos jóvenes filósofos presentaron los primeros números de las revistas Er y Rara Avis. Con ellos, cómplices metafísicos, Manuel Barrios Casares, Manuel Ignacio Ferrand, Paco Martínez –sin Soria– y David Fernández-Viagas. De todos ellos, al acto de ayer en la Biblioteca Pública Infanta Elena sólo faltó Carlos Wamba, que estaba dictando a los arcángeles una lección magistral de Filosofía sobre ser y estar. No estaba, pero era.

Profesor de Filosofía en el instituto Velázquez, después de serlo en Arahal y Coria del Río, Carlos Wamba murió el 31 de mayo, justo 33 años después de hacer el paseíllo filofósico en el Paraninfo. En la misma Fábrica de Tabacos donde desde primer curso coincidió con Elena González, que después sería compañera de Carlos en el departamento de Filosofía del Velázquez. Esta condiscípula evocó al filósofo que siempre quiso ser poeta, al compañero travieso, “un niño malo pero muy bueno”, que siempre dejaba en la pizarra algún dibujo, “le encantaba pintar a Nietzsche y su bigotón”.

Le debía su apellido al pueblo de Valladolid donde fue proclamado rey godo Wamba, inquilino de los crucigramas. Lo que no sabía su compañera de claustro es que el profesor coleccionaba los disparates de los alumnos en los exámenes. Perlas deliciosas como “hay muchas maneras de equivocarse, pero sólo una es la correcta”, “para descartar a Dios Descartes usó la prueba odontológica” o “Platón creía que el cuerpo se dividía en dos, Aristóteles en cambio no”.

Con introducción de Juan José Téllez, los poetas José Julio Cabanillas y Jesús Aguado evocaron a quien decidió estudiar Filosofía por pensar que para escribir era mejor aprender ideas que juntar palabras. Cabanillas ve en su poesía la huella de Fray Luis de León, describió el tránsito de la angustia, la desesperación y la tiniebla a la luz. Aguado vino ayer desde Barcelona para sumarse a este homenaje, el mismo itinerario que recorrió cuando Carlos Wamba le llamó para presentar Bestiario Personal, su primer libro de poemas publicado, que le sacó una editorial canaria. “Cuando me lo encontraba en las Siete Revueltas, cerca del bar Europa, parecía El Principito, un hombre que venía de otro planeta”. Años ochenta “de libertad política y también literaria” (Cabanillas), cuando los poetas de esa hornada, los de Er, Rara Avis o Mágico Íntimo, “iban cada uno a su bola, y no ahora que van como en paquetes de camarones”.

Carlos Wamba vivía sin televisión en su piso de la calle Escoberos, perpendicular a la calle Parras donde nació Juanita Reina. Llegó a contar hasta seis saetas a la Macarena en esta calle paralela a Bécquer. Tenía libros inverosímiles y a Manuel Barrios Casares le regaló un ejemplar de Cristianismo y Futuro del Proletariado, del mítico profesor de Filosofía Jesús Arellano, la réplica de Agustín García Calvo. Arellano creía que el cuerpo se dividía en dos, García Calvo en cambio no.

“Era un genio, y se lo hemos dicho muy poco”, dice Elena González, la compañera de Facultad y de claustro en el Velázquez. Hubo risas, aplausos y un recuerdo casi corpóreo. En la sala, dos personas que nacieron el mismo día que el profesor, su íntimo mágico Nono (Rodríguez Tous) y Lydia Wamba, profesora de Alemán y hermana melliza de Carlos, vástagos de una familia políglota.

Acudió gente de la Facultad, antiguos alumnos del instituto, de los boy scouts, una legión de los y las Ferrand y hasta un dirigente estudiantil de los ochenta, Luis Pizarro, que admite que ni Daniel Cohn-Bendit hubiera tenido nada que hacer con la seductora competencia de esos tres aprendices de poetas que aparecían por María de Padilla: David Fernández-Viagas, Manuel Ignacio Ferrand y Carlos Xamba. El hijo del primer presidente de la Junta de Andalucía y dos reyes, el godo Wamba y el cristiano Manuel I., hijo del Ferrand sevillano que ganó el Planeta.

Aguado leyó poemas del libro Desiertos y reivindicó a un poeta que murió “casi inédito” y que tiene dos virtudes esenciales en todo buen poeta, en palabras de Cabanillas, “el sentido musical y la inteligencia simbólica”. Sentido musical de un melómano que hacía rabiar a su compañera de claustro “comparando la virilidad y reciedumbre de Brahms con el carácter afeminado de Mozart”. “Siento ser tan aburrido, me gusta ver exposiciones y estar con los amigos”, titulé la entrevista que le hice hace nueve años. Ayer estuvo de nuevo con ellos.

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