La 'Madrugá' que Jesús Martín Cartaya se coló con la cámara en la salida de El Silencio
El fotógrafo logró entrar en San Antonio Abad antes de que la cofradía se pusiera en la calle
Prometió no publicar las imágenes tomadas a Juan Delgado Alba, entonces hermano mayor
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Era Jueves Santo, casi medianoche, a esa hora en que las cofradías del día regresan a sus templos y las de La Madrugada se preparan para salir, esa jornada de "La noche sin días", como la definió magistralmente Antonio Burgos hace ya muchos años en un recordado "Sevilla al día". Jesús Martín Cartaya necesitaba un café reparador y entró en el Bar Duque, en la esquina de la plaza del mismo nombre con la calle Alfonso XII. Allí se encontró con Villalba, el encargado de una de las más famosas capillas musicales de instrumentistas y sochantres que realzaban los cultos de muchas hermandades, y que también entonaba el cuerpo mientras hacía tiempo antes de entrar en San Antonio Abad. La conversación, en principio banal, fue derivando a temas capillitas y, en un momento dado, el músico le preguntó a Jesús si llevaba la cámara. ¡Y claro que la llevaba, como siempre, resguardada bajo la gabardina del relente de la noche y de las miradas indiscretas! A bocajarro Villalba le propuso entrar de contrabando con los músicos en el templo. Y Jesús no se lo pensó:
- ¡Por supuesto que sí!
- Pues coge la funda del fagot, da tres golpes en la puerta y di la contraseña: ¡capilla!
Dicho y hecho, la puerta se le franqueó, y con un buenas noches medio escondiendo el rostro, se vio dentro de las dependencias. Jesús fue calculando los tiempos y el lugar para estar en sitio seguro hasta que, pasado el fervorín y la lectura de la nómina de la cofradía, se dirigió a la zona del atrio, donde disparó la primera fotografía con un inesperado y delator fogonazo de flash. Se escabulló como pudo entre el ruan de los nazarenos regresando a lugar tranquilo. Cuando calculó que estaba saliendo el cortejo que acompaña a Jesús Nazareno, buscó la primitiva capilla de la hermandad y volvió a disparar con el mismo fogonazo delator. Un nazareno de alto capirote, al que Jesús conocía bien a pesar del antifaz, se le acercó y lo apartó de finas maneras hasta un rincón con la orden de que se quedara allí lo más discretamente posible. El nazareno era Eduardo Recio, que fue inmediatamente a buscar al hermano mayor, por entonces Juan Delgado Alba.
- ¡Pero Jesús, por Dios, que me vas a buscar una ruina! ¿Qué haces? Mira, esta es la casa de Dios y por tanto no te puedo echar, pero ahora mismito te subes al coro alto de la nave de San Antonio Abad, me das tu palabra de que no vas a hacer ni una fotografía más, esperas a que termine de salir la cofradía y luego te vas.
Y Martín Cartaya, como hombre cabal y serio que era, así lo hizo. Yo también cumplo ahora con una petición que me transmitió el propio Jesús hace unos cuantos años:
- Toma estas fotografías y cuando me muera, no antes, las publicas.
Espero haber cumplido medianamente el encargo, Jesús. Aprendí mucho de ti en todo este tiempo, de fotografía, pero sobre todo de vida, de cómo pasar por ella, sin dar codazos, por el camino más recto, siendo fiel a uno mismo y cumpliendo siempre la palabra dada. Descansa en paz, amigo. S.T.T.L.
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