"Papá, ¿quién es San Luis Potosí?"
Rodrigo de Zayas presenta hoy en el Ateneo de Madrid la biografía de su padre, Marius de Zayas, el mexicano que hablaba con acento sevillano, aprendió guitarra con Ramón Montoya e introdujo a Picasso en Nueva York
Rodrigo de Zayas (Madrid, 1935) vuelve esta tarde a la ciudad en la que nació la víspera de Nochebuena del penúltimo año de la Segunda República. En la Sala Pérez Galdós del Ateneo de Madrid, este historiador y musicólogo, alma del Taller Zyriab con su esposa, Anne Perret, presentará el libro Marius de Zayas. El Silencio de vivir (Libargo).
Lo de nacer en Madrid fue casi una decisión política. “Mi padre quería cerrar el círculo del exilio con la nacionalidad española de su último vástago”. Marius de Zayas (1880-1961), su padre, nace en Veracruz, México. En París conoce a Virginia Harrison-Randolph (1901-1991), neoyorquina, su madre. “Ella regentaba un salón al que acudían gente como James Joyce o Ezra Pound. Pound era amigo de mi padre y fue el que le presentó a mi madre”. Romance en París, boda en Londres en 1937. “Yo ya tenía dos años, mis padres eran muy modernos”.
Rodrigo de Zayas es un sevillano adoptivo, hermano del Gran Poder, miembro de una familia vinculada con Andalucía desde el siglo XIV. En Soria hay un pueblo que se llama Zayas de Torre vinculado con su linaje. Ahora sólo tiene 41 habitantes. El primero de sus antepasados que bajó al sur era nieto natural de Alfonso el Benigno, rey de Aragón. La mancha familiar le impidió la relación de su linaje con ese reino y llegó a Écija con el topónimo del pueblo soriano. Está enterrado en la capilla de Santa Bárbara de la Astigi romana.
Un Zayas marchó a Cuba en el siglo XVII. El exilio propiamente dicho comienza dos siglos después, cuando Rafael de Zayas Ochoa, bisabuelo de Rodrigo, periodista, escribe unas críticas furibundas contra el Gobierno cubano. Culpable de alta traición es condenado a muerte, pero escapa a México. Marius de Zayas nace en Veracruz. Rodrigo no oculta su pudor por haber asumido el reto de escribir la biografía de su padre. En la introducción, Guillermo Castro y Kiko Mora citan los casos de las biografías de Tomás Moro, William Wordsworth (el poeta de los versos de la película Esplendor en la hierba), Juan Ramón Jiménez o Frida Kahlo, también escritas en el entorno familiar.
“Que mi padre haya sido un revolucionario de finales de comienzos del siglo XX no es ninguna novedad, sería un contemporáneo de Picasso sin más”, dice Rodrigo. Los editores de la obra le ayudan a vencer ese pudor asegurando que Marius de Zayas es “un protagonista esencial en el nacimiento de la modernidad artística”.
Un renacentista con todas las letras: pintor, caricaturista, marchante, fotógrafo, comisario de exposiciones, mecenas de artistas. “Mi padre es uno de los que consiguen que París le ceda a Nueva York el testigo del arte moderno, él será el que introduzca a Picasso en Nueva York, una ciudad que siempre ha estado muy abierta a todas las novedades, aunque vinieran precedidas del escándalo”. Marius de Zayas fue amigo de Marcel Duchamp, con quien jugaba al ajedrez. Rodrigo coincidió con el artista francés en una cena en París en 1965, durante un homenaje a Dadá y el Surrealismo.
Rodrigo de Zayas tenía 25 años cuando su padre muere en un hospital de Connecticut. El año que nace su hijo, 1935, Marius de Zayas quiere aprender a tocar la guitarra flamenca y da con uno de los mejores maestros, Ramón Montoya (1880-1949), gitano del barrio madrileño de Lavapiés. Con una guitarra que se trajo de Buenos Aires de una gira por Argentina le enseñará a tocar la guitarra a su hijo Rodrigo, que lo recuerda con cuatro años pintando un retrato de la Argentinita (Encarnación López), la amiga de Lorca, Falla e Ignacio Sánchez Mejías, a la que dirigió en un documental cerca de París en plena guerra civil con la guitarra de Manolo de Huelva, genio de Riotinto que se convirtió en el guitarrista de la familia.
El Madrid al que Rodrigo vuelve para presentar este tributo a su padre, el primer volumen de una trilogía, es una ciudad muy presente en su vida desde que viene al mundo en una clínica de la calle Cartagena. En su casa se cantaba la zarzuela La verbena de la Paloma de Tomás Bretón; su padre y su hermana Ana bailaban el chotis. Nació la víspera de Nochebuena y fueron las últimas Navidades en paz. Siete meses después estalla la guerra civil de la que el niño no recuerda nada. “En cambio, la Segunda Guerra Mundial la viví de principio a fin, a mi mejor amigo lo fusilaron por judío. Mi madre tuvo que explicarme qué era un judío y por qué los exterminaban los nazis”.
En esas preguntas empezaría a formarse su afinidad con los perseguidos, traducida en los libros que ha dedicado a narrar y denunciar los expolios vividos por gitanos, judíos y moriscos. Amigo de las causas perdidas, aunque la aficionada de verdad es Anne Perret, su esposa, sevillana de la Provenza, Rodrigo es autor de La Tauromaquia y el afán totalitario de su prohibición.
De niño, su padre le preguntaba los estados de México: Taumalipas, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua, Sonora, Baja California y siempre descarrilaba en San Luis Potosí antes de saltar a Durango y Zacatecas. “Papá, ¿quién fue San Luis Potosí?”, le preguntaba al amigo de Picasso y Duchamp. La reflexión ante ese mapa de México deberían compartirla la presidenta Sheinbaum y el ministro Albares: “Quedaba claro que para mi padre Marius y mi abuelo Rafael, el imperio no era dominio ni poder ni opresión, sino pertenencia a algo mucho más grande y entrañable que cualquiera de sus partes”.
A su padre siempre lo recuerda como “un mexicano que hablaba con acento sevillano”. Consta una primera visita de Marius de Zayas en 1906 a Sevilla, cuando en alguno de los sitios de moda (Novedades, La Bombilla) vería actuar a La Macarrona, la Malena, Chacón o los alumnos del maestro Otero. El padre mexicano muere en Estados Unidos y la madre neoyorquina finaliza su ciclo vital en Sevilla el 16 de agosto de 1991, un año antes de la Expo.
Rodrigo de Zayas ya mostró al mundo la modernidad de su padre en un álbum espléndido, “un catálogo razonado”. Ahora regresa a sus orígenes, al hombre que decidió poner fin a su exilio con el nacimiento del último cachorro, sin saber que unos meses después vendría una guerra terrible. Es una edición muy cuidada, un puente entre Granada y Nueva York como los versos de Federico. Un asunto de la familia y del mundo, “es una edición minoritaria, un libro confidencial”. Su padre le enseñó a tocar la guitarra flamenca con dos maestros de Lavapiés y de Riotinto y también le explicó quién era San Luis Potosí.
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