El Planeta de Ferrand era una Galaxia
Calle Rioja
La voz de Antonio Dechent, el saxo de Gautama del Campo y el cante de Sebastián Cruz con guión de Ortiz Nuevo interpretaron ‘La promesa’, un cuento que Manuel Ferrand incluyó en un libro de relatos
La promesa tenía que ser una salve por soleares cantada en el interior de una iglesia. Es el firme propósito del cantaor Juan Malva por haber sacado a su hijo de 15 años de la boca negra y profunda de un pozo. Así se hace en el relato La promesa escrito por Manuel Ferrand y así volvió a hacerse la noche del jueves en la parroquia de Santa Cruz para homenajear al autor en el centenario de su nacimiento (14 de julio de 1925) y cuarenta años después de su fallecimiento (31 de agosto de 1985).
Ocho de los nueve hijos del escritor que ganó el premio Planeta en 1968 ya estaban en la puerta de la parroquia de Santa Cruz, en una calle Mateos Gago atestada de turistas que no querían perderse la vista de la Giralda a la altura de la taberna de Álvaro Peregil. El Planeta de Ferrand es una Galaxia. Cuatro décadas después de su muerte, su palabra está más viva que nunca. Parece que acababa de salir de imprenta para que le pusiera voz Antonio Dechent, acompañado al saxo por Gautama del Campo, con el remate final de la salve por soleares escrita a partir de ese mismo cuento por José Luis Ortiz Nuevo y cantada por Sebastián Cruz (Beas, Huelva, 1977).
Hubo que esperar a que desalojaran una iglesia abarrotada en el funeral de Annamaria Girelli, la madre del periodista Lucas Haurie y sus cinco hermanos. Un templo muy vinculado con los Ferrand. Por su puerta metieron el féretro con sus restos mortales el primer día de septiembre de 1985. El padre del escritor y su hermano Francisco Ferrand fueron hermanos mayores de esta hermandad del Martes Santo fundada en 1904.
Ana Ferrand, la quinta de la estirpe, el puente entre las dos colleras de hermanos (antes nacieron Pablo, Lourdes, Carmela y Manuel Ignacio; después, Inma, Susana, Guillermo y Lito) hizo una brevísima presentación. El saxo de Gautama del Campo estremeció el templo. Tenían que oírlo los parroquianos del bar La Fresquita y los visitantes de Casa Fabiola. El padre de Gautama fue muy amigo de Manuel Ferrand. “Mi padre”, cuenta Manolo, “lo convenció de que se dedicara a pintar y dejó los estudios de Derecho”. Un curioso pacto de arte y amistad de dos vecinos de las calles Betis y Juan Sebastián Elcano. Hermanamiento de Triana y Los Remedios, de la Feria y la Velá.
Manuel Ferrand se hubiera aplaudido a sí mismo si llega a escuchar la voz de Dechent sacando del pozo sus palabras. El reto de una salve por soleares “a pelo, a cuerpo limpio, sin guitarra, sin vino”, que sonaría a “escalofrío de alberca y compás de fragua”. Dos guardias civiles habían ayudado a Juan Malva a sacar a su hijo del pozo y por medio salieron historias de persecuciones de bandoleros: el Pernales, los de la Mano Negra, un sacamantecas de Lebrija. Con un dominio por parte de Ferrand del vocabulario taurino para adentrarse en las aguas del miedo y de la angustia. El único sevillano que ganó el Planeta murió el mismo día que el torero José Cubero El Yiyo, cogido por un morlaco a sus 21 años en la plaza de Colmenar Viejo.
Dechent y Gautama introdujeron la historia con letra y con música. El ejercicio práctico, la Salve por soleares, le correspondió a Sebastián Cruz con la letra de Ortiz Nuevo. Antonio Dechent iba leyendo en el atril de las homilías, las que en esa iglesia desarrolla el párroco Eduardo Martín Clemens, delegado diocesano de Misiones, que durante su destino en Perú tuvo a sus órdenes pastorales a un sacerdote de Chicago llamado Robert Prevost que se convertiría en el papa León XIV.
La escena la presidía el Cristo de las Misericordias, el titular de la hermandad de Santa Cruz. Una imagen atribuida a Pedro Roldán que en 1922 salió a las calles de Sevilla con un paso neogótico diseñado por Aníbal González. Cristo como asomado a un balcón, el de su cruz, oyendo en plena calle, en las inmediaciones del altar, la voz poderosa de Sebastián Cruz en su saeta, como si los costaleros hubieran hecho un alto de trabajaderas antes de proseguir la estación de penitencia.
Ha sido el año de Manuel Ferrand. Se presentaron sus obras en la Feria del Libro, la Academia de Buenas Letras le ha dedicado unas Jornadas y El Paseo ha editado su Trilogía Sevillana: Calles de Sevilla, La Naturaleza en Sevilla y Gastronomía sevillana. “El libro de las calles fue un encargo que le hizo José Manuel Lara después de ganar el Planeta”, dice su hijo Manolo. Toda la prole de Ferrand acude pletórica a estos tributos a su padre, más vivo que nunca. Dicen del Cristo de las Misericordias que está en una actitud suplicante, con las manos entrelazadas, y que se correspondería con la frase “Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen”. Los artistas tan diversos (el actor, el músico, el cantaor, el poeta-dramaturgo) sí saben lo que hacen y hacen lo que saben hacer. Los nueve hijos de Ferrand son los embajadores de su vida y de su obra; como los seis hijos del pintor Santiago del Campo o los seis vástagos de Annamaria Girelli cuyo funeral acababan de celebrar en una iglesia donde hay un retrato de Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo de San Salvador asesinado cuando presidía la eucaristía en marzo de 1980. La energía de la familia numerosa, esa especie en vía de extinción representada en la misma calle por María Asunción Milá, inquilina de la casa Salinas, madre de once hijos, feligresa a sus 105 años de la parroquia de Santa Cruz.
La promesa es un cuento que forma parte de un libro de relatos que Manuel Ferrand tituló Fábula sin remedio. Regalo de Reyes, de una epifanía flamenca donde, en la voz de Antonio Dechent, hay “incienso, mirra, ajonjolí”. Juan Malva cumplió su promesa. En el texto, Ferrand habla de Pastora Pavón y de Antonio Mairena, de Chacón y Fosforito. Fue escritor, dibujante, colaboró en La Codorniz, periodista, profesor. “A mí me dio clases de Historia del Arte”, dice Moisés Moreno, cuñado de Gautama del Campo. Con la noche a cuestas, la iglesia cerró sus puertas. En La Fresquita no se cabía.
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