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Una puerta que se cierra a la costumbre

  • Orfandad. Relator une la Alameda con el Pumarejo. Sus escalas en Feria y Parras le dan un valor cualitativo, calle con alma de avenida que durante casi medio siglo tuvo como pórtico un bar, fortín de la sangre encebollada, que cierra sus puertas

El C5 por Relator esquina con Parras busca la salida en el Pumarejo hacia San Luis y San Marcos.

El C5 por Relator esquina con Parras busca la salida en el Pumarejo hacia San Luis y San Marcos. / reportaje gráfico: josé ángel garcía

Mañana no hay periódico -de papel- y no abrirá sus puertas el bar Aguilar, pórtico de la calle Relator. El martes volverá el rotativo a los quioscos, pero este bar, como las golondrinas de Bécquer, ya no volverá. Dicen que cuando se muere una persona mayor es como si le metieran fuego a una biblioteca. Cuando cierra sus puertas un bar familiar, esa rareza antropológica, se deshace una sociedad de afectos, un arcano de complicidades. Si la Alameda de Hércules tuviera un Larousse, la primera entrada de esa enciclopedia por orden alfabético sería Aguilar.

La carta de tapas acaba con "lagrimitas y bravas", como canción de Chavela Vargas

Esta noche es Nochebuena y mañana Dios dirá. Aguilar abrió sus puertas el 5 de enero de 1971. "Un regalo de Reyes", dice Antonio Aguilar Escobar, que cuando su padre, originario de Manzanilla, la Esparta de los taberneros, se hizo con las riendas del negocio, él tenía 11 años y estudiaba en el colegio Miguel de Mañara, junto a la plaza de las Mercedarias, compañero de clase de alguno de los hijos de Paco Lira. Casi medio siglo de historia y dos generaciones. Antonio Aguilar se hizo cuñado de José Antonio Barranco el 9 de septiembre de 1985, cuando el segundo se casó con la hermana del primero en la basílica de la Macarena.

Tres décadas largas de un tándem que ya forma parte del paisanaje de la Alameda y la calle Relator. El final de la carta de tapas, "Bravas, Lagrimitas", parece una canción de Chavela Vargas. "La gente me dice que qué va a pasar con la cola de toro, la sangre encebollada, la carne con tomate o los riñones al jerez y les digo que tendrán que venir a mi casa a probarlas".

El fotógrafo Fernando Salazar con su hermano Miguel en el Pumarejo. El fotógrafo Fernando Salazar con su hermano Miguel en el Pumarejo.

El fotógrafo Fernando Salazar con su hermano Miguel en el Pumarejo. / José Ángel García

El espacio que ocupa el bar Aguilar desde aquel día de Reyes de 1971 lo compartían antes una lechería y la barbería de Currito. Apura la tostada y el zumo de naranja Marcelo Culasso, el argentino que ya es un clásico con su tienda de marcos en la calle Feria. "Llevo un año probando otros sitios para cuando llegue el momento, pero es difícil", dice Marcelo. "El Algabeño no está mal". Despacha en la tienda a otra histórica de Aguilar. Natacha Ródenas, cuna madrileña, madre francesa, asocia este clásico de los bares de siempre con las reuniones del Ampa de los Altos Colegios, el centro que inauguró Alfonso XIII en la esquina de la calle Feria con la Resolana. "Mira si hace tiempo que mi hija ya tiene 19 años".

Marcelo Culasso ha recorrido media calle Relator, la que va de la Alameda hasta la calle Feria, la bisectriz medianera desde la que se marca otro trazo hasta la calle San Luis, con desembocadura en el Pumarejo. Dos Sevillas en una, metáfora de la ciudad múltiple que siempre se le escapa a los reduccionistas simplones. Natacha vuelve a cumplir con un ritual navideño. Desde hace varios años, Marcelo les enmarca el regalo que cada año hacen al mejor expositor del Mercado Navideño de Artesanía. Una reproducción de la incipiente reliquia tartésica que Juan de Mata Carriazo encontró en el Jueves y que tirando del hilo devino en el tesoro del Carambolo. Una colaboración entre los orfebres Marmolejo en su taller de Molviedro y el sentido del perímetro de Marcelo, motero, futbolero, galguero.

La Piola es más moderno, pero igualmente enraizado en los hábitos del parroquiano. En las tostadas que prepara Antonio Aguilar a instancias de las demandas de su cuñado se cumple el aserto proustiano que compara la duración del pan con la del periódico. No hay mejor manera de iniciar un día que leyendo las noticias al calor del café. Novedades humeantes, primicias de Faemino.

Relator corre paralela a Antonio Susillo. El clasicismo de Aguilar en esta cuenta atrás del Cabo Cañaveral de la Alameda coincide con la corta vida de otros negocios a cuyos nuevos nombres es difícil habituarse. Paco García Chaparro, historia viva de Relator, cónsul de Guatemala y de Villaverde del Río, sale de tomar un café en el Piola, que acogió el nombre del juego infantil.

En la esquina con Faustino Álvarez abrió hace un par de años María Ángeles Jiménez, serrana de Benaocaz, A falta de Pan. "La utopía está en el horizonte", se lee en una cita de Eduardo Galeano. Criada cerca del pinsapar de Grazalema, el fortín que descubrió Julian Pitt-Rivers, tiene miel ecológica, "depende de donde esté la colmena", quesos payoyos de su pueblo, "ellos tienen las cabras, ellas hacen el queso", panes de Conil, Puerto Serrano, Castilblanco de Los Arroyos y de unos vecinos con obrador en San José de la Rinconada. Curtida en el mundo de las cooperativas, vende los productor de Envasados Lola, delicias producidas por unas mujeres de la Villarrubia cordobesa, no la manchega que le tapa los ojos al Guadiana, que le echaron imaginación a su vivencia del desempleo. La utopía está en el horizonte.

Luis Aguilar Astola y su madre, Carmen Astola, en la última carbonería que queda en Sevilla. Luis Aguilar Astola y su madre, Carmen Astola, en la última carbonería que queda en Sevilla.

Luis Aguilar Astola y su madre, Carmen Astola, en la última carbonería que queda en Sevilla. / José Ángel García

A Relator y Antonio Susillo las une la antigua calle Escuderos, que se rebautizó Cristo de la Sentencia siendo alcaldesa de Sevilla Soledad Becerril y delegado del distrito Casco Antiguo Manuel García, hasta hace muy poco hermano mayor de la Macarena. Que vuelve por Parras, una de esas calles que sigue como si el tiempo no pasara por ella, aunque falten sus ilustres vecinos: Juanita Reina, la tonadillera, o Enrique Pavón, el de los derribos a quien Joaquín Romero Murube llamó el verdugo de Sevilla.

Los dos tuvieron algún tipo de relación con la carbonería que en cuarta generación regenta Luis Aguilar Astola. La abrió su bisabuelo, Francisco Aguilar; mantuvo el fuego candente su abuelo, Manuel Aguilar Romero, y lo continuó Francisco Aguilar, su padre. "Cuando se ponía enfermo, yo despachaba", dice Carmen Astola, madre del actual carbonero. Le constan tiempos en los que en cada calle de Sevilla había una carbonería. Ahora es el último testigo. Un carbonero a la antigua usanza que se mueve por internet. Sobrino del torero Rafael Astola, primo de la bailaora Pilar Astola, cuyo cartel preside el reclamo del cisco. El frío no sólo era ese aliado de los rusos de que hablaba Julio Verne en Miguel Strogoff. "También es el amigo de los carboneros", dice Luis Aguilar Astola, aunque el carbón propiamente dicho no llega con los fríos, sino en verano cuando hacen los boliches para quitarle los humos.

Ángeles Jiménez, en su tienda de panes y otras delicias. Ángeles Jiménez, en su tienda de panes y otras delicias.

Ángeles Jiménez, en su tienda de panes y otras delicias. / José Ángel García

Se adentra uno en la carbonería, frente al bar de Gonzalo, y es como si se metiera en un cuento de Dickens. Libros gratis, se lee junto a un grupo de volúmenes. El cronista acierta a leer Miedo a volar, el que fue best seller de Erika Jong, y recuerda que en anterior visita a la carbonería el carbonero el contaba que nunca había volado en avión "y no por miedo", pero se había subido en globo. Otra vez Julio Verne. Carmen, su madre, se vino desde Triana a la Macarena, el viaje a la inversa de Juan Belmonte. Presume de un hijo que no se ha plegado a las exigencias pequeñoburguesas. "Hace poco, una maestra se trajo a los alumnos para que vieran la carbonería y esa ventana les daba más miedo que Halloween, porque mi hijo no quiere quitar los tapaluces para que no se rompan las telarañas".

Natacha recoge el 'Carriazo' que enmarcó Marcelo Culasso. Natacha recoge el 'Carriazo' que enmarcó Marcelo Culasso.

Natacha recoge el 'Carriazo' que enmarcó Marcelo Culasso. / José Ángel García

Pasa el C5 por Relator, ese prodigio de Tussam capaz de circular por una caja de zapatos. En invierno, las chimeneas; en verano, las barbacoas, sucedáneo cursi del carbón. Por Parras esquina con calle tan relatada -el cónsul brasileño Joao Cabral de Melo Neto centró en ella un libro de poemas- pasa el fotógrafo Fernando Salazar, archivo gráfico de las Cabalgatas de Reyes Magos, donde en la de 2005 fue el Gran Visir. Recuerdo otra reflexión del carbonero: "Los Reyes Magos me echan carbón todos los años, pero a mí me lo cobran". Salazar coincide en el Pumarejo con su hermano Miguel. Conquista y reconquista.

En Relator hay un centro de Yoga y Meditación; un bar de nombre Vinilo especializado en música rock; un azulejo de la Virgen Aguas Santas, patrona de Villaverde del Río; Al Alba, un centro para atender a mujeres maltratadas por la vida, eufemismo del maltrato convertido en lucro y negocio a costa de la humillación. Calle por la que se cuelan los aromas de la panadería y las comidas preparadas de Ana o donde vive un descifrador de la piedra que actualmente trabaja en el Metro de Quito (Ecuador).

Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad sin Aguilar. El bar que descubrió el pintor Salinas y donde rematamos el paseo con el bueno de Rafael de Cózar.

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