En la puerta Correos se habían citado
Calle Rioja
La calle Tomás de Ibarra, que popularizó como vecino Paco Palacios El Pali, incorpora a su nombre actual el de calle del Aceite que tuvo entre 1868 y 1918 l El titular fue hermano mayor del Silencio
Como en las sevillanas del Pali, casi en la puerta Correos se habían citado. La cita no era para ir a las Lumbreras por Bacalao, pero no iban muy descaminados porque no hay bacalao frito que se precie sin el mejor aceite. Y entre 1868, el año de la Gloriosa, y 1918, el año del final de la Primera Guerra Mundial, la actual calle Tomás de Ibarra se llamó calle Del Aceite. Sólo medio siglo, pero ayer esta calle ‘atrapada’ entre el Postigo (del Aceite) y el edificio de Correos recuperó su antiguo nombre. “No es un ejercicio de sustitución, sino de rememoración”, dice Reyes Pro, valedora de esta iniciativa que devuelve al callejero el antiguo plano de Pablo de Olavide.
Es la decimotercera rotulación emprendida por la Asociación de Amigos de la Cerámica Niculoso Pisano, a la que una vez más representaba Martín Carlos Palomo. Hubo tres munícipes: el de Urbanismo, Juan de la Rosa; la de Casco Antiguo, Amidea Navarro; y el primer teniente de alcalde, Juan Bueno. Estaba prevista la presencia del alcalde, José Luis Sanz, pero lo impidió “un imprevisto con los sindicatos”, en palabras del delegado de Urbanismo.
Como ocurriera en la calle Mateos Gago (antes Borceguinería) pasó muy poco tiempo entre la muerte del prócer y la rotulación de una calle con su nombre. Tomás Ibarra y González (1847-1916), nacido el año que otro Ybarra puso en marcha con su socio Narciso Bonaplata la Feria de Sevilla, murió dos años antes de que los carteros dejaran junto a Correos las cartas con destino Tomás de Ibarra. Quizás la carrera más corta, en la jerga de los taxistas. Esta calle da para un curso de cultura grecolatina. El titular aparece con la i griega (Y) en la lápida de su enterramiento y con i latina (I) en la calle. En cualquier caso, fue senador y diputado por el Partido Conservador. Un benefactor al que, según datos de Reyes Pro y del pintor Ricardo Suárez, la ciudad le debe la financiación de los arreglos en las puertas de la catedral o que la Virgen de la Concepción de la hermandad del Silencio, de la que fue hermano mayor, lleve azahar por las calles de Sevilla. Azahar procedente de su finca de Santa Eufemia, en Tomares, que ahora da nombre a una de las más antiguas urbanizaciones del Aljarafe.
Nunca se diría que lo de esta calle no tiene nombre. Le han sobrado a lo largo de su dilatada historia. El más antiguo que registran las crónicas, según los datos que ha manejado Reyes Pro, fue el de calle de Los Cuernos. A partir del plano de Olavide, adoptó el nombre de calle de la Aduana; en 1868, calle del Aceite; en 1918, Tomás de Ibarra. El nombre de la calle desaparece pero sus vínculos con el aceite han permanecido. Ese nombre tiene una doble raíz: la zona que ocupan el edificio de Correos y el Archivo de Indias, penúltima parada del Metrocentro, era en tiempos un espacio fluvial donde se embarcaban los cargamentos de aceite de la Bética para Roma; siglos después abundaron en la zona los comercios dedicados al néctar esencial de la llamada dieta mediterránea.
En el siglo XXI se mantiene el vínculo. Miguel Gallego, de la empresa oleícola Migasa, es el donante del azulejo de la calle del Aceite. Se está formando una bolsa de donantes en el casco antiguo que son como nuevos caballeros veinticuatro y generosas damas como Mar Murube Muñoz, donante del azulejo del antiguo nombre de calle Cantarranas que luce la calle Gravina. Miguel Gallego acudió encantado a la cita de estas nuevas sevillanas del Pali. El negocio lo inició su abuelo, Antonio Gallego, extremeño de Castuera, con quesos y aceites. Su padre, el primer Miguel Gallego, llegó a Sevilla con quince años. Ahora exportan aceite a ciento veinte países.
El aceite tenía en Sevilla su calle y su Postigo. Una calle que es una línea recta “porque seguía la línea de la muralla”, según Reyes Pro. Con casas historiadas: una modernista, otra de Aníbal González, la Casa del Barril, donde Rogelio Gómez Trifón ha instalado un belén en el que están El Pali, ilustre vecino de esta calle, Pepe Luis Vázquez y Santa Ángela de la Cruz, así como guiños de las querencias cofrades: una túnica del Baratillo, la Pura y Limpia en besamanos, la corona de la Esperanza de Triana que labró el orfebre Alfonso Borrero. Está hasta el desconchado del rótulo de la calle Almirantazgo y los padres de Rogelio junto al mítico Reloj, el tiempo según el Baratillo. El legado de Triunfo Gómez, génesis montañesa de esta historia tan sevillana.
Entre los centenarios de la generación del 27 y de la Exposición Iberoamericana del 29, las cosas del 28 pasarán necesariamente por esta calle Tomás de Ibarra que ha recuperado su nombre de calle del Aceite. En 2028 se conmemora el centenario del nacimiento de Paco Palacios El Pali, pintado en la puerta de su casa y esculpido en el monumento que le dedicó Jesús Méndez Lastrucci junto a la delegación de Hacienda, y los cuarenta años de su muerte. Su voz biológica se apaga el 21 de junio de 1988. Eso sí que es un réquiem por sevillanas, morirse el día que muere la primavera.
Antes de que existiera Correos, la zona era una estafeta portuaria con barcos cargados de aceite para emperadores y gladiadores. Este pabellón de la correspondencia se construyó entre 1927 y 1930, el tiempo del Pali, obra de los arquitectos Joaquín Otamendi y Luis Lozano. En los tiempos del correo electrónico y la globalización, invita a la melancolía ver esos buzones con las palabras Extranjero, Provincias, Madrid, Sevilla. Sevilla escribiéndose cartas a sí misma. Su autobiografía, enmendándole la plana a su biógrafa Eva Díaz Pérez.
La calle del Aceite sigue llena de leyendas, la materia prima de las sevillanas del Pali. Basadas en la realidad, como esa puerta trasera por la que se accedía al hospital de la Caridad en los casos de riada. La sombra de Mañara es muy alargada. El arco del Postigo une las antiguas calles Pescado (Arfe) y Aceite. Pura freiduría. Selecta orfebrería. A uno y otro lado del rótulo del 2 de Tomás de Ibarra, ni latín ni griego: un bar anuncia Grill & Tapas; el otro se llama Red Steak. Difícil para unas letras de sevillanas. Agua con aceite, pura fritanga.
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