Calle Rioja

Estos reservas siempre salen de titulares

  • El doctor García-Perla y el abogado Joaquín Moeckel representan a quienes han salido de alféreces del Ejército después de participar en un curso en mayo como reservistas

Alberto García-Perla y Joaquín Moeckel, en la Plaza de España, junto a Capitanía

Alberto García-Perla y Joaquín Moeckel, en la Plaza de España, junto a Capitanía / Víctor Rodríguez

EMBAJADORES del Ejército ante la sociedad. Es la lectura que hacen de su servicio dos soldados nada convencionales, que del 13 al 26 de mayo hicieron el curso de reservistas, Alberto García-Perla (Sevilla, 1972) en Marín (Pontevedra), Joaquín Moeckel (Sevilla, 1966) en Campo Soto (San Fernando, Cádiz). Dos destinos en las antípodas de la piel de toro que han reforzado una amistad casi rayana en el paralelismo entre estos dos reservistas.

Moeckel es el abogado y García-Perla el médico de Juan José Padilla, el que le repuso el cuero cabelludo después de la cogida en Arévalo (Ávila) para que pudiera despedirse como quería de la afición de Pamplona. Moeckel no es torero, pero conoció al doctor García-Perla en su consulta de cirugía máxilo-facial. “Hace nueve años tuve un accidente de moto, me quedó la cara completamente desfigurada, tenía todos los huesos rotos”. A través de un amigo común, Francisco Berjano, ex hermano mayor de la Veracruz, el abogado fue a la consulta de quien ahora comparte con él esta aventura de patriotismo y de servicio a la sociedad.

Son dos perfiles distintos. García-Perla se ha estrenado en estas lides. “Yo no hice la mili porque tenía un problema de asma”. Las vivencias en Galicia le han permitido volver a la tierra de su abuelo, un médico nacido en Santiago de Compostela que ejerció la medicina en Marruecos.

Joaquín Moeckel es reincidente. Hizo el servicio militar en el Regimiento de Infantería Soria 9, “el más antiguo de Europa, heredero de los Tercios de Flandes”. Juró bandera en Cerro Muriano el 20 de noviembre de 1983. 35 años después, ha ido a Campo Soto con la misma estampa del Cristo de la Buena Muerte que le dio su madre con una frase en la que le había escrito: “No te olvides de las tres Avemarías al acostarte, hijo mío”. Conserva la cartilla. “Valor. Se le supone”, y donde le preguntaban si sabía leer.

Durante quince días han renunciado a sus emolumentos en sus respectivas profesiones, donde tienen un caché ganado a pulso, para recibir la remuneración simbólica del Ejército. “Si estamos activados, somos militares al cien por cien. Si estamos sin activar, somos civiles al cien por cien”, dice el médico de Padilla, que hizo este destino en los llamados Cuerpos Comunes, cuarenta reservistas, casi la mitad mujeres, que eran médicos, enfermeros, psicólogos, veterinarios y odontólogos”. El Ejército puede contar con él en un cuerpo de especialistas que trabaja en misiones como la Operación Sofía contra las mafias migratorias en el Mediterráneo.

El abogado Moeckel ha convivido con una veintena de reservistas entre los que había un inspector de los mossos d’esquadra, un catedrático de Derecho Romano o un economista de Castellón. “Hay más sentimiento patriótico del que se cree”. Cuando supo su destino, se llevó una sentencia de su mujer: “No hay sueño grande ni soñador pequeño”.

Les une la común vinculación con la hermandad de los Estudiantes, la del Cristo de Juan de Mesa cuyas Avemarías han sobrevivido tres décadas y media. Pocos soldados pueden presumir, como Moeckel, de haber jurado, “rejurado” bandera siendo abuelo. “Dos días antes de incorporarme, nació mi nieta Mariana, hija de Blanquita”. La van a bautizar en la misma iglesia de Sanlúcar de Barrameda (Santo Domingo), el mismo día (18 de agosto) que se bautizó su hija en 1999, y la ceremonia la oficiará el mismo cura. Un alférez llevó a Sanlúcar la Virgen de la Caridad y otro alférez, este abogado, la va a exaltar en una sentida declamación. “Soy alemán sanluqueño, un mixto lobo”, dice el hijo de Otto Moeckel y Carmen Gil. Tan soldado que fue el quinto de los ocho hijos de ese matrimonio.

El doctor García-Perla, hijo y padre de médicos, tuvo ocasión de saldar en Marín, entre cadetes y guardamarinas, donde estuvieron destinados el rey emérito y el actual, “lo mucho que me ha dado la sociedad española”. Conocido por sus intervenciones a Padilla, participó en el primer trasplante de cara en Andalucía.

“A mí me han quitado treinta años”, dice Moeckel, que en su primera mili salió como cabo primero de Carros de Combate del Regimiento Soria 9. “Mi vivencia me ha recordado la película Oficial y Caballero. A mí me instruyeron el sargento Torres y el brigada Núñez, que al final me saludaban ‘A la orden, mi alférez”. Su jefe directo fue el teniente coronel Modesto Cabeza y tuvo trato con los coroneles López-Poza, el comandante Pinto y el teniente general Gómez de Salazar.

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