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Con la ropa pegada al cuerpo

  • Laura Rovira Pellicer. Su ciudad natal será noticia hoy en todo el mundo. Vuelve con frecuencia, siempre que no sea Semana Santa. El legado que le dejó el sevillano de San Jerónimo que la conquistó.

LA última vez que estuvo en Barcelona fue el día del Madrid-Barça. Laura Rovira Pellicer (Barcelona, 1958) no fue para ver el partido con los amigos. Fue al bautizo de sus sobrinos sexto y séptimo, los mellizos de su hermano pequeño, el único hijo varón de Joan Rovira y Teresa Pellicer, padres de Laura, Aurora y Gloria.

Todos los días habla por teléfono con Barcelona desde su oficina de Bodyskín, fábrica de maillots de gimnasia rítmica y patinaje, disfraces, proveedora de trajes de licra para el Conservatorio de Danza de Sevilla, el negocio que la trajo a la ciudad en 1991 de la mano de Manolo Díaz, un sevillano de San Jerónimo que probó fortuna primero en Inglaterra, después en Barcelona, donde se conocieron.

Laura tiene la doble nacionalidad. Nacionalidad barcelonesa. "Nací en la clínica Adriano y vivía en la calle París, en pleno Ensanche, donde esas casas modernistas tan bonitas. Barcelona era pequeñita y estaba amurallada. Eso suponía que hubiera enfermedades, plagas, que la gente viviera apretada. No sé cómo va a quedar decir esto ahora, el Gobierno central no dejaba tirar las murallas, pensaba que iban a expansionarse los catalanes, eran peligrosos. Se tiró y el Plan Cerdá lo copiaron muchas ciudades".

Nacionalidad sevillana. "Nací el 30 de marzo de 1958. Era Domingo de Ramos. Era un preludio de lo que me iba a gustar la Semana Santa. Voy mucho a Barcelona, mis padres ya tienen más de ochenta años, pero en Semana Santa no voy nunca. Mi marido era de los Panaderos desde chico y por amistades se hizo de San Bernardo. Tan sólo falté a la Semana Santa el año que murió. Fue el día de los Enamorados de 2010, pronto hará cinco años, y me fui el Miércoles Santo, el día de nuestras hermandades".

Manolo Díaz, el sevillano de la diáspora, la convenció de venirse a Sevilla "antes de que el niño fuera mayor". Le daba otros argumentos. "Decía que en Sevilla existía el mañana y en Cataluña se trabajaba con demasiada prisa. Yo he aprendido que si quieres progresar tienes que trabajar igual aquí, allí y en Sebastopol". Su primera visión de la ciudad, "entré en Sevilla por la avenida de la Palmera, la mejor perspectiva", contrasta con lo que vio después. "Ahora todos los días atravieso las Tres Mil Viviendas para ir a la fábrica, que la tengo en el Polígono El Refugio, en la carretera de Su Eminencia". Cerró la tienda de Santa Catalina.

Los contrastes fueron notorios. "La primera vez que fui a la playa de Chipiona creí que había entrado en el túnel del tiempo. Las chicas llevaban bañadores con falditas, cuando en Barcelona íbamos en bikini. Los vecinos se metían dentro de tu casa casi sin avisar. Fuimos al Rocío y me chocó oír a los curas gritar, cuando en Barcelona la gente está en las iglesias calladitos. Igual que en los autobuses, que aquí parecen excursiones de colegio".

El fresco del banco de Barcelona, presidido por las efigies de los Reyes Católicos, reproduce la llegada de Colón a la Ciudad Condal con los indígenas ante Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Una metáfora de la vivencia de Laura Rovira. En septiembre de 1991, en plenos preparativos de la Expo, llegaron a Sevilla. "Nos trajimos la casa, el negocio y una nave entera. Y cuando nos habíamos instalado, mi marido se pone enfermo. Fueron años muy duros. Sabes lo que pasa con el cáncer. Hay operaciones, tratamientos, te pones bueno, vuelves a caer". Siguió con el negocio adelante. "Menos mi hijo, que ha innovado la empresa, todas son mujeres". La visitan comerciantes de Barcelona, Sabadell o Badalona. "Salgo a la puerta a despedirlos y después me dice la dependienta que alguien se ha molestado porque hablábamos en catalán. Y les parece estupendo que alguien se ponga a hablar en inglés".

Hoy domingo, día de la consulta, lo pasará trabajando. "Estoy con el nuevo catálogo. Una chica está de baja, mi hijo Alejandro, que no nació para la confección ni para la contabilidad, se metió en un negocio de impresoras 3D. Si falta alguien, ¿quién lo hace? El jefe". Lo que vio hace quince días, el día del bautizo de Julia y Ferrán, es que "la ciudad va a su ritmo, se vive más fuera que allí. En Barcelona hay gente de todas partes, muy preocupados con sus negocios. Cada vez que hay movida se moviliza mucha gente".

Le pusieron Laura por su abuela, "murió con 106 años y su madre llegó en diligencia desde Asturias". Echa de menos las reuniones de cada segundo viernes de mes con matrimonios amigos. "Cada mes había un tema. Una vez un médico que sabía mucho de Sevilla dijo las cosas bonitas de la ciudad. Yo dije que era verdad, pero que por qué no hacían un cinturón industrial".

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