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Un toque para Pies de Plomo

Calle Rioja

Pellizco. Ha muerto Joselito el Colorao, un antiguo tapicero de coches, institución de la Alameda que deslumbró con su guitarra a Saramago, Benedetti y Goytisolo en Granada.

Joselito el Colorao, a la derecha, con Paco Aguilar en la Alameda en una imagen de 2009.
Francisco Correal

21 de enero 2016 - 05:03

ERA una institución en la Alameda. Joselito el Colorao, guitarrista de pedigrí, murió la semana pasada a los 91 años de edad. Es su guitarra la que acompaña a José Giorgio Pies de Plomo, el padre de José el de la Tomasa, en la grabación que hizo en la Norte Manolo Cerrejón para su impresionante documento recogido en el DVDAlameda de Hércules. Universidad Flamenca Sevillana.

Su verdadero nombre era José Ramón Colorado. Sevillano del barrio de San Bernardo, nació el 13 de octubre de 1924 y fue al colegio con Pepe Luis Vázquez. Tapicero de coches de profesión, al término de la jornada laboral siempre tenía a algún cantaor esperándolo para ir a cantar a un pueblo o una peña flamenca.

"Se llamaban a sí mismos la troupe de Hierro porque como aguantaban tanto y eran tan duros...", dice Antonio Molina Flores, profesor de Estética en la Universidad, que conocía muy bien a Joselito el Colorao de aquellas reuniones que celebraban en la asociación de vecinos de la calle Peral. "Salchichón, vino blanco, cante, cante y más cante".

Molina Flores evoca la singularidad de aquel grupo nada salvaje pero muy auténtico. "Estaba Eduardo de la Malena, que paraba mucho en el bar Aguilar; Joselito el Colorao; Politode la Alameda, que sigue yendo a jugar al dominó a la peña bética de la calle Arrayán; Enrique Montes, que murió y cantaba por Rancapino con las guitarras de Polito de la Alameda y Joselito".

Mañana viernes habrá una misa por el guitarrista en la iglesia de San Gil (19:30). Vivió la eclosión artística de la Alameda, esplendor que recoge el trabajo de investigación de Cerrejón. La época de Los Majarones, Las Maravillas, El Realito o el tablao que había en lo que luego sería videoclub y en la actualidad es un bar llamado Bámbola.

Vivía donde la calle Calatrava se funde con la Alameda. Muy cerca del bloque de casas donde residieron Pepe Pinto y la Niña de los Peines, también la bailaora Fernanda Romero; a su espalda estaba la calle Pacheco y Núñez de Prado que en los tiempos en que era calle Ciego acogió como vecino a Manuel Torre. La calle donde nació José Giorgio, Pies de Plomo, el cantaor al que acompañó la guitarra de Joselito. Un esplendor artístico en tiempos de apreturas económicas, un rectángulo mágico que era un music-hall de la fragua con parejas que nada le tenían que envidiar a Fred Astaire y Giner Rogers; el barrio donde debutaron Antonio (el que sería Antonio el Bailarín) y Rosario; donde tuvieron su academia Arturo Pavón y Eloísa Albéniz; donde cada uno por su lado se cruzaron los destinos de Lola Flores en El Realito y Manolo Caracol en el Corral de Esquivel.

Fue la Universidad de Joselito el Colorao. Un tipo afable, educado, buen conversador. Los vecinos echarán de menos las tertulias improvisadas que formaba con su vecina Carmina en Badulaque, el bar de Walter, el argentino que puso la primera pica en el Flandes de la nueva Alameda.

El guitarrista vivió un curioso momento de gloria. Los peruanos Fernando Iwasaki y Álvaro Vargas Llosa, hijo del escritor, hicieron de maestros de embajadores de una delegación de jóvenes escritores hispanoamericanos. Fueron a La Carbonería, como tantos visitantes, y vieron tocar la guitarra a Joselito el Colorao. Allí mismo surgió el compromiso, del que fue testigo el propio Molina Flores, de una actuación insólita. Los futuros talentos del continente hermano, herederos del boom, estaban alojados en la localidad malagueña de Mollina. De allí los llevaron a Granada, donde el guitarrista de la Alameda impartió una lección magistral. Entre el público, un grupo de escritores de primera división: Wole Soyinka, el nigeriano que había obtenido el Nobel de Literatura; José Saramago, en puertas de lograrlo y granadino consorte por su boda en Lisboa con Pilar del Río; Juan Goytisolo y el uruguayo Mario Benedetti.

Cuando volvíamos del colegio, desde su carrito -en el que un día coincidió con el amigo Paco Aguilar cuando el cantante y humorista iba a Canal Sur- daba la voz de salida para el sprint final que mi hijo y yo pegábamos hasta la puerta de casa. Mi Paco le llamaba por su nombre, "¡hola, Joselito!". A mí siempre me decía Correa, pero guardo ese lapsus como un tesoro. A él también le habían quitado la consonante final para ser Joselito el Colorao.

Tenía una memoria prodigiosa que sólo se apagó en los últimos meses. Sus amigos gustaban de que les contara aquellos encuentros artísticos con El Fregenal, El Aznalcóllar, El Sevillano o el mismo Pies de Plomo, el cantaor que encontró a su media naranja, la Tomasa, el orgullo del nombre de su hijo, al otro lado de la Alameda, en la calle Leonor Dávalos donde tuvo su casa el novelista Juan Eslava Galán.

Quedan unos cuantos. Tiene razón el proverbio: cuando un hombre mayor se muere es como si quemaran una biblioteca. Da igual que sean ágrafos o licenciados, políglotas o autodidactas. Ya no nos lo cruzaremos a la vuelta del colegio, igual que a la ida siempre están en su sitio, como Dios manda, la mujer lectora, el hombre de perfil, Miguel el cuponero o Guillermo el del Jueves. La silla de la portada del libro de Cerrejón es un guiño a la silla del guitarrista. De ese encuentro misterioso en La Norte Andaluza en su formato anterior.

Nació en plena dictadura de Primo de Rivera y ha muerto en una España gobernada por un presidente en funciones. Su muerte es historia viva del toque, intrahistoria de la Bienal que ahora imagina el pincel de Ricardo Cadenas; figurante perfecto de esa trilogía escultórica -Pastora, Caracol, Chicuelo- que preside lo que fue la Pila del Pato a dos pasos del taller del imaginero Manuel Ramos Corona. La muerte le ha echado la zancadilla a la costumbre. ¡Hola, Joselito! ¡Adiós, Joselito!

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