"Tuve el valor de no transigir con un tabú laboral y eso se paga caro"

Son y están

Pocos sevillanos han estado a la misma altura que el Giraldillo, han participado en más de 350 obras de restauración y han publicado más estudios sobre el patrimonio que el hombre que ha puesto en valor el Alcázar en los últimos 18 años y se ha ido a su casa porque ha conjugado el verbo dimitir antes que ver conculcada su dignidad

"Tuve el valor de no transigir con un tabú laboral y eso se paga caro"

23 de noviembre 2008 - 05:03

SI las piedras hablaran, le darían recuerdos a José María Cabeza. Las de la Giralda, las de la muralla de la Macarena, las de la Catedral, las de Santa Marina, las de Don Fadrique, todas las del Alcázar,... Ha acariciado éstas y muchas más durante 36 años de trayectoria profesional, avalado por sus mentores, Pedro Rodríguez y Alfonso Jiménez (maestro mayor de la Catedral). Ha aprendido a oír a los edificios para traducir su historia a partir de sus volúmenes, materiales y transformaciones. Secunda a los viejos albañiles besando los ladrillos seculares para notar si tienen sulfato potásico o sódico. A los 60 años, ha protagonizado uno de los hechos más inusuales en la sociedad actual: dimitir de un cargo, en su caso el de director-conservador del Alcázar. Y, para completar el hito, ha pedido excedencia de su plaza de funcionario en la Gerencia de Urbanismo.

Tras la polémica por su marcha del Alcázar, vuelve con fuerza a la Escuela de Arquitectura Técnica (Aparejadores) para dar más clases y ya le han encargado la coordinación de un máster oficial en seguridad integral en la edificación.

- ¿Usted es sevillano de Carmona o un carmonense de Sevilla?

-Nací en Sevilla en 1949 porque a mi padre, empleado de Correos, lo habían trasladado a la capital. Vocacionalmente soy de Carmona. De allí eran mis padres, lo es mi esposa y allí bautizamos a nuestros hijos. Me marcó mi abuelo, José María Méndez Montesinos, maestro albañil al que llamaban Joselito el de la Puerta de Sevilla. Fue el maestro de obra del Teatro Cerezo de Carmona (1931), declarado Bien de Interés Cultural. Lo admiraba mucho, su formación cultural y técnica hoy es rarísimo encontrarla en un albañil. Emularle me hizo estudiar para ser aparejador, aunque en mi familia preferían la titulación superior de arquitecto.

-¿Por qué dimitió como director del Alcázar? Los sindicatos le han criticado. Haga autocrítica.

-Me he adelantado a los tiempos. He intentado aplicar en el Alcázar el outsourcing y no he podido externalizar más recursos. Para cubrir una vacante de portero-vigilante en la puerta que da al Patio de Banderas y al apeadero, el coste de una hora de vigilante profesional es de 18 euros, y el de un empleado municipal es de 28 euros. Teniendo desde hace años a una empresa externa de seguridad encargándose en la Puerta del León de la entrada de turistas, el control de sus pertenencias, el cobro de las entradas y el control del dinero (más de 5 millones de euros), no tiene sentido que el mismo Ayuntamiento admita las presiones sindicales y encomiende el control de la otra puerta a una especie de ordenanza.

-Pero un puesto de portero no será razón suficiente para irse.

-En el Alcázar trabajan 100 personas, de los que 41 son de plantilla y 60 externos. Para mí todos son iguales. El problema es que he tocado un tema tabú: la patente de corso de ciertas personas ligadas laboralmente al Ayuntamiento. En los sindicatos UGT y CCOO hay gente muy molesta por haberme llevado a los tribunales y perder los juicios, tanto en Sevilla como en el TSJA. La clave está en una asamblea en 2006. Los trabajadores votaron a favor de una subida salarial lineal: el mismo número de euros para todos. Pero tres trabajadores (de los que tienen más titulación, rango y salario) presentaron un escrito diciendo que querían la subida proporcional. Con uno solo que me lo pidiera, ya estaba obligado a dársela, es su derecho, aunque eso bajara el porcentaje a repartir linealmente. Y no me lo han perdonado. Varios funcionarios de alto nivel en el Ayuntamiento me dijeron sotto voce que era el primero en poner el dedo en la llaga sobre cuestiones de política de personal en el Ayuntamiento. Y además, al perder las demandas contra mí, los sindicatos temen que cree jurisprudencia. Tuve el valor de no transigir con un tabú y eso se paga caro.

-¿Cómo era su relación con el concejal socialista Antonio Rodríguez Galindo, nombrado alcaide?

-He aguantado lo indecible. Hasta que me ha quitado la autoridad negociando con los sindicatos a mis espaldas y sin informarme ni consultarme después. Yo he sido el primero en luchar por mejorar el convenio en el Alcázar y lo había acordado con los sindicatos. Pero ya estaban negociando con Galindo que los hagan funcionarios del Ayuntamiento, lo cual es ilegal porque son empleados de un organismo autónomo y no han tenido el mismo camino que un funcionario para llegar a un empleo. El acoso fue a más porque hubo trabajadores del Alcázar que, sin decirme nada, contactaron con el concejal Gómez de Celis, diciéndole que en el Alcázar había graves problemas de seguridad, lo que lógicamente le alarmó. Pero las grabaciones de las cámaras demostraron que eran acusaciones sin fundamento, de las que además no habían dado parte, como era su obligación en tal caso.

-¿Qué colmó su paciencia?

-El alcalde me pidió que continuara encargado de las labores de conservación. Estaba dispuesto a ayudar al nuevo director en lo que hiciese falta. La junta de gobierno del Ayuntamiento creó esa plaza el 31 de julio, con sus cometidos asignados, y se publicó en el Boletín de la Provincia el 13 de septiembre. Cuando el 23 de octubre, la misma junta de gobierno revoca su acuerdo y tipifica esa plaza de otro modo y con las funciones limitadas a asesoramiento, vi claro que debía irme a casa por dignidad, eso es más importante que un empleo. Cuando me despedí de toda la plantilla, el 31 de octubre, le dije a María José Guerrero, la jefa de obras, y a Juan Castro, el capataz: "Me voy con gran paz interior".

-¿El nuevo director, Antonio Balón, le llama para consultarle?

-No. Yo le he dejado 35 gigas de material y 5.000 fotografías. Con 5.600.000 euros de ingresos al año por entradas y cesión de espacios para actos no se necesitan subvenciones y se pueden hacer muchas cosas. Lo que me preocupa es que se pierda el norte sobre el modelo de gestión de un recinto tan complejo y donde confluyen intereses tan importantes. El Alcázar es un poliedro en el que todas sus caras deben brillar. Pero cada una requiere un trato específico.

-¿Cómo empezó en el Alcázar?

-Ganando en 1990 la plaza de arquitecto técnico conservador. A las órdenes de Consuelo Varela, comprobamos el caos legado por épocas precedentes. No había planos de sus edificios. Se habían roto paños de azulejos del siglo XIV para hacerle una puerta a un baño. La torre de la Puerta del León y la Galería de los Grutescos estaban en peligro. Había 17 contadores de luz y 14 de agua. Los tres pozos, cuando en la ciudad bajaba la presión de la red, vertían agua a las conducciones urbanas (con lo que suponía de insalubridad) porque no había válvula de retención. Por eso la prioridad en los primeros años estuvo en el mantenimiento e infraestructuras. Durante 10 años estuvimos renovando toda la instalación eléctrica. En 1995, al Ayuntamiento le costaba 15 millones de pesetas el consumo de luz en el Alcázar. En 2007, teniendo completada la iluminación de los jardines , el consumo de luz ascendió a 50.000 euros (8 millones de pesetas).

En 1997 comenzamos los proyectos de restauración, con estudios arqueológicos previos. Mediante concursos se han incorporado expertos de primera fila con actuaciones primorosas y hallazgos históricos: Miguel Ángel Tabales, Antonio Almagro, Juan Carlos Pérez Ferrer, Sebastián Fernández, María Dolores Robador, Inmaculada Ramírez, Maribel Baceiredo,... No se puede prescindir de ellos.

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