Sevilla FC

Las lágrimas de Lopetegui, el padre tranquilo

  • El técnico guipuzcoano, siempre mesurado en sus comparecencias, siempre atento a las cuitas de su gente, rompió en un emotivo llanto tras el gran triunfo del Sevilla

¿Qué había detrás de las lágrimas de Julen Lopetegui al término de la final del Sevilla ante el Inter? El entrenador del Sevilla está ya con letras de oro en la historia épica del club de Nervión, como otro héroe más del Olimpo sevillista. El guipuzcoano ha logrado subir a la cima de la leyenda futbolística resistiendo, sobreponiéndose a muchos sufrimientos, a lo largo de su carrera y también en su año en el Sevilla, adonde llegó entre reticencias y recelos. Pero seguramente no lloraría por esto.

Se podría entender que las lágrimas eran por la rabia de sus experiencias negativas anteriores, después de no poder culminar sus tres proyectos previos a la llegada al Sevilla, pues fue destituido del Oporto, de la selección en vísperas del Mundial, con todo lo que significó para él de sambenito, y del Real Madrid, el club que filtró que estaba fichado antes de la cita de Rusia y lo despachó en octubre. Apenas en la selección sub 19 y la selección sub 21, con los Europeos de 2012 y 2013, lo dejaron terminar su obra. Y luego llegó la cadena de frustraciones... hasta que Monchi se acordó del técnico repudiado.

Pero conociendo su forma de ser, su mesura ante los medios de comunicación incluso en los peores momentos, su tranquilidad en la gestión y, sobre todo, la forma en la que siempre defiende a los suyos, detrás de esas lágrimas se intuye el orgullo y la felicidad de un padre que ha logrado sacar adelante a su familia, ese concepto que repiten una y otra vez desde dentro del Sevilla. Porque el comportamiento de este equipo, con Lopetegui al mando, es el de una familia. Una familia de guerreros, pero una familia al fin y al cabo.

La resiliencia a la que él se ha referido una y otra vez está más relacionada con los obstáculos que ha tenido que ir superando el Sevilla durante un año durísimo, que empezó entre dudas de una afición y gran parte de la prensa por la arriesgada apuesta de Monchi en el hombre que quedó señalado por su affaire con el Madrid en vísperas del Mundial de Rusia. Y puede que esas lágrimas estén más relacionadas con ese camino de vallas: las dudas iniciales en sus jugadores, los debates sobre De Jong y Dabbur, el confinamiento, el positivo en el test PCR de Gudelj, y esos secretos que Monchi prometió contar si el Sevilla ganaba el título...

Lopetegui siempre ha sido reivindicativo cuando se trataba de defender a los suyos, por ejemplo, con sus quejas a LaLiga por la forma en la que se habían programado los entrenamientos tras el confinamiento, por la forma en la que ha defendido a los futbolistas más criticados por la afición o la prensa, como De Jong o Bono.

Y siempre ha sabido responder a las preguntas sobre sus elecciones con educación y argumentos, sin meterse en muchos líos y respetando el criterio de la prensa.  Y cuando tuvo que sacar pecho por la clasificación para la Champions, lo primero que hizo fue ensalzar a Óscar Caro y Pepe Conde, sus preparadores físicos.

El resultado de esa capacidad de gestión de un equipo en el que siempre ha primado el colectivo sobre los individuos ha sido espectacular: clasificación para la Champions, igualado a puntos con el Atlético, y sexta Europa League, dejando en la cuneta a clubes con un potencial deportivo y económico superiores al Sevilla, desde la Roma y el Wolverhampton hasta los titanes Manchester United e Inter.

De Jong y Bono le devolvieron la confianza continuada en su implicación en la gran final. Los abrazos con ellos eran lógicos. Pero lo que de verdad explica las lágrimas de Lopetegui, lo que hay detrás de esa emoción irreprimible, es la actitud de los suplentes. Y no sólo por ese ánimo y ese empuje desde el graderío, sino por cómo se fueron a buscarlo varios de los que tuvieron que ver la final desde fuera.

Cuando Lopetegui rompe a llorar sobre el césped del Estadio de Colonia, los primeros que se van para él, a abrazarse a él, a consolarlo y a cambiarle las lágrimas de emoción por sonrisas de plena felicidad, fueron Óliver Torres y En-Nesyri. El mediocampista extremeño, una fuerte apuesta de Lopetegui cuando Monchi pintaba su cuadro hace un año, no ha sido titular en ni uno de los cuatro partidos de la fase final de la Europa League. Y En-Nesyri, después de ser la apuesta para los tres partidos previos ante Roma, Wolves y United, fue el sacrificado en la final para que volviera a ser la referencia De Jong.

El abrazo y la charla con Vaclík, sentados ambos en el estrado que montó la UEFA para entregar el título al Sevilla, también tiene que ver con esa capacidad de gestión del técnico, transformado en un padre bueno para sus futbolistas.

El valor de esos abrazos, de ese consuelo y de esa felicidad apiñada en torno a la sal en el rostro de Lopetegui, está ahí, en la verdad de que los suplentes, los que no son protagonistas en un evento como una final europea, sean los primeros que vayan a buscar al responsable de su rol secundario. Ahí radica el secreto de la familia de guerreros que ha creado Julen Lopetegui para reescribir la gloria del Sevilla, con la resiliencia de saber sufrir y levantarse tras cada golpe. Ahí está el sentido de las lágrimas de este hombretón de Asteasu, aquel traidor traicionado en Rusia.

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