Sevilla FC

Mucha plata y algo de humo

El destino quiso que el último acto público de José María del Nido como presidente del Sevilla, antes de presentar su dimisión irrevocable el próximo lunes, lo reuniera con Roberto Alés y con Joaquín Caparrós en la presentación del libro de éste. El primero le cedió el testigo de la presidencia el 27 de mayo de 2002; el segundo pergeñó desde el banquillo ese crecimiento deportivo acorde con la ambición que inyectó el abogado sevillano. En sus once años y medio de mandato el Sevilla ha levantado seis títulos y ascendió a un inopinado estrato deportivo del que, tras varios años fallidos, la entidad ha caído. La perspectiva del tiempo situará su gestión en su justa medida.

Un giro a la ambición

Tras asegurar la permanencia en el año de su regreso a Primera, Roberto Alés consideró que su trabajo, bajo la austeridad extrema, estaba hecho y cedió el sillón de Ramón Sánchez-Pizjuán a José María del Nido. Su primera temporada fue continuista, la caja aún condicionaba demasiado las aspiraciones. El 16 de diciembre de 2002, el Sevilla saltaba al Camp Nou como antepenúltimo, era la jornada 14ª y si perdía, amenazaba el farolillo rojo. Ese 0-3 supuso un punto de inflexión, pero una remontada del Málaga en La Rosaleda disipó el sueño europeo en la penúltima jornada.

Era aquel el Málaga de Darío Silva, que se embarcó en el siguiente proyecto, el que sí tenía impreso a fuego el sello de Del Nido. "El salto de calidad" -el sevillista estaba harto de miserias y era el momento de vender ambición, orgullo- fue el recordado lema de aquella campaña de abonos que tuvo en el delantero uruguayo al estandarte. Luego, los focos giraron hacia un brasileño que llegaba como medio centro y que acabó como un implacable goleador gracias a la mirada aguda de Caparrós: Julio Baptista. Un gol de la Bestia a Osasuna, en el epílogo de esa temporada 2003-04, devolvió al Sevilla a las competiciones europeas e hizo olvidar la impopular venta de Reyes al Arsenal unos días antes de que el equipo se jugara el acceso a unas semifinales de Copa. La mera vuelta a la UEFA fue motivo entonces para una mayúscula fiesta en la Puerta de Jerez.

Impulso centenario

La siguiente temporada deparó un doloroso desenlace con aquel derbi perdido en Heliópolis que llevó a dejar escapar la plaza de Champions, arrebatada por los verdiblancos. Joaquín Caparrós decidió no continuar, Del Nido encomendó a Juande Ramos el vestuario en la temporada del Centenario -muchas fueron las iniciativas exitosas, y más que ninguna ese himno- y el acierto casi pleno de Monchi ese curso hizo el resto: Palop, Kanoute, Luis Fabiano, Maresca, Escudé, Saviola. La dolorosa marcha de Reyes facilitó la construcción de ese equipazo. Y la de Julio Baptista. Y la de Sergio Ramos.

Del Nido tuvo muy claro que para crecer, había que vender. Y hacerlo cuando más rabia da desprenderte del jugador.

La historia de ese equipo es archiconocida. En quince meses, cinco veces trajo un título a la ciudad que le da nombre. Dos Copas de la UEFA, una Copa del Rey, una Supercopa de Europa, una Supercopa de España.

La trágica muerte de Puerta y la marcha de Juande Ramos al olor de las libras esterlinas cercenó la progresión del club, y aunque Manolo Jiménez evitó la caída deportiva y lo mantuvo en el más noble escenario europeo, el desgaste del arahalense a los ojos de buena parte de la afición y la prensa amenazó con tumbar otro proyecto deportivo. Antonio Álvarez evitó el desmoronamiento en ese final de temporada, con aquel gol de Rodri que supuso la Champions y la final de Copa ganada al Atlético en Barcelona.

Ya nada fue igual

Una serie de decisiones erróneas, tanto a la hora de contratar a los técnicos como en la mayoría de los fichajes, desinfló al Sevilla hasta devolverlo al estrato donde se ha solido mover en su historia. Desde ese verano de 2010 en que cayó ante el modesto Sporting de Braga en la previa de la Champions, ya nada fue igual. Antonio Álvarez, Gregorio Manzano, Marcelino García Toral, Míchel... ninguno dio con la tecla al tiempo que el nivel deportivo de la plantilla decaía año tras año. Por eso llegaron los números rojos a una entidad que vivió unas temporadas de vino y rosas por encima de sus posibilidades. Esa megalomanía fue el mayor error de Del Nido, obligado a levantarse del sillón ahora que, tras las ventas multimillonarias, parece que el nuevo y revolucionario proyecto cuaja bajo la mano de Emery.

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