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La aventura turca de Jesús y Ahmed

  • El fundador de la Escuela Antonio Puerta de Bagdad acudió a Akhisar para ver a su Sevilla junto con otro aficionado llegado desde Birmingham

Ahmed, Mohamed y Muthana, con la bandera de Irak y la del Sevilla en el Akhisar Arena.

Ahmed, Mohamed y Muthana, con la bandera de Irak y la del Sevilla en el Akhisar Arena. / M. G.

Turquía es un puente entre civilizaciones. La frase es un apotegma en Asia Menor. Los periodistas turcos, en su afán por mostrar la profunda grandeza histórica de su país a sus colegas españoles desplazados a Akhisar, lo repetían orgullosos. Y llevaban razón. La mejor prueba fue la aventura que protagonizaron varios sevillistas que se vieron en Esmirna, la patria chica de Homero según la tradición, previo paso a disfrutar, y sufrir, el triunfo del Sevilla en la Liga Europa. El partido fue noventa kilómetros tierra adentro, lejos del cosmopolita Mar Egeo. Lo que antes unía la ruta de la seda ahora lo une la ruta del balón.

Desde Birmingham llegó a Esmirna Jesús Fuentes Ceballos. En la moderna Izmir, frente a la bahía del Egeo, almorzó con Ahmed Al-Hashemi, el fundador y presidente de la Escuela Antonio Puerta y del Sevilla Irak FC, y con otros dos miembros iraquíes de su corte futbolística en tierras del Eufrates y el Tigris: Muthana Othman y Mohamed Haitian.

El sevillista sevillano lleva años viajando con su equipo. "En Lille éramos 13", recuerda Jesús, antes de reconocer que el partido con el Panathinaikos, en Atenas, lo marcó. Parma, Bolton, Moscú, Tiblisi, Trondheim, Molde… Su periplo euroasiático se remonta a mucho antes que Eindhoven, aquella explosión inolvidable que justificó un cántico, el de la Peña Sevillista Mi tío tenía razón, que luce Jesús orgulloso en el escudo de su polo de Bukta. En el escudo, se reconoce la figura de Silvio Fernández Melgarejo, el rockero sevillista que desechó hacer fortuna en Inglaterra.

Ni siquiera su migración laboral a Inglaterra priva de su pasión expedicionaria a Jesús. Cuatro horas de autobús hasta Londres, vuelo a Estambul y luego, a Esmirna y Akhisar. Del corazón de Inglaterra, en el noroeste, a este nudo de civilizaciones hay 3.500 kilómetros de complicadas combinaciones. Ahmed y su pequeña corte de sevillistas iraquíes llegaron desde Bagdad, al sureste de Esmirna, en avión, con transbordo en Estambul, la ciudad puente por antonomasia. Apenas 2.150 kilómetros desde Arabia a la europeizada costa de Asia Menor.

A los postres cantaron el himno de El Arrebato. Es de lo poco que saben de español los iraquíes, que sólo hablan árabe. De poco les vale en Turquía. Jesús necesita constante ayuda de traducción digital para entenderse con ellos. El inglés les cae demasiado lejos a Ahmed, Muthana y el benjamín de esta expedición intercultural, Mohamed. Pero ya tienen experiencia por otros encuentros en comunicarse recurriendo al simple reencuentro emocional que les proporciona el fútbol, el Sevilla, una pasión interiorizada, casi muda. 

Ahmed tenía pendiente una reunión con José Castro. Necesita financiación para su escuela de fútbol. En Twitter ha circulado la imagen de dos chavales iraquíes dando pataditas al balón. Pecho, rodilla, interior, empeine… Su técnica luce más pulida sobre la tierra pedregosa, desértica. Las camisetas, rojas, son las de la temporada de la UEFA de Turín, aquellas con el babero a franjas en la pechera, en recuerdo de la del Southampton, blanquirrojas, que fueron desechadas porque llegaron tarde para el amistoso en pro de los damnificados del terremoto de Mesina en 1908.

Desde aquellos sportsmen que escandalizaban a la rancia sociedad hispalense a principios del siglo XX hasta estos niños iraquíes que homenajean a Puerta ha pasado más de un siglo. Entonces, Estambul era la capital del sultanato otomano. Ahora, Erdogan no tiene más remedio que tragar con el recuerdo de Ataturk, el hombre que cambió la historia de Turquía, ese puente de civilizaciones. Como los 10.000 de Jenofonte, después de deambular por territorio persa tuvieron que regresar a sus hogares tras un largo viaje. La Anábasis sevillista, con susto gordo ante un equipo verde… y poco maduro. Una Odisea en blanco y rojo.

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