La virtud del oro molido es que la proverbial ductilidad del rey de los metales preciosos se sublima y da lustre para rematar miniaturas o darles brillo a las más finas orfebrerías. Los siete goles de Andre Silva en las siete primeras jornadas de Liga, al margen de tenerlo en lo alto de la tabla de goleadores, ratifican el acierto del Sevilla en buscarle acomodo en España tras su frustrada experiencia en Italia. Pero el portugués es mucho más que esos siete goles. En Éibar no sólo sumó un tanto más a su cuenta, sino que le dio el punto justo de verticalidad y profundidad al ataque del Sevilla, dinamizándolo, con su capacidad para controlar, buscar el apoyo, darse la vuelta y encontrar al compañero mejor posicionado. No sólo es un goleador, es un delantero organizador.
Ipurua era una dura prueba para el joven internacional luso. Tras su cuota de elogios ante el Real Madrid, en Éibar, con los experimentados Ramis y Bigas enfrente, y con esa presión asfixiante que ordena Mendilibar, podría haber caído en la desidia entre tanto salto y tanto balonazo. Pero no perdió la fe. Bajó a los tres cuartos para buscar, a la espalda de los medios centro armeros, el lugar donde hacerle cosquillas al entramado del Eibar, y desde ahí galvanizó el adormecido ataque sevillista, reactivándolo con chispazos de calidad.
Sólo los muy poco avezados no percibirían en su primera comparecencia, en la Supercopa de Tánger, que Andre Silva tiene una cualidad impagable: sabe jugar al fútbol. Los controles, la forma de perfilarse para recibir el balón o para amoldarlo ante la presión del central; la manera de acomodar el cuerpo para recibir el impacto de su marca sin que la pelota salga rebotada; la agilidad para prever dónde está el compañero mejor situado y darse la vuelta buscándolo... Encima, está en gracia con el gol. Volvió a marcar aunque de forma heterodoxa en el golpeo.
En Ipurua no sólo superó la prueba, sino que fue determinante. Ya en la primera parte propició las dos mejores ocasiones: la vaselina que dejó solo a Sarabia en el minuto 11 y la apertura a Ben Yedder en la nueva ocasión del madrileño en el 31. En la segunda parte fue decisivo. El Mudo lo vio a la espalda de los medios, le dio un balón que acarició en el control, esperó el momento y le dio un gran pase a Jesús Navas, para marcar con la pantorrilla en un intento de taconazo. Abrió el camino.
Los sevillistas ya se preguntan cómo manejará el club la gestión con Jorge Mendes, el Milan y esa opción de compra de 35 millones de euros (más los tres de la cesión). Tienen oro molido en sus manos. Pan de oro con el que dorar la talla de Pablo Machín.
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