El lanzador de cuchillos (1-3)

La Liga | Éibar-Sevilla

Un Sevilla desatado encadena su tercera victoria seguida en la Liga y se asienta en la zona alta

Un tanto de Andre Silva y dos de Banega plasman la reacción blanca tras el descanso

Ben Yedder y Sarabia celebran junto a André Silva el tanto del portugués en Ipurúa.
Ben Yedder y Sarabia celebran junto a André Silva el tanto del portugués en Ipurúa. / Efe

Tres victorias en los últimos tres partidos de la Liga. Cuatro de cuatro contando el estreno en la fase de grupos de la Liga Europa. Y con 17 goles, nada menos que 17, para ligar ese póquer de triunfos. El Sevilla de Pablo Machín se ha disparado como un cohete desde aquella negra noche ante el Getafe en Nervión. Regresa feliz y dichoso de Eibar, asentado en la zona más alta de la clasificación, tras aguantar los embates armeros en la primera mitad y lanzarle tres cuchillos certeros en la segunda.

Este Machín no maneja maracas, maneja cuchillos. Y los lanza con tino hacia la portería del enemigo. El trazo más grueso de su estilo es la verticalidad de los ataques, la limpieza de los mismos, a diferencia del retorcido barroquismo de Sampaoli o Berizzo. Con el enorme talento de sus atacantes, a poco que conecten, ya está el cuchillo volando hacia la meta contraria.

Ocurrió en el minuto 47. Banega recibe cerca de la línea divisoria, el Eibar pretende seguir mordiendo, como tan bien le salió el primer acto, pero el argentino abre a la izquierda al Mudo Vázquez. Y éste, con su calidad suprema, limpia el ataque de un plumazo con un pase interior a Andre Silva, que se ofrecía de espaldas, por dentro, dispuesto a lanzarse a tumba abierta hasta la media luna. El Mudo hizo la luz intentándose el pase y sus compañeros de vanguardia hicieron el resto para desnudar la basculación eibarresa: Andre Silva arrancó con su potencia, Sarabia se cruzó por delante, de derecha a izquierda, para arrastrar a su par y abrirle todo el pasillo a Jesús Navas, que se disparaba por su carril. El luso habilitó al extremo de Los Palacios y el incendio ya fue un hecho en el área de Dmitrovic. Andre Silva fue al remate con instinto, al vértice izquierdo del área pequeña. Navas le sirvió un balón raso, muy tocado, y el delantero la coló en un difícil escorzo. Golpeó con la parte interior de su tobillo derecho –¿intento de control o remate?– y... a la jaula.

Esa acción inyectó en el Eibar todas las dudas que no tuvo hasta el descanso. Porque las sensaciones sonreían abiertamente a los de azul y grana en ese paréntesis. Ese buen técnico que es Mendilibar había vuelto a hacerlo. Como tantas veces, logró ponerle al visitante el traje de Ipurua. Un ceñido traje de arpillera, incomodísimo.

Pape Diop o Sergio Álvarez difícilmente van a aspirar a ese premio The Best que se acaba de llevar Modric, pero la pareja de stajanovistas armeros se merendó con mucho pan a los medios de blanco. Nada que ver la negación de espacio y tiempo del Eibar con el caos táctico del Real Madrid días atrás.

Ahí, en la reciedumbre propia de Ipurua, estallaron todos los males de jugar con Banega como pivote con Franco Vázquez y Sarabia algo más arriba. Un triángulo que deparó 45 minutos de puro divertimento para los esforzados mediocampistas eibarreses, que mordían como si no hubiera un mañana en cuanto el Sevilla trataba de iniciar una jugada desde atrás.

La agresividad del Eibar invitaba a sacarse el balón de encima y buscar una segunda jugada en el rechace de la zaga azulgrana, ya salvada esa primera línea de presión. Pero la tropa de Pablo Machín optó por asumir más riesgos de los necesarios atrás. Ya es todo un clásico que Banega se enrosque en alguna ocasión con la pelota en la corona de su área y origine una peligrosa pérdida. Dos veses pasó en la primera parte. También Kjaer y Sergi Gómez ensayaron el pase en corto más de lo que aconsejaba el decorado, con algún enemigo encima, echando el bofe.

Con todo, el guión pudo ser bien distinto si Pablo Sarabia acierta en la primera ocasión, que fue meridiana, nítida. Franco Vázquez, en lo único bueno que hizo hasta el intermedio, robó en el mediocampo del rival, cazó a la defensa vasca saliendo y adelantó a Andre Silva, quien repitió esa mágica asistencia a Sarabia que lo encauzó todo en la eliminatoria ante el Sigma Olomouc. El portugués dejó al madrileño solo ante Dmitrovic. Y con la pelota en su pierna buena, la zurda. Y con el cuero botando. Sarabia optó por golpear abajo, cuando picarla era una vía más segura para salvar al buen portero serbio. Se la jugó y la pelota impactó en el guardameta, que salió a lo único que podía, a tapar portería.

Esa enorme ocasión sucedió en el minuto 12, y hasta veinte después no se volvería a aproximar el Sevilla hasta el área del anfitrión. Un rebote volvió a llevar la pelota a la zurda de Sarabia. Su golpeo, algo centrado, volvió a toparse con Dmitrovic.

El Eibar mandaba. El guión lo impuso Mendilibar. Las dudas eran de los de blanco, que apenas podían quitarse la pelota de encima cuando trataban de combinar. Pero los cuchillos los lanzaban los de Machín: en el minuto 43, un eslalon de Banega por la derecha a punto está de cazarlo Andre Silva.

La zaga sevillista sufría lo indecible por el acoso continuo. Porque el balón siempre merodeaba el área de Vaclik por un saque de banda, un córner, un libre indirecto. Y porque las pérdidas eran continuas, alguna en zona de riesgo. Pero en ese acoso y derribo vasco, de cuchillos, ni uno. Kike García, Enrich y luego Charles fueron superados siempre por sus marcadores y la única parada de mérito que debió hacer el portero checo, hasta ese anecdótico gol de Jordán, fue en un remate de Enrich invalidado por fuera de juego.

Ese 0-1 aplacó el ímpetu de los vascos. Fue como si percibieran que es el momento del Sevilla. Que hoy son imparables. Y doce minutos después de ese tanto, de nuevo apareció Franco Vázquez, esta vez por el carril del ocho, su favorito para esgrimir su zurda. Serpenteó, adelantó a Jesús Navas y éste centró en semifallo. Le dio con el tobillo, y eso pudo influir en que José Ángel golpeara la pelota con su brazo izquierdo dentro del área. Banega batió a Dmitrovic por el centro de la portería y provocó un mayúsculo susto al acudir a la esquina donde estaba la afición sevillista para celebrarlo. Se venció la valla y decenas se aficionados cayeron al terreno de juego. Dos personas debieron ser evacuadas en camilla. Fueron siete minutos de espeso silencio en Ipurua hasta que el juego se reanudó. El Eibar se convenció de que el partido se le había escapado. Y por si acaso, Banega lanzó un tercer cuchillo a la red de Dmitrovic en el 94.

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