Crisis sanitaria

La bulliciosa Sevilla acoge con disciplina asiática el decreto del coronavirus

  • La Policía advierte a los escasos transeúntes que los paseos y el deporte también están prohibidos

La bulliciosa Sevilla acoge con disciplina asiática el decreto del coronavirus

La bulliciosa Sevilla acoge con disciplina asiática el decreto del coronavirus / Juan Carlos Muñoz

Sevilla es barroca, bulliciosa, pasional, simpática, cervecera, callejera y locuaz, pero sus vecinos han acogido con una disciplina asiática las prohibiciones del estado de alarma decretado por la epidemia de coronavirus. Y si algún despistado aún no se ha enterado, la Policía Nacional y la Local lo están advirtiendo por megafonía en los lugares habituales de paseo. "Está prohibido hacer deporte", explica un agente local en el barrio de San Jerónimo. Poco antes, en la ribera del Guadalquivir, donde hoy, literalmente, los patos y fochas campan, uno nacional me advierte que el protocolo del Ministerio del Interior, que se ha recibido esta mañana, es taxativo: todos en casa. Ni paseos ni deporte. Las multas son elevadas y las sanciones pueden entrar en el terreno de lo penal.

No obstante, hay varios salvoconductos que permiten estar en el exterior. El primero: el periódico. El segundo: una bolsa de plástico de Polvillo. Y el tercero: la mascota. Es decir, se puede salir a comprar prensa escrita -más necesaria ahora que nunca-, a por productos básicos, como el pan, o a sacar al perro, pero no más. Sin embargo, la reacción de la población ha sido espectacular, ni ninguna de las grandes huelgas generales de la década de los ochenta había conseguido un cierre tan pleno, es como si hubiesen soltado aquella terrible bomba de neutrones, pero con efecto sólo en los seres humanos; el resto, vive la primavera sevillana a plenitud.

Jóvenes reunidos en la terraza de una vivienda, este domigno Jóvenes reunidos en la terraza de una vivienda, este domigno

Jóvenes reunidos en la terraza de una vivienda, este domigno / Juan Carlos Muñoz

Hay barrios del centro de Sevilla que está mañana suenan a pueblo. Se oyen los propios pasos, a una vecina a hablar sobre lo que va a echarle al puchero y, sobre todo, se escuchan los pájaros. Ya no se sabe si antes cantaban sólo por la mañana o que el resto del día eran ocultados por el infernal ruido de fondo de la cuarta ciudad de España. La primavera está brotando en los árboles de la Alameda con una alegría exultante porque no hay nadie que moleste y en la ribera del río hay fochas, ánades y gallinetas fuera del agua, ningún piragüista del Centro de Alto Rendimiento se ha echado a la lámina.

No hay un bar abierto ni se ha podido tomar café por la mañana en ninguna terraza ni asoman las cañas al mediodía; los parques están cerrados, los sevillanos han desaparecido y sólo se ven o a turistas muy despistados o a inmigrantes con cara de no saber dónde dormir esta noche. Es un encierro casi sin excepciones, esto será más duro de lo previsto, pero cuando lleguen las 10 de la noche, la ciudad estallará en agradecimiento. Por bulerías. 

 

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