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Coronación canónica
Los vínculos taurinos de la hermandad del Baratillo y el mundo taurino son tan antiguos como evidentes y se hacen patentes, año a año, con esa hermosa eucaristía de acción de gracias por el buen fin de la temporada que congrega al gremio de las sedas y los oros a las plantas de la Virgen de la Caridad, antañona patrona de aquella mutua que velaba por la vejez de los toreros. La página se quedaría corta para relatar todos los nexos, cada vez más numerosos, de una cofradía que forma sus tramos de nazarenos en la propia plaza de la Maestranza.
Pero la cofradía del Miércoles Santo mantiene el empeño de reforzar esa identidad a la vez que prepara la coronación canónica de la Virgen de la Piedad -ese mar de aguas quietas- en una carrera que empieza a desbordarse, jalonada de un intenso y extenso programa de actos y cultos. La cita de este martes en los salones de la Fundación Caja Rural del Sur se unía a esa parafernalia previa reuniendo a dos toreros de la casa bajo la batuta de un moderador inusual que, después de colgar las botas del fútbol, se prepara concienzudamente en el secreto del campo para presentarse en público con otro tipo de ropa corta: la que se ciñe con fajín, se calza con botos de pellejo y se toca con sombrero ancho.
Joaquín, que no para de hacer tentaderos, iba a ser el encargado de lidiar con Miguel Báez Litri y Manuel Jesús El Cid, dos matadores de distinta época, con dispar historia taurina, que están unidos por el fervor baratillero bajo el apoderamiento del infatigable letrado Joaquín Moeckel. El diestro choquero, de número más alto en las listas de la hermandad, ya sabe lo que es vestir la túnica azul en la tarde del Miércoles Santo, un empeño pendiente para el de Salteras que frustró, precisamente, la intensa lluvia de este año.
Pero había que entrar en materia. Luis Fernando Rodríguez, hermano mayor de la corporación de la calle Adriano, fue el encargado de dar la bienvenida después de la oración inicial, dirigida por don Andrés Ybarra que definió a la Virgen de la Piedad como “capote de Dios”. Era la mejor manera de iniciar una charla ágil, amena y distendida que Joaquín dirigió con mano maestra, sentido del humor y oportunidad en el reparto del juego. No hace falta recordarlo: el carismático jugador bético siempre ha reconocido que quiso ser torero antes que futbolista pero la oposición materna acabó cambiando las tornas. En cualquier caso, sabía muy bien lo que decía. Bajo su batuta los ponentes hablaron de Semana Santa, de sus devociones íntimas, de sus ritos, sus manías y hasta esos miedos inconfesables que atenazan a los hombres de luces antes de ponerse en la cara del toro. Pero la hermandad del Baratillo, sus imágenes y la recoleta capilla de la calle Adriano iban a trazar el hilo conductor de una sesión que se iba a hacer corta
Preguntado por Joaquín, El Litri -o don Miguel Báez- habló de las sensaciones que vivió cuando se vio vestido de nazareno en el ruedo de la Maestranza. “Cuando llegas a ese marco te transformas y eres otra vez el torero que sabes que eres”, señaló el matador choquero que ha cambiado el asfalto de Madrid por “el aire de barrio” del Arenal sevillano en el que ahora tiene su residencia. El Cid, que ya acumula 25 años de antigüedad en la nómina de la hermandad, ha convertido el rezo íntimo y vestido de luces, en la capilla del Baratillo, en uno de los ritos irrenunciables de su última época. “Los resultados han sido muy buenos pero eso es lo de menos;llegas allí y te sientes agusto, liberado... no pido nada, sólo doy las gracias por poder estar allí” evocó el matador de Salteras añadiendo que la recoleta capilla de la calle Adriano “tiene un halo especial, es acogedora, familiar... te sientas allí y parece que estás en casa”.
Pero ambos toreros, bien pastoreados por Joaquín, también tuvieron ocasión de abrir su corazón, transmitiendo los sentimientos y las inquietudes que sienten antes de ponerse en la cara del toro. “Se pasan muchos miedos: a la responsabilidad, a no estar a la altura... pero cuando te sientes preparado te liberas de esa presión” explicó el matador de Huelva reconociendo que ese miedo “está ahí pero sobre todo es al fracaso; ése es nuestro gran miedo...” . El Cid tomó el testigo reflexionando sobre esa presión que atenaza a los toreros. “Puedes ver a alguno en el campo a un nivel impresionante y piensas que si eso lo repite en Sevilla o Madrid acaba con el cuadro pero luego sale el toro en la Maestranza y no son capaces; eso es lo que diferencia a las figuras, que son capaces de soportar esa presión uno, dos, tres o los años que haga falta...”
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