Toros

De toreros, devociones y cofradías

Morante, de espaldas, con el capote de paseo del Gran Poder.

Morante, de espaldas, con el capote de paseo del Gran Poder. / Paco Cazalla

La primera Cruz de Guía ya aguarda a la vuelta de cualquier esquina y con ella, ese retablo de pequeñas ilusiones que nos llevan a la niñez. Y si hablamos de Sevilla, la Semana Santa no se puede entender sin todo lo que viene detrás. Es una antesala de esa gloria –con minúscula- que se desborda en la maravillosa tarde del Domingo de Resurrección. No deja de ser uno de los acontecimientos sociales y culturales, sin abdicar de su rabiosa dimensión taurina, que se puede vivir en el calendario festivo de toda España. Cuando caiga la última gota de cera se encenderán las luces de los trajes de torear, las galas de los capotes de paseo, la luz que cortará el ruedo en la última tarde de marzo mientras tres hombres recamados de oro -Morante, Castella y Roca Rey- agardarán en la penumbra a dar un paso al frente y marcar una cruz en el albero tibio.

La Semana Santa –especialmente la de Sevilla- no se puede deslindar de ese maravilloso maridaje entre las gentes del toro y sus cofradías: de San Bernardo a Montesión; de la Soledad a la Esperanza de Triana; de la Macarena al Cachorro… Las primeras figuras del toreo, y toda la grey taurina, siempre mantuvieron estrechos lazos de afecto y devoción con las corporaciones penitenciales y sus imágenes titulares.

Es paradigmática la intensa relación que unió a Joselito con la hermandad y la imagen de la Esperanza Macarena. De hecho, las claves estéticas de su atavío obedecen a ese fervor que, de alguna forma, no se interrumpió en la tragedia de Talavera. La corona de Reyes, la pluma de Pabón y las célebres mariquillas art-decó de cristales verdes son los vértices más reconocibles de la iconografía de la Esperanza que figura, fundida en bronce por Mariano Ben lliure en el propio mausoleo del coloso de Gelves en el cementerio de San Fernando.

De Triana a San Bernardo, pasando por San Lorenzo

Dicen que Juan Belmonte se fue al otro mundo con la papeleta de sitio de la cofradía del Cachorro en el bolsillo. Lo que sí es cierto es que le amortajaron con esa túnica. La hermandad aún custodia la manigueta de caoba que el genial trianero aferró algunos años en la estación del Viernes Santo. Belmonte también mostró devoción por la Virgen de la Esperanza de Triana, que no hace mucho reprodujo una saya basada en otra más antigua compuesta con bordados de un traje del genial torero que se quitó la vida en un Domingo de Pasión, justo el día que Sebastián García Díaz había pronunciado el pregón de la Semana Santa. Pero la historia contemporánea de la Esperanza de Triana también está marcada por el mandato de Antonio Ordóñez como hermano mayor que había desembarcado en la capilla de la calle Pureza de la mano de la familia García Carranza.

Eso sí: la devoción primera, la más íntima, la primera y la última, fue por la Virgen de la Soledad, a la que el maestro de Ronda regaló el célebre vestido de seda heliotropo –con el que triunfó a lo grande la tarde de los ‘urquijos’ del 67- y acompañó como maniguetero de antifaz de terciopelo negro en aquellos años en los que la cofradía reforzaba su identidad en el barrio de San Lorenzo. En sus listas figuraron los cinco hermanos toreros y sigue inscrito el actual patriarca de la saga: el grandioso torero de plata Alfonso Ordóñez Araújo, próximo a ver reconocida toda su trayectoria con el premio que concede Carrusel Taurino de Canal Sur Radio.

Podríamos contar más, muchísimas más historias de cofradías y toros, sin olvidar los evidentes vínculos de corporaciones como el Baratillo –Pepe Hillo regaló la imagen de San José y la Virgen de la Caridad fue patrona de la extinta asociación de la Vejez del Toreo- pero todos los caminos conducen al arrabal de San Bernardo. El maridaje de la gente de coleta, la carne y la devoción por el Señor de la Salud es uno de los capítulos más hermosos de la historia íntima de la Semana Santa. Curro Cúchares está enterrado a los mismísimos pies del Crucificado. Y la Virgen del Refugio de San Bernardo fue vestida hace dos años para la salida del Miércoles Santo con la saya de bordados de Pepe Luis Vázquez.

Pero hay más: la capillita de toreros de la plaza de la Maestranza esconde algunas de las claves del mismo fervor. A ambos lados del retablo dieciochesco que acoge la imagen de Nuestra Señora de la Caridad -que fue adquirida en 1947 por la corporación nobiliaria en el mercadillo del Jueves- figuran los azulejos de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima de la Esperanza Macarena. Con la Virgen del Rocío, forman una particular trinidad taurina que no falta en ninguno de los altares de los toreros, en los que como en botica hay de todo. Precisamente, durante los años ochenta se puso de moda entre los coletudos sujetar el corbatín con un broche troquelado con la inconfundible silueta de la Blanca Paloma, protectora inseparable de ese antiquísimo vivero torero que forman las tierras de la Marisma, el Aljarafe y el condado de Huelva. Esas devociones han viajado con los toreros de la Baja Andalucía por toda la geografía taurina española, francesa y americana hasta arraigar con fuerza en la mayoría de las cuadrillas de hombres de luces, sea cual haya sido su lugar de nacimiento.

La mejor prueba la encontramos en la capilla de la plaza de toros de Las Ventas. Presidida por una reproducción de la Virgen de la Paloma, no falta sobre el altar una fotografía de la Esperanza Macarena y, lo que es mucho más llamativo, una imagen de bulto de Jesús del Gran Poder íntimamente ligada a la gloria y la tragedia de la familia Bienvenida. La imagen había sido encargada a Lafarque para consolar a Carmen Mejías, la matriarca del clan, después del traslado de toda la familia a Madrid a raíz del desgraciado asesinato de Rafael. Es la misma imagen que velaría a Antonio después del infortunado accidente con la vaquilla que le destrozó las cervicales en los campos del Escorial.

Morante de la Puebla es otro torero profundamente identificado con las devociones sevillanas. Hace ya algunos años hizo el paseillo en la tarde del Domingo de Resurrección liado con un precioso capote de paseo de terciopelo burdeos que llevaba cosido un pequeño lienzo con la imagen de Jesús del Gran Poder. Morante es un ferviente devoto del Señor de Sevilla, al que ha acompañado algunas veces como nazareno en la Madrugada además de sacar como costalero a la Virgen de la Granada de la Puebla del Río. Cuando se hizo ese capote no corrían buenos tiempos en su relación con la empresa de la plaza de toros de Sevilla y su inclusión en el cartel pascual se hizo esperar. Morante retrasó el estreno de ese capote hasta que, resueltos en un primer momento sus problemas con la empresa, pudo hacer el paseíllo en esa tarde mágica. Desde 2021 forma parte del tesoro del Señor del Gran Poder. En los próximos días tendremos ocasión de acercarnos a algunas de estas devociones…

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