EL TIEMPO
La lluvia regresa este fin de semana a Sevilla

Con Larios, sube grados el festejo

El novillero pacense consigue el único trofeo del festejo en Sevilla por una faena de gran calado estético · Pablo Sáez deja la impronta del valor · Joao Augusto Moura tuvo una digna actuación

Manuel Larios, en una verónica al novillo que abrió plaza en la Maestranza.
Luis Nieto

07 de septiembre 2009 - 05:00

GANADERÍA: Cinco novillos de Cebada Gago y uno de Salvador García Cebada, en quinto lugar y de la misma casa ganadera. Encierro bien presentado, muy serio, y de juego interesante y variado. TOREROS: Manuel Larios, de sangre de toro y oro. Dos pinchazos y 9 descabellos (silencio tras dos avisos). En el cuarto, estocada (una oreja). Raúl Sáez, de negro y oro. Estocada casi entera (silencio). En el quinto, estocada (vuelta). Joao Augusto Moura, de verde y oro. Tres pinchazos (saludos). En el sexto, media (saludos). Incidencias: Plaza de toros de La Maestranza de Sevilla. Domingo 6 de septiembre. Novillada fuera de abono. Un cuarto de entrada en tarde de calor sofocante. Raúl Sáez fue atendido de múltiples contusiones y erosión en regió frontal, de pronóstico leve.

Perdonen por el titular. No es un anuncio de bebida alcohólica. Es el resumen de una crónica taurina. Sucedió en una tarde infernal que se precipitaba hacia la nada. Fue entonces cuando un mozalbete de 20 años, natural de Badajoz, con el apellido igual a una marca de esa bebida procedente del enebro, Larios, elevó la temperatura del festejo con un toreo de buen concepto y grandes dosis de estética. Para consumar su obra tuvo enfrente a un torete -tenía más trapío que un novillo- de Cebada Gago, que embistió con suma nobleza. Notable, un astado muy bueno, que no llegó a sobresaliente, entre otras cosas, porque no redondeó su pelea en varas y fue a menos en la muleta.

El debutante Manuel Larios, que ganó terreno a la verónica en bellos lances de recibo, se marcó con ese cuarto, colorao, un quite por delante de encendida elegancia. Con la muleta brilló con la diestra, en una primera serie en la que saltaron chispas y hasta la banda de música tras un par de muletazos, aderezados con un pase de pecho con empaque. Otra de las tandas, muy expresiva, contó con muletazos largos y rítmicos. Con la izquierda, con el animal sin el mismo gas, al sentirse dominado, el calado fue menor. En cualquier caso, prevaleció la estética, con un final de elevada nota compuesto por un par de ayudados por alto muy sentidos y encajados y un airoso pase del desprecio. Larios remató su obra con una gran estocada, en la que se atracó de novillo, que rodó a sus pies de inmediato. Fue premiado con una merecida oreja.

Con el mansote que abrió plaza, Larios, torero al que apodera Paco Alcalde, volvió a lucirse con la capa, en este caso a la verónica. Con el toro huidizo y sin continuidad, robó muletazos de buen trazo por ambos pitones. Con los aceros, pésimo.

El cartagenero Raúl Saéz dejó la impronta del valor. Cumplió con entrega ante el áspero segundo, ante el que evidenció carencias técnicas y falto de mando. Ante el quinto, tras un comienzo con escalofriantes estatuarios, se mostró encimista con el paradísimo animal, que le arrolló -como estaba cantado- en un desplante. Desconociendo la categoría de la Maestranza, el murciano, que se estrenaba en el coso del Baratillo, se marcó una vuelta al ruedo por su cuenta.

El portugués Joao Augusto Moura tuvo una digna actuación. Al tercero, un animal reservón, protestón y sin recorrido, consiguió enhebrarle una tanda magnífica, con dos derechazos al ralentí, rematados con un gran pase de pecho. La labor ante el sexto, que derribó estrepitosamente y sin consecuencias en varas y resultó muy parado, estuvo salpicada de enganchones, algunos muletazos con buen aire y un achuchón sin consecuencias.

La tarde no estaba para bromas en Sevilla. Era tarde para hincharse de aire acondicionado. Hacía un calor sofocante y acudió escaso público: un puñado de aficionados y otro de esforzados y variopintos turistas. Algunos aficionados también achacaban esa anemia en la taquilla a que la empresa no había tenido en cuenta a ninguno de los novilleros sevillanos. El caso es que desde que saltó Búcaro, el primer astado de la seria novillada de Cebada Gago, todo el mundo buscaba agua fresquita en los despoblados tendidos de la Maestranza. Vimos alguna lipotimia, allá a lo lejos, en sol. Una escena bosquejada dentro de un panorama abrasador en una tarde cuya temperatura elevó, con un toreo de bastantes grados en lo estético, el pacense Larios.

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