Historias taurinas
Antonio Bienvenida: a 50 años de una retirada
Contracrónica
Los nubarrones cárdenos asomaban por encima de Triana mientras los aficionados tomaban los aledaños de la plaza de la Maestranza con una puesta en escena desacostumbrada. Los colores oscuros, los abrigos e impermeables sustituían a esas galas de primavera que convierten la fecha en un escaparate de colores. Pero un inesperado aguacero –los portales meteorológicos no auguraban la amenaza– acabó descomponiendo el pasodoble obligando a buscar refugio.
El baño coincidió con la apertura de las puertas de la plaza, convertida en parapeto de la mojada. La climatología, que ya había marcado una Semana Santa para olvidar, tampoco quiso perderse el inicio de una temporada marcada por el nombre de Morante, el torero más deseado que, dicen, ahora lucha con algunos demonios interiores. Habían sido muchos los cabildeos que colocaban al diestro de La Puebla lejos de sí mismo en esta tarde pascual. La revitalización de ciertos fantasmas personales que se creían olvidados ya le habían obligado a cortar en dos corridas menores pero la cita de Sevilla era otra cosa…
El matador cigarrero no iba a perder ripio de los trabajos de los operarios, enfrascados en restañar los charcos que había dejado un chaparrón que había esperado, precisamente, a que retiraran la lona providencial. Se preparó después de aquella temporada, la de las lluvias torrenciales, en la que hubo que contar hasta seis suspensiones. Mientras tanto, en Adriano, los pasos de la cofradía del Baratillo se resistían a apagar sus candelerías. La junta de gobierno de la cofradía del Miércoles Santo había vuelto a tener el acierto de abrir las puertas del recoleto templo para mostrar lo mejor de su casa. La Virgen de la Piedad –mar de aguas quietas– ya ha iniciado la cuenta atrás para esa coronación canónica que algunos habían soñado en los medios de ese ruedo que ve formar los tramos de una hermandad que año a año estrecha cada vez más los lazos de afecto y amistad con el mundo del toro.
Pero hay que volver a Morante, que años atrás había regalado un vestido muy especial para el ajuar de la Virgen de la Caridad, la antigua patrona de aquella mutua desaparecida, la Vejez del Toreo, que velaba por algunos trances desesperados. El torero de La Puebla había escogido para torear en este Domingo de Resurrección un preciosista vestido de color buganvilla, profusamente bordado en oro y recamado con esos golpes de alamares de aire decimonónico que refuerza con la montera de morillas sueltas y enormes machos. Pero hay que ir al detalle: el matador cigarrero se había vuelto a liar con ese capote de seda champagne, orlado de lentejuelas de oro, que ya vistió el Domingo de Resurrección de 2023. La historia ya ha sido contada: es un auténtico facsímil del capote de gala que vistió el gran Guerrita aquella tarde otoñal de 1899 en la que decidió marcharse de la profesión cerrando toda una época en la historia del toreo que marcaba paralelismos con la propia decadencia de España.
Pero hay que ir al toro, a una corrida que comenzó tarde y con frío; que fue acumulando tiempos muertos apenas consolados con las orejas de distinto signo que cortaron Castella y Roca Rey. El peruano, por cierto, no dejó de escuchar algunas guasas. El indisimulado veto que ejerce sobre su vecino Daniel Luque –acreedor natural del tercer puesto de este cartel pascual– le empieza a pasar factura. El limeño ensayó nuevos caminos de su tauromaquia. Los efectismos dieron paso a un toreo encajado, de mayor sabor. Pero la memoria es selectiva. Morante, sin suerte y con toros a contrapelo, acabarían dibujando un puñado de lances y muletazos que fueron, a la postre, lo mejor de una tarde desabrida y a contrapelo.
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