Álvaro Domecq Romero: toros, caballos y campo
El compromiso del centauro jerezano con el universo ecuestre, la crianza de reses bravas y el rejoneo es su mejor legado
La Unión de Criadores de Toros de Lidia lamenta la muerte de Álvaro Domecq
En directo: condolencias por la muerte de Álvaro Domecq
Álvaro Domecq Romero ya está en la historia: en la de Jerez de la Frontera, en la del arte ecuestre, la del toreo a caballo, la de la crianza de toros bravos y hasta de los vinos generosos que bautizó con su apellido. El deterioro de su salud ya había trascendido hace algún tiempo y dejaba de existir en la madrugada de este martes a la edad de 85 años mermando aún más una generación inolvidable que anda de retirada.
Su nombre, indiscutiblemente, va unido al de una patria chica que en pocas semanas va a dar tierra a Rafael de Paula, Ana María Bohórquez -hija de Fermín Bohórquez Gómez, hermana de Fermín Bohórquez Escribano y madre de Santiago Domecq Bohórquez- y a Alvarito Domecq, el diminutivo que nunca le abandonó para distinguirlo de su padre, don Álvaro Domecq y Díez, también rejoneador, prócer jerezano y forjador de los toros de Torrestrella.
Nacido en 1940, iba a dedicar una de las facetas más conocidas de su vida a ese toreo ecuestre en el que llegó a ser una de las figuras más relevantes en la década de los 70 del pasado siglo XX. Formaba parte del célebre cartel de Los cuatro jinetes de la apoteosis en unión de los hermanos Ángel y Rafael Peralta y José Samuel Lupi. Fue una auténtica revolución para la especialidad que supuso la implantación de la corrida de rejones como capítulo imprescindible de todas las ferias del circuito taurino. El número del caballito -así lo definió despectivamente el mordaz crítico César Jalón Clarito- quedaba definitivamente atrás.
Toca rebobinar: en 1956, sin cumplir los 16 años, ya se había asomado al ruedo de Tarifa pero el verdadero arranque profesional llegaría el 13 de septiembre de 1959 en la plaza de la Maestranza de Ronda. Era el inicio de una carrera que se espolearía al año siguiente, después de tomar la alternativa de manos de su padre en la plaza del Puerto de Santa María.
Esa trayectoria en los ruedos -que incluyó una Puerta del Príncipe en Sevilla- se prolongó hasta el 12 de octubre de 1985, fecha de su gloriosa despedida en una corrida coral celebrada en la plaza de Jerez de la Frontera. Aquel día compartió la lidia de los seis toros, uno a uno, con los compañeros de toda una vida. Pero la tarde tuvo un importante significado familiar. También fue el día del último paseíllo de su padre, don Álvaro, que colocó su postrer par de banderillas, y la presentación de su sobrino Luis Domecq, tercera generación de los toreros a caballo de la familia que, con su hermano Antonio, perpetuó el apellido en los ruedos hasta bien entrado el siglo XXI
Faceta ganadera y ecuestre
Hay que volver al campo. A ese encaste propio que no atraviesa sus mejores momentos desde la mudanza de Los Alburejos, la antigua finca familiar que se abre -con otros dueños- a la sombra de un antiquísimo castillo almohade en la que se fusionaron toros, caballos y hombres…
En cualquier caso, la vacada de Torrestrella -mudada hoy a la dehesa de El Carrascal- siempre fue uno de los emblemas de la llamada Ruta del Toro. El recuerdo de sus inconfundibles reses están ligadas a momentos clave de muchos toreros desde que el recordado Paquirri la convirtió en su ganadería predilecta.
Ese compromiso por transmitir el valor del toro bravo se extendió también a sus espectáculos, auténticas lecciones de cultura y tradición que formaron parte de la historia viva de la añorada Feria Mundial del Toro que se celebraba en FIBES.
En España por dentro, combinaba música, danza, equitación y elementos de la vida en la dehesa para mostrar al público la crianza del toro bravo y los valores de la ganadería tradicional.
Pero la semblanza de Álvaro Domecq Romero estaría incompleta sin hablar de su compromiso con el mundo del caballo que le llevó a fundar la Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre en 1975, centro de excelencia que se convirtió en un referente mundial para la doma clásica y la preservación del caballo de pura raza española. Gracias a su impulso, el arte ecuestre alcanzó proyección internacional, consolidando la relación histórica entre el caballo y la tradición del campo bravo andaluz. Ese legado, de alguna manera, está resumido en el espectáculo Cómo bailan los caballos andaluces, un muestrario de la destreza del caballo español, resaltando la armonía entre jinete y montura, que traspasó nuestras fronteras.
Dentro del capítulo de las distinciones que recibió en vida, Álvaro Domecq fue reconocido en 2024 con la Medalla de Andalucía, antes de recibir el premio Caballo de Oro de la ciudad de Jerez y ser reconocido Hijo Predilecto de la misma.
La Real Unión de Criadores de Toros de Lidia, a través de un comunicado ha resumido a la perfección ese legado. “Hoy, la dehesa, los cercados de El Carrascal y la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre lloran su ausencia, pero celebran su obra. Álvaro Domecq Romero deja un legado que trasciende lo profesional: enseñó que la tauromaquia y la ganadería son cultura, historia y memoria viva de España. Su vida fue un compromiso con el toro, con el caballo, con la dehesa y con todos los que aman el campo bravo”.
También te puede interesar
Lo último