Los Bienvenida y el Señor del Gran Poder: historia de una devoción

Historias taurinas

La imagen del Nazareno a la que rezan los toreros en la plaza de Las Ventas está íntimamente ligada al fervor y la tragedia familiar de esta saga taurina

Antonio Bienvenida: a 50 años de una retirada

El Gran Poder, la literatura y el cine taurinos: 'Currito de la Cruz' y 'Sangre y arena'

Los Bienvenida en La Gloria en 1937. Ya faltaba Rafaelito...
Los Bienvenida en La Gloria en 1937. Ya faltaba Rafaelito... / Archivo A.R.M.

En la capilla de los toreros de la plaza de Las Ventas, junto al cuadro de la Virgen de la Paloma que preside el altar, se encuentra una imagen del Señor del Gran Poder. Es de tamaño académico pero despierta una honda devoción en los hombres de luces que buscan el consuelo y el amparo de lo trascendente en esas horas inciertas que anteceden la soledad del ruedo y el duelo ancestral con el toro bravo.

La imagen encierra una hermosa historia de fe, devoción y hasta confianzas que no se quebraron. Recaló en la capilla de Las Ventas en 1978 tras el cierre de la histórica casa que la familia Bienvenida -la histórica saga de toreros- había tenido en la madrileña General Mola –actual Príncipe de Vergara- que funcionaba como un auténtico centro de operaciones del clan. Fue Ángel Luis Bienvenida, ya fallecido, el que ofició la cesión a la Diputación de Madrid –su heredera fue la actual comunidad autónoma- para que el Señor pasara a la capilla del coso madrileño con una única condición: su correcta conservación.

La imagen del Gran Poder acompaña a la Virgen de la Paloma en el altar de la capilla de Las Ventas.
La imagen del Gran Poder acompaña a la Virgen de la Paloma en el altar de la capilla de Las Ventas. / M.G.

Una saga de toreros

Pero para entender la acendrada devoción de los Bienvenida por el Señor del Gran Poder hay que refrescar parte de la historia de la saga. Manuel Mejías Rapela, el célebre Papa Negro, era hijo del fundador de esta una dinastía taurina que hunde sus raíces en la localidad pacense de Bienvenida, de la que tomaron el apodo familiar. Manuel Mejías, que vivió desde muy chico en el sevillano barrio de La Carretería, había rozado la gloria en los primeros años del siglo XX –la Edad de Bronce del Bomba y Machaco- antes que la trascendente cornada de un toro de Trespalacios, la irrupción de Joselito y Belmonte y los propios dictados de la edad precipitaran su decadencia profesional. Bienvenida, al que el crítico don Modesto había apodado el Papa Negro en su antigua competencia con Bombita, había tenido que liar el petate con su creciente prole para marcharse a América en las postrimerías de 1917. Se trataba de sobrevivir haciendo lo único que sabía hacer: torear. Fuera dónde y cómo fuese.

Con él habían partido su mujer, la sevillana Carmen Jiménez, y sus hijos Manolo, Pepe y Rafael, muy niños aún; el infortunado Rafaelito apenas contaba unos meses de vida... Había nacido también una niña que murió prematuramente y fue sepultada en Cartagena de Indias, base de operaciones de aquella tropa. El periplo se alargó aún unos años y el cuarto hijo varón, Antonio, iba a venir al mundo en Caracas. Se le bautizó de urgencia –el agua de socorro- sin saber si saldría adelante pero, aunque costó, Antoñito Mejías Jiménez acabó respirando.

Cuentan que fue Carnicerito de Málaga –futuro suegro de Rafael de Paula- el primer maestro de los hijos del Papa Negro. El capitán ya andaba rumiando el retorno de su tropa menuda a la añorada España. La vuelta, finalmente, se fijó en 1924. Quedaba pendiente el bautizo formal de Antonio que se acabaría uniendo al de otro retoño. Era Angel Luis que ya nació en Sevilla con la familia recién instalada en el barrio de la Feria. Juntos acabarían recibiendo las aguas bautismales en la misma pila, la de Omnium Sanctorum, en la que había sido cristianado el mismísimo Juan Belmonte. Antonio, que ya tenía más de dos años, entró andando en el templo. Cuentan que sus hermanos le animaron a apedrear al monaguillo… Al año siguiente, el 28 de junio hará un siglo, los dos mayores –Manolo y Pepe- se presentaban como incipientes torerillos en la plaza de la Maestranza en una novillada organizada a beneficio de una asociación de empleados. Su padre los había fogueado en aquel periplo americano llegando a torear en Coney Island de Nueva York después de pasear vestidos de corto entre los rascacielos de Manhattan.

El Papa Negro, de corto, con sus hijos Manolo, Pepe y Rafael en México en 1929.
El Papa Negro, de corto, con sus hijos Manolo, Pepe y Rafael en México en 1929. / La Fiesta Prohibida

El horror…

Aquella cuadra de toreros la completaban Juan, y Angel Luis. También el infortunado Rafaelito… Los niños Bienvenida seguían jugando al toro por las calles de Sevilla y la fortuna empezaba a sonreír en coincidencia con la pujanza profesional de Manolo, nacido en Dos Hermanas en 1912, que fue figura del toreo desde el instante de su alternativa –la tomó en Zaragoza en 1929- aunque su vida sería sentenciada prematuramente por una enfermedad irreversible.

La familia al completo iba a vivir su época más dichosa en la finca La Gloria, en Montellano, comprada por Manolo gracias a sus éxitos profesionales. Pero un suceso truculento iba a destrozar aquella armonía familiar el 17 de marzo de 1933. El administrador de la familia, llamado Antonio Fernández, iba a asesinar a tiros a Rafaelito –incipiente novillero- en el piso que Ignacio Sánchez Mejías poseía en la Punta del Diamante. El chico estaba acompañado de José Ignacio -hijo de Ignacio, que hablaba por teléfono sin advertir lo que iba a suceder- y habían invitado al administrador a tomar café. Celos, pretensiones no correspondidas de aquel adulto en un torero que aún era un niño y había puesto distancia marchándose a la finca… El administrador descerrajó dos tiros –en el pecho y la cabeza- que acabaron con la vida de Rafael Mejías Jiménez. La versión más difundida señala que el asesino se quitó la vida mientras José Ignacio huía escaleras abajo. Podría haber sido otro el desenlace…

Aquella tragedia iba a forzar el traslado de la familia a Madrid dejando atrás los mejores años de su vida. Llegados a la Corte, los Bienvenida establecieron su cuartel general en esa casa, ya desaparecida, de General Mola –hoy Príncipe de Vergara- en la que fue entronizada la imagen de Jesús del Gran Poder que doña Carmen Jiménez, la matriarca del clan, había encargado a Rafael Lafarque para poder seguir rezando al Señor de Sevilla mientras añoraba la ciudad de la Giralda. Seguía pesando el recuerdo de Rafaelito, un novillero alegre y pinturero, un chico simpático que se hacía querer...

Antonio Bienvenida en la plaza de Las Ventas en su última época
Antonio Bienvenida en la plaza de Las Ventas en su última época / Archivo A.R.M.

Es la misma imagen –recuerda su bisnieto Gonzalo Bienvenida- a la que doña Carmen Jiménez –sevillana de la calle de la Pimienta- rezaba en las múltiples tardes de toros en las que los hermanos Bienvenida se vestían de luces. Cuando toreaban en Madrid el rito se cumplía en la propia casa encomendándose a esa devoción heredada de sus años sevillanos, alimentada por el recuerdo de Rafaelito. Pero Gonzalo Bienvenida, nieto del gran Antonio, refiere un suceso poco conocido que refleja fielmente los vaivenes de la propia historia de España.

Aquella casa contaba con un patio terrizo que los cinco hermanos toreros con su padre al frente convirtieron en una especie de placita de entrenamientos en la que no faltaban ni los burladeros. “Durante la Guerra tuvieron que envolver la imagen del Gran Poder en una alfombra para enterrarla en el patio” evoca Gonzalo que recuerda que en su última época profesional su abuelo Antonio limitaba la capilla de sus devociones a una estampa del Señor, del que era hermano, y otra de la Esperanza Macarena. Con los tiros habían tenido que abandonar la capital dejando la imagen sepultada para evitar su profanación por los exaltados. “Cuando volvieron a la conclusión de la guerra lo primero que hicieron fue desenterrar al Gran Poder; estaba intacto después de pasar más de tres años bajo tierra”.

La imagen de Lafarque, la misma a la que rezaba Carmen Jiménez en las tardes de toros, retornó hace cinco años a Sevilla con motivo de la exposición conmemorativa del 400 aniversario de la hechura del Señor del Gran Poder por parte de Juan de Mesa. 45 años antes había velado el cuerpo de su hijo Antonio –cubierto por un hermoso capote grana con bordados de oro- muerto tras ser cogido por una becerra de Amelia Pérez Tabernero en los campos de El Escorial. Pronto hará medio siglo.

stats