Cuestiones de cifras y letras
CONTRACRÓNICA: DUODÉCIMA DE ABONO
Roca Rey se quedó en el zaguán de una nueva Puerta del Príncipe con un lote de excelencias pero la memoria se decanta por el serio y magistral trasteo de Miguel Ángel Perera al primero de la tarde
Toro a toro: Roca Rey está a punto de abrir la Puerta del Príncipe
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LA Feria encara su recta final acumulando faenas de dos orejas de distinta dimensión y esa lista de toros notables que ya podrían armar una corrida entera. Ayer mismo poníamos en pie esa nómina en la que podíamos anotar reses sueltas de Alcurrucén, Jandilla, Victorino Martín, Matilla y Santiago Domecq, sumando ese segundo del envío de Victoriano del Río -que goza de una excelente hoja de servicios en la Maestranza- para conformar un encierro ideal que ha tenido contrapunto desigual en los toreros que han tenido delante.
Nada que no hayamos ya contado cuando, rebasado de largo el ecuador del ciclo, comienzan las primeras componendas y balances por más que aún quede pescado de todos los precios por vender. Este Miércoles de Farolillos, segunda jornada festiva en el Real de Los Gordales, era el primer turno de Roca Rey, indiscutible mandón en el toro, el escalafón y -lo que siempre distinguió a los líderes- en esas taquillas que agotan el papel al conjuro de su nombre. Ayer no fue una excepción. Un llenazo más en un ciclo que está registrando entradas excelentes tarde tras tarde para regocijo de los empresarios.
Pero hay que volver al toro, imprescindible para trazar el hilo argumental de esta feria, marcada por el impresionante compromiso personal y taurino de Morante de la Puebla. El paladín peruano, eso es irrebatible, ejerció esa autoridad de primera figura quedándose en las puertas de una nueva Puerta del Príncipe que habría hecho las delicias de los amantes de las estadísticas, los balances y el conteo de trofeos. Para ello contó con el mejor lote del desigual envío de Victoriano del Río, incluyendo el mentado Manisero, un toro con tratamiento de excelentísimo señor que el limeño supo aprovechar a su modo para cortar dos orejas tan legítimas como aclamadas. Pero la rotundidad de su triunfo, la impresionante comunión con los tendidos no debe ser óbice para matizar esa labor con el grandioso ejemplar que tuvo delante que, posiblemente, mereció la vuelta tanto o más que otros que ya se han anotado ese honor póstumo. Cabe preguntarse si la prontitud, la calidad y la codicia del gran ejemplar de los campos madrileños llegaron a ser apuradas en toda su magnitud. Cada uno que se haga sus propias componendas...
El tal Manisero, ya lo hemos dicho, había armado un lote de campanillas con el sexto, llamado Espiguita que, con sus muchas cosas buenas, resultó un punto declinante en el último tercio. Lote de Puerta del Príncipe, que se dice en el planeta de los toros. Es la que buscó con ahínco el peruano desde que se abrió de capa hasta que marró repetidamente con el acero escamoteando ese tercer trofeo que en el moderno cómputo del entusiasmo validaba el paseo bajo el mítico arco de piedra que ha quedado reducido a una cuestión de números.
La memoria, que es selectiva, se queda con la seria, entregada y compacta faena de Miguel Ángel Perera con el primero de la tarde, oportuna e inmejorablemente brindada a El Juli, que es su vecino en las dehesas del valle del Táliga. Todo lo que hizo el extremeño estuvo tocado por esa maestría asolerada y el sentido de la responsabilidad, sabiendo el escenario que pisaba y con veinte años cumplidos de alternativa. La espada pudo caer aquí o allá pero la verdad es que la petición del público tampoco fue la esperada. La vuelta al ruedo de Perera fue de las de verdad.
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