Feria del Pilar
Daniel Luque marca la diferencia en Zaragoza
Morante corta dos orejas y rabo en la Feria de Sevilla
Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla
GANADERÍA: Seis toros de Domingo Hernández, de buenas hechuras, boyantes para los toreros y excepcional el corrido en cuarto lugar, al que se le dio la vuelta al ruedo en el arrastre.
TOREROS: Morante de La Puebla, de turquesa y azabache, saludos y dos orejas y rabo. Diego Urdiales, de corinto y oro, aviso y petición de oreja con ovación y saludos. Juan Ortega, de blanco y oro, ovación y saludos.
CUADRILLAS: Destacaron a caballo Pedro Morales 'Chocolate' y José Palomares; a pie, Juan José Trujillo y Alberto Zayas.
INCIDENCIAS: Décima corrida de abono en tarde de mucho calor, colmada la sombra y casi lleno en el sol. Morante salió en hombros por la Puerta del Príncipe.
No pasaba nada. Ya había dos toros en el desolladero y lo único destacado había sido el recibo a la verónica de Morante al que había abierto plaza. Pero salió Púgil, tercero de la tarde, para que Juan Ortega recitase el toreo a la verónica con sones de fragua, Triana pura, Cagancho, Curro Puya, una cosa. Repite en el quite, responde Morante como sólo torea Morante y replica Ortega para poner aquello bocabajo. Todo esto fue el detonante para que en el cuarto pase lo que pasó, con los cimientos de la Maestranza temblando por lo que organizó Morante de La Puebla del Río, la de la margen derecha, no otra.
Se llamaba Ligerito, Morante lo recibe con faroles para que borde la verónica, estalle la música y sea sólo el preámbulo de una obra de ingeniería artística que será recordada por los siglos de los siglos. Lo lleva al caballo por cante grande, se pica con el quite de Urdiales y tira de gaoneras, la plaza ya es un clamor y la faena de muleta será una disertación de tauromaquia en la que se combina el arte con el dominio, el cartel de toros con la forma de irse de la cara, redondos muy enfibrado, como en trance, naturales inenarrables, trincheras, pases de la firma, algún kikirikí con sones de la Alameda, la estocada arriba, el toro rodado, los dos pañuelos a la vez, pero la plaza quiere más y José Teruel accede y saca un tercer pañuelo. El rabo para Morante, como aquel del 64 al Benítez con un toro de Núñez o el del 68 con uno del Marqués a Puerta y como más cercano el que cortó Ruiz Miguel en el 71 a un toro de Miura.
Morante era la viva imagen de la felicidad porque había visto cómo se cumplía un sueño que llevaba rumiando desde aquella tarde del alumbrado de la Feria del 99 con una corrida de Guadalest. Aquel día fue llevado en hombros hasta el hotel Colón y así, veinticuatro años después, se repetía la historia. Casi un cuarto de siglo soñando con salir otra vez por la puerta mayor del toreo y esta vez, además, lo hacía tras haber cortado un rabo; rabo que no portaba porque se lo había lanzado a Rafael de Paula al término de la vuelta al ruedo.
La Feria, que transcurría con bastante más gloria que pena, que ya registraba un par de puertas grandes, reventó anoche por obra del diálogo que sostuvo un orfebre del toreo con un toro que dio de sí mucho más de lo que prometía, pero es que en las manos de Morante todo puede ser posible. La de faenas que se ha inventado este orfebre, pero es que anoche reventó la Feria y consiguió que el 26 de abril de 2023 pase de pleno derecho a los anales del toreo.
Fue una explosión que, recalcamos, tuvo su chispa en el toreo de capote de Juan Ortega en el primero de su lote. Y qué más hizo el trianero, pues pasear torería por el ruedo, cincelar el toreo a la verónica de manos bajas y de llevar al toro a una lentitud que parece imposible y es que en el capote de este torero se hace realidad esa vieja conseja que consiste en parar, mandar y templar. Las tres virtudes se condensan en una en el capote de Juan Ortega. ¿Y con la muleta qué? Pues en la muleta, ese temple también aflora con una forma vertical de colocarse para llevar al toro lo más atrás que da el brazo. Le brindó su primero a Curro Romero y a punto estuvo de que a tal señor, tal honor. Sonaba el pasodoble Manolete y aquello prometía mucho, pero el toro iba a dejar de colaborar y lo que parecía dejó de parecerlo. Aquello fue enfriándose y con la espada no se arregló nada. El recuerdo de la obra con el capote y el inicio, tan mayestático, no se olvidaba y Juan hubo de saludar una calurosa ovación. En el que cerró plaza volvió a arrebatar con el capote en unas verónicas de alelí y unas chicuelinas al paso para poner al toro en suerte. Una faena pulcra, con detalles, pero que transcurrió bajo esa especie de tsunami que fue la faena de Morante al cuarto.
Diego Urdiales, tan bien acogido siempre en Sevilla, no tiene mucha fortuna en los sorteos y ayer fue un más de lo mismo. En el primero, que apretaba hacia dentro en banderillas intentó lucirse con redondos, pero el toro dijo basta muy pronto y aunque Diego insistió cambiando de mano sólo logró algún natural suelto. No había hilazón, el toro se fue a chiqueros mostrando su falta de raza, Diego no anduvo acertado con la espada, sonó un aviso, aquí paz y después gloria. El sexto era su último cartucho en una Feria a la que él viene como a favor de querencia y en él quiso Diego dar el todo por el todo. Bien a la verónica, brindó a la plaza, sacó un inicio pleno de temple, trató de abrirle caminos a Lloroso y hasta alumbró algún natural con esa enjundia que nace de las muñecas del riojano, Pausado, con torería, Urdiales dejaba buen sabor, lo mató de una estocada y hubo una leve petición de oreja. Y es lo que dio de sí la tarde que tenía el cartel más esperado por el aficionado con el remate de cómo Morante hizo que la plaza enloqueciera con esa tauromaquia suya, tan irrepetible, tan única.
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