¡La hora es la hora y nada más que la hora!
Con la última trompeta Él te envía a los avernos de Dante
Las corridas de toros en su devenir han sabido mantener no sin esfuerzo la sacrosanta medida del tiempo que le dieron garantía de precisión del más exacto de los relojes. Es la medida del tiempo, la exactitud y hasta la definición de sus 'tercios' en que se divide el desarrollo en su realización el sentido de la corrida. Causa no asombro, sino certeza, como un poeta exquisito como José Bergamín nos advierte para entender como preámbulo al conocimiento de la primera Tauromaquia escrita en 1796 publicada en Cádiz del matador sevillano, José Delgado Guerra (a) 'Pepe Illo' cuando nos dice: "Y por eso, siendo una cosa tan poco o nada razonable el toreo, es una cosa tan aparentemente racional. En todo: en su disposición y orden, en su finalidad y principio, en su ejecución y ejercicio. La racionalidad de este acto de juego (según su inventor -o uno de sus primeros o principales inventores- Pepe Illo) es tanta, que puede el torero ejercerlo, ejecutarlo, si consigue su maestría, de una manera racionalísima, con exactitud y seguridad matemáticas".
Si este juego de principios tan magníficamente explicado por el autor del 'Birlibirloque' es una continuación al desarrollo en el tiempo de las suertes de la corrida de toros, en definitiva da la importancia requerida al tiempo, a la hora, al minuto, donde se condensa o se deben condensar todas las buenas lidias. Se dice con bastante insistencia que en España no existe puntualidad más que para las corridas de toros. Admitiendo esto ¿podemos ampliar la frase diciendo que los españoles somos generalmente impuntuales? Y que las corridas de toros lo que pasa es que confirma su aserto.
El reloj que preside en las plazas de toros es el objeto más mirado en determinado momento del espectáculo. Está allí, en lo más alto, frente a la seria presidencia sin importarle el azote implacable del sol que derrite en la canícula. Redondo, como el ojo de Polifemo queriendo tragarse todo escrudiñando en las mentes de los que vestidos de 'sultanes' esperan en la puerta de los sustos. Después del paseíllo, traspasa imperativo su mandato a las manos del presidente que se convierte en una prolongación de sus negras manecillas. El gran reloj da autoridad en su mandato. Con el artículo 58 -2- que es la ley de los tiempos…dice ¡diez minutos! -avisa- ¡no se exceda! (hay que acabar en tres minutos después del séptimo con la representación). ¿Pero sigue?...Vuelve y dice con su estridente voz ¡dos minutos más!… Avisa de nuevo ¡dos más! Pero con la desgarradora última trompeta, él, te envía a los avernos de Dante.
Pero la hora de la tauromaquia definitivamente nos la han hecho universal gracias a los versos de Federico, desde aquel desdichado 13 de Agosto de 1934: "A las cinco de la tarde. Eran las cinco en punto de la tarde...¡ Ay que terribles cinco de la tarde! … ¡Eran las cinco en sombra de la tarde!".
El inmortal poeta granadino veintinueve veces nos lo recuerda y repite en su elegía, ¡la hora! … ¡su hora!
También, el reloj fue muchas veces protagonista de efemérides gloriosas y otras no tanto. Lo llevaban ostentoso de la gruesa cadena de oro y era solo propiedad de aquellos que se movían en las esferas elegantes o poderosas, todavía no era la módica pulsera socializada de nuestra época. El 23 de abril de 1874 cuando España estaba asolada en el periodo más duro de la guerra carlista y acaba de instituirse en España para llevarle socorro al ejército liberal la Benéfica Institución de la Cruz Roja compuesta por las damas más linajudas de Madrid, Frascuelo, como único espada levantó una ola de admiración. Su segundo toro del ganadero sevillano José Bermúdez se lo brindóa la Duquesa de Medinaceli, presidenta de la asociación. La faena fue grandiosa. Cuentan que el ruedo se llenó de "canoas, coraceros, vergueros y un precioso reloj de oro, regalo de la Duquesa con las iniciales de brillantes y la Cruz Roja a la vuelta, también de pedrería".
Lo mismo le pasaría a Lagartijo el 28 de mayo, también él solito con seis Miuras. Unos ojitos negros desde el palco número 4 le hicieron el valioso regalo. Siguiendo con relojes precisamente a Rafael Molina 'Lagartijo' le sucedió lo siguiente. Este hecho fue en Madrid, cuando un aficionado, seguidor impenitente del primer Califa le pidió al mozo de espadas que el maestro le brindase uno de sus toros. Lagartijo accedió. Cuando el aficionado vio que su petición fue aceptada emocionado se echó a llorar. Lagartijo le dijo: "Pero en vez de alegrarte, lloras". El aficionado contestó: "Maestro es que yo no voy a poder regalarle ni meterle nada en la montera". Lagartijo que era rumboso le dijo: "Toma mi reloj de oro con la cadena y me lo echas". Recibido el brindis y al terminar la lidia al devolverle la montera no había nada dentro de ella, solo una nota que decía: "Lagartijo ve a recogerlo al Monte de Piedad". El Reloj, ese misterioso engranaje de piezas exactas unas con otras con vida propia de corazón palpitante del que podría instruirnos con propiedad por su sabiduría mi querido amigo Pepe Pavón, algecireño ilustre, Maestro y Relojero Mayor del Reino, ha sido y es objeto de culto. En la plaza de toros de la Maestranza en 1978 había un escrupuloso inspector de puerta, Pedro Luis Gutiérrez Reguera, que lo quisieron sobornar con relojes para entrar a la plaza. Y para dar constancia personal y vivida, el que esto escribe, cuando era estudiante en Zaragoza allá por los años cincuenta y tantos, vestido con mi mejor traje de domingo y encorbatado, muy serio y en pleno barrio taurino del 'Tubo' de Zaragoza, intentaba vender por veinte duros mi reloj despertador de petaca para poder sacar mi entrada aquella tarde de corrida en la plaza de La Misericordia; menos mal que un alma caritativa y taurina al verme y supo por mó porqué lo vendía, me dio los veinte duros y conservé mi reloj. El reloj otra vez fue protagonista. Ya es hora hoy de terminar mis historias. Por eso muchos años después recuerdo aquel lance generoso con aquel samaritano y lo feliz que me sentí aquella tarde viendo torear de 'convite' a Fermín Murillo, a Miguelín y a Diego Puerta, ¡Eso sí con mi reloj en el bolsillo de mi chaqueta!
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