Morante: razones para una retirada

DESPEDIDA

La temporada del genio de La Puebla ha mezclado a partes iguales la altura de su expresión artística con la dureza de un compromiso descarnado

La incógnita es... ¿Volverá a vestirse de luces?

Morante: el toreo huérfano

Morante 2025: fin de pista

Morante, muy emocionado, con la coleta en la mano.
Morante, muy emocionado, con la coleta en la mano. / EFE

El gran titular de la jornada dominical era inesperado: Morante se había cortado la coleta en los medios de la plaza de Las Ventas en medio de la conmoción de una plaza a rebosar que no podía dar crédito a la sorpresiva decisión del diestro cigarrero. Por la mañana se había echado a la espalda el festival a beneficio del monumento de Antoñete que había sido inaugurado en la víspera -gracias al impulso y empeño exclusivo del genio de La Puebla- y por la tarde se había jugado la vida sin trampa ni cartón para abrir su segunda puerta grande en el foro madrileño en su larga trayectoria como matador.

Lo había hecho vestido de lila y oro en un claro homenaje -otro más- a la figura de Chenel, ese torero del mechón blanco que también escenificó una de sus despedidas -fueron unas cuantas, ésa es la verdad- vestido con esos inconfundibles colores que conformaron su propia iconografía en aquellos años de la Movida en los que el toreo se enhebraba a la sociedad con desenfadada naturalidad. Chenel se cortó la coleta llorando aquella tarde del 30 de septiembre de 1985, hace cuarenta años justos. Pero era una despedida anunciada y sabida que no estuvo acompañada de ansiado triunfo. Dio igual: lo sacaron a hombros camino de la Puerta de Madrid.

Cosas del destino: Antoñete había toreado aquella tarde, ya remota, mano a mano con su compadre Curro Vázquez que cuatro décadas después iba a levantar de sus asientos al público madrileño refrescando, haciendo nuevas, las formas de otro tiempo junto a otro torero antoñetista como César Rincón. Juntos iban a abrir el portón de la gloria junto a la novillera Olga Casado en ese turno matinal que sólo había inaugurado una larga lista de emociones.

Gloria y tragedia

Todo iba a dar la vuelta por la tarde: la entrega desgarrada, la fortísima voltereta, el triunfo y hasta ese gesto inadvertido -Morante había pedido a su primo Juan Carlos que aflojara los lazos de la castañeta- que preludió el bombazo definitivo. Morante se había quitado del toreo sin previo aviso. ¿Se trataba de una decisión repentina? ¿Había madurado ese drástico gesto? ¿Había influido el desarrollo de la tarde que, de alguna manera, había resumido el desarrollo de su triunfal pero durísima propia temporada? Hay algunas certezas: Morante ya tenía apalabrados algunos compromisos otoñales al otro lado del charco, como su presencia en los ruedos americanos de Latacunga o Lima. No se habría dejado anunciar, no habría establecido contactos ni compromisos sin una decisión firme que pudo llegar a última hora, atendiendo a las circunstancias de su propia vida personal y hasta al devenir de una temporada en la que se han mezclado, casi a partes iguales, el virtuosismo creativo con la dureza de los golpes y las secuelas de una cornada que le retuvo en el dique seco más tiempo del previsto. Hay que incidir en el dato: el compromiso de Morante delante de las reses bravas ha sido apabullante. Pocos toreros en la historia se han arrimado tanto, tanto tiempo, con esa intensidad; en todas la plazas y, sobre todo, con esa resolución artística.

José Antonio Morante Camacho había vivido su propio camino del calvario mientras paseaba más de medio centenar de orejas y tres rabos clamorosos en una temporada pletórica que abrió un ancho abismo con el resto de la grey torera. Algo había esbozado, preguntado por Jesús Bayort para las cámaras de Canal Sur, aludiendo a esa dureza, a la altura de su compromiso... Tampoco se puede soslayar la enfermedad mental que atormenta al cigarrero desde su juventud. Ese trastorno disociativo se había recrudecido en 2023, en coincidencia con aquel rabo clamoroso que marcó su cumbre artística en la plaza de la Maestranza. Pero el genio había logrado escapar de ese infierno personal, domeñar sus propios demonios para alumbrar este año histórico que ha tenido este final, no sabemos si inesperado.

Seguir caminando a esa altura desbordaba cualquier exigencia. Ese vértigo creativo, la necesidad de seguir jugando con la muerte, ha podido pesar en la decisión del genio que había logrado, entre otras metas, devolver la dignidad a la profesión; recuperar el pulso de la calle sin necesidad de redes ni exposición mediática; reclutar una impresionate legión de partidarios que convirtieron la despedida improvisada en un acto de comunión taurina. A Morante se lo llevaron a puñados, le destrozaron el traje convirtiéndolo en reliquia sagrada, le aclamaron en el balcón del hotel Wellington pidiéndole que no se marchara...

Son muchos los interrogantes, numerosas las dudas sobre la razón o la mezcla de razones que han llevado al diestro de La Puebla a tomar esta decisión que anticipa otra noticia fundamental: el cambio de rumbo en la gerencia de la plaza de la Maestranza. Será difícil cubrir el hueco, encontrar un nuevo hilo conductor para poner en pie la temporada de 2026 que se desarrollará bajo un nuevo marco contractual. Sea lo que sea, la pregunta es recurrente: ¿Volverá Morante a vestirse de luces?

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